Dr. Eugenio José Reyes Guzmán | 24/05/2022 | 23:01
En una carrera contra el tiempo, los Estados Unidos están ondeando “urbi et orbi” la bandera de la “paz democrática”. Esto es en respuesta a la amenaza que para ellos representa el avance de la influencia de China en Asia, en el Medio Oriente y en África. Consecuentemente la administración del presidente Biden acaba de develar el Marco Económico para la Prosperidad en el Indo-Pacífico (IPEF) que agrupa a Corea del Sur, Indonesia, Tailandia, Malasia, Filipinas, Vietnam, Singapur, Nueva Zelanda, Brunei y a los cuatro miembros del Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QUAD): Japón, Australia, India y EUA. De alguna forma, el país de los Yanquis y los Vaqueros, está ejerciendo su menguante liderazgo para invitar a las sociedades abiertas y democráticas a unirse a ellos para dictar las reglas del juego democrático. Obviamente, China tendrá siempre su derecho de réplica.
A toro virulento pasado, para quienes pensaron que el mundo se apartaría del multilateralismo y que volvería a estrategias insulares o regionales, independientemente de las uñas o dientes que pudieran tener, el sólido mensaje que mandan iniciativas como QUAD e IPEF es de una colaboración transpacífica. Es un hecho que dichas alianzas representan un medio para dispersar la ideología estadounidense. Lo interesante es que China, quien se veía con un rol regional preponderante después del vacío de poder que dejó Trump al salirse del Acuerdo Transpacífico (TPP), está molesta y entendiblemente ha etiquetado a dichas alianzas con EUA como un esfuerzo norteamericano por crear una OTAN asiática. Claro, la cercanía de la paz democrática norteamericana con sus vecinos asiáticos también representa un obstáculo para la influencia china en dicho continente. Por supuesto, cada uno está tratando de “jalar agua para su molino ideológico”.
Regresando al desafío para dispersar la paz democrática, China no es la única traba, las mismas naciones del sudeste asiático parecen estar bien “con dios y con el dinero”. Tal cual, otro aspecto a poner sobre la mesa es la evidente poligamia entre los amores asiáticos. Así es, varios de ellos pertenecen al ASEAN, donde no están ni China ni EUA, pero también forman parte del Asociación Económica Integración Regional (RCEP) donde está China, pero no EUA y al TPP-11 donde China nunca pudiera pertenecer, pero EUA pudiera volver a unirse. Todo indica que dichas naciones del sudeste asiático están asidas democráticamente a EUA y al mismo tiempo están unidas a China en santa paz. A la luz de esa dualidad de los países asiáticos, la “paz democrática” al estilo gringo tendrá que convivir con la “paz económica” y dictatorial inspirada por el poderío monetario-militar chino. Todo indica que, para imponer su narrativa democrática, EUA ha encontrado en la China totalitaria la horma de sus zapatos.
Pero tampoco le será fácil a nuestro vecino del norte trazar un mapa de ruta de su “paz democrática” con algunos tozudos y retrógrados países latinoamericanos. ¿Cómo es siquiera posible que México se preste a retar a su vecino del norte al afirmar que no asistirá a la Cumbre “democrática” de las Américas si no invitan a países con líderes dictatoriales y perniciosos como los de Cuba, Nicaragua y Venezuela?, ¿en qué cabeza cabe continuar con una retórica anti empresarial suspendiendo la actividad empresarial de la minera Vulcan Materials Company cuando la economía mexicana depende de su relación comercial con su principal socio del T-MEC?, ¿cuál será la gota que derrame el vaso de la paciencia norteamericana ante los asesinatos de periodistas, los ataques a adversarios y los atentados contra los órganos constitucionales como el INE? Al tiempo.
Aunque la democracia y el totalitarismo no sean un tema binario exacto, sí obliga inclinar la balanza hacia alguno de los lados y atenerse a las consecuencias. Veremos si México escucha a su vecino y decide, como lo describe Ayocuan en su libro “La Mujer Dormida debe dar a luz”, parir a una nueva cultura democrática pletórica de probabilidades, o se queda eternamente aletargada en el totalitarismo castrista como “el pueblo que no quería crecer” vaticinado por la escritora siria, Ikram Antaki.