José Luis Solís Barragán | 02/05/2022 | 00:27
Después de más de siete décadas de gobiernos priistas, el hartazgo social y las reformas político-electorales, abrieron camino a lo que algunos llaman “la transición pactada”, los priistas abandonaban Palacio Nacional y se refugiaban en los Gobiernos locales, y hubo muchos que ahí pronosticaron el fin del tricolor.
El Gobierno foxista si bien contaba con una amplía legitimidad democrática, fue un gobierno caracterizado por la inexperiencia y la incapacidad para resolver aquellos problemas que había dado origen al desgaste del PRI en el poder, sin embargo, después de un proceso electoral complicado, el PAN logró retener la presidencia del país.
El primer gobierno panista no supo como vivir sin el PRI, para el caso del calderonismo, el Revolucionario Institucional se colocó hasta la tercera fuerza política del país, sin embargo, supo jugar como el partido bisagra que pudiera darle capacidad de gobierno a Felipe Calderón y eso lo atrincheró en una posición estratégica.
La campaña presidencial de Enrique Peña Nieto se basó en la supuesta experiencia y los resultados probados, el Pacto por México abría una nueva etapa que disminuía la percepción de polarización y se daban destellos hacía un avance coordinado entre las diversas fuerzas políticas.
Sin embargo, la experiencia probada parecía más enfocada para el desarrollo de la corrupción, sus resultados si bien había logros importantes que resaltar, cometieron errores monumentales que pronto robaron la legitimidad y la capacidad de conducción del país.
Después de un desgaste por los señalamientos a los grandes errores de la administración, de los múltiples escándalos en el Gobierno Federal y las Entidades Federativas, el PRI fue perdiendo terreno hasta la elección del 2018, cuyos resultados asentaron un golpe que lo dejó en la lona de la política nacional.
A partir de ese momento, el PRI comenzó a vivir a la sombra del poder, del orgullo de ser priista se transitó hacía el doblar las manos ante un Gobierno fuerte como lo es el de López Obrador, el viejo partido hegemónico cayó en una enfermedad que muchos podemos creer que estuvo en etapa terminal.
¿Cuántas posibilidades hay de que el ciudadano regrese su confianza a los candidatos tricolores, si siguen cargando la loza de la corrupción de sus Gobiernos? ¿Cuántos ciudadanos están dispuestos a perdonar las expectativas defraudadas y las canalladas cometidas?
No estamos diciendo que el PRI sea lo peor de la política mexicana, pero sin duda alguna la marca del paso de los años y sus propios gobernantes, han dejado la percepción de la existencia de un sinónimo, es decir el PRI es igual a la corrupción.
El funeral estaba puesto, la elección del 2021, fue un claro ejemplo de que el PRI soló podría sobrevivir por lo menos en este momento, de la mano de una alianza opositora, pero pese esa alianza, sus propios gobernantes abandonaban sus naves y se dejaron llevar por MORENA y la tranquilidad del séptimo año.
El PRI no ha cambiado y seguramente no lo hará, ello porque tiene una razón muy importante y ella es: que alguien no quiere que el PRI muera, alguien parece que tiene nostalgia por aquel partido por él que por años construyó en el sur del país.
Solo ello explica porque en las últimas semanas, el PRI tiene tanta relevancia, es un partido que ocupa la tercera fuerza política, nada distante de las fuerzas subsecuentes, pero todo se encamina a mencionar al PRI.
La reforma energética era un dardo envenado para el PRI, pero parece que fue un suero de vida, en el Congreso solo se hablaba a los priistas, el Presidente aún ayer seguía poniendo en la mesa que el PRI había prometido acompañarlo en su reforma, en los medios el PRI es la pieza clave tanto para la oposición, como para el Gobierno.
A este paso, no esperemos que el PRI comience a repensarse o a buscar mejores ofertas políticas para el ciudadano, al final, el poder lo sigue queriendo ahí presente, ya que quizás piensan como Vicente Fox, que la política de nuestro país sin el PRI sería como dar un salto al vacío.
Por lo pronto que el PRI siga gozando de su tanque de oxígeno, pero cuidado que seguir jugando en la misma cancha para dos equipos, pronto los puede convertir en el judas de la indefinición.