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Emiliano Zapata y su pueblo

Reforma | 11/04/2022 | 21:49

El zapatista Antonio Díaz Soto y Gama, citando al poeta cubano José Martí, escribía que los pueblos en su lucha contra la opresión buscan asirse a un hombre que los guíe en el camino de su liberación. La cita, que tenía como propósito explicar el significado que la figura de Emiliano Zapata tenía para la revolución campesina, resultó asimismo afortunada pues atinó a identificar al pueblo como el otro gran protagonista de la historia.
 
 De esta unión entre el caudillo y su pueblo nació el zapatismo, gente del común que al grito de "¡Abajo haciendas, viva pueblos!" tomaron las armas para recuperar sus tierras y modo de vida campesino. Esa comunidad de hermanos, primos, compadres, vecinos o amigos sostuvieron la guerra luchando o sembrando el campo para alimentar a la tropa. Pero para comprender cabalmente la dinámica del pueblo zapatista valdría la pena escudriñarla con ojos ajenos. La inglesa Rosa King, dueña del Hotel Bella Vista de Cuernavaca, no ocultó su admiración por el valor y paciencia de las maravillosas soldaderas; por su parte, el pintor Gerardo Murillo (el Dr. Atl) que se internó a territorio rebelde como enviado del enemigo carrancista, no dejó de sorprenderse por la disciplina de los zapatistas que sin importar las inclemencias del tiempo cumplían a cabalidad con las instrucciones dadas, o también, por su profunda religiosidad al grado de que se encendían veladoras para rogar que nada le pasara a Emiliano.
 
 A esta devoción del pueblo el general Zapata respondió de la misma manera. Quienes lo trataron lo evocaban como un genuino representante del pueblo humilde, buen hombre, sincero, respetuoso, amable, de principios muy firmes, que escuchaba a la gente. El capitán Domingo Yedras recordaba un dicho del jefe agrarista: porque soy fuerte pero por ustedes, pero yo no valgo nada
 
 La alianza tácita entre el caudillo y su pueblo se materializó el 25 de noviembre de 1911 con la expedición del Plan de Ayala. El documento, que significó un quiebre para la revolución por su contenido social, se encargó de dar voz a los pueblos que pasaron a ser el centro de la argumentación. Los campesinos y su caudillo lanzaron, en primer lugar, una dura requisitoria en contra del presidente Francisco I. Madero quien a su juicio había ultrajado la fe, la causa, la justicia y las libertades del pueblo; intentó acallar con la fuerza bruta de las bayonetas y de ahogar en sangre a los pueblos que pedían el cumplimiento de las promesas revolucionarias; había burlado el sufragio efectivo imponiendo contra la voluntad del mismo pueblo a las autoridades; por lo que era incapaz de gobernar por no tener ningún respeto a la ley y a la justicia de los pueblos.
 
 En el terreno de las reivindicaciones la bandera zapatista estableció la restitución de los terrenos, montes y aguas que habían sido usurpados a los pueblos por los hacendados; así como la expropiación de tierras para dotar a quienes carecieran de ellas. El texto concluía con un llamado a la insurgencia: Pueblo mexicano, apoyad con las armas en la mano este plan y haréis la prosperidad y bienestar de la Patria. En contraparte, los zapatistas juraron a nombre de lo más sagrado que tenían que eran sus madres, padres e hijos, defender el Plan de Ayala.
 
 Pronto, el Plan de Ayala traspasó fronteras y radicalizó a la revolución. Los zapatistas, enemistados con el carrancismo y con una frágil alianza con los villistas, lograron que sus principios fueran adoptados por la Soberana Convención Revolucionaria. Uno de los artífices de la radicalización fue el profesor rural Otilio Montaño, también compadre de Zapata, quien decía pertenecer a la raza plebeya de Benito Juárez. En sus discursos el tribuno zapatista hizo referencia una y otra vez al pueblo para quien exigía libertad, justicia, educación, democracia, bienestar, progreso; así como su redención, que vendría con la destrucción del latifundismo. Bordando sobre esta idea de la regeneración de su raza Montaño confesó a los convencionistas: Ese pueblo humilde, señores, es el alma de la Revolución.
 
 En las palabras de Montaño no había exageración alguna solo que la imagen de ese pueblo humilde y revolucionario no parecía tener correspondencia con la realidad. A los villistas, por ejemplo, les causó asombro encontrarse con esos hombres ataviados con enormes sombreros de paja, calzones de manta, huaraches y anticuadas armas; y aunque reconocieron que tenían ideales no dejaron de llamarles "pobrecitos". Igualmente esos campesinos transformados en guerrilleros, que llevaban como manto protector el estandarte de la Virgen de Guadalupe, más que causar admiración generaron temor a los habitantes de la ciudad de México que se encerraron a piedra y lodo cuando los vieron venir. Se trataba, finalmente, de la irrupción del México profundo.
 
 Ese pueblo en armas soportó el acoso de los poderosos durante toda la revolución y acompañó a su caudillo aún después de su artero asesinato ocurrido el 10 de abril de 1919. Como se sabe, casi de inmediato se propagó el rumor de que Emiliano Zapata no había muerto, lo que significó el establecimiento de un pacto simbólico de resistencia que llega hasta el día de hoy. Una muestra de ello, por el peso emblemático que tuvo, fue la oposición de los campesinos a que el Gobierno trasladara en 1979 los restos del jefe Emiliano al Monumento a la Revolución. Más allá de evitar que Zapata estuviera en el mismo lugar que sus adversarios políticos, en la negativa de los campesinos subyace la defensa de la alianza histórica del caudillo con su pueblo; por eso exigen a su vez el cumplimiento del Plan de Ayala, al mismo tiempo que se reivindica la figura de Zapata como el padre que les dio tierras para evitar que siguieran -decían los zapatistas- en la condición de "perros" que recogían las migajas de los hacendados.
 
 El hombre -diría Soto y Gama refiriéndose a Emiliano Zapata- estaba listo para emprender su tarea reivindicadora y el pueblo también estaba preparado para seguirlo, de esta feliz coincidencia nació uno de los pasajes épicos más importantes de la historia nacional, el de la revolución zapatista.
 
 *Historiador, académico de la UNAM y especialista en historia del zapatismo