El Señor, nunca ha dejado de estar con nosotros; somos nosotros, los que hemos dejado de estar con Él. Y de esto, nos dimos cuenta al sentirnos perdidos.
Dios, no nos arrojó a la existencia, para vivirla solos; Él, siempre camina de nuestro lado. Y desde el momento, en que nos dio la vida, nunca ha dejado de estar con nosotros.
San Agustín le decía a Dios: “A ti nadie te pierde, sino el que te abandona...”.
Aunque es bueno preguntar: ¿Por qué Jesús, se sintió abandonado por su Padre? Todo esto, porque Él asumió la condición humana; y también sintió el miedo y la soledad, que vivimos los hombres.
Y en efecto, hay momentos en que nos sentimos abandonados hasta del mismo Dios. Y como Jesús, fue semejante a nosotros en todo, menos en el pecado, también padeció la soledad.
Y estando en la cruz, lanza un quejido al cielo, y le dice a su Padre: “!Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado!”.(Mt.27,46).
Cristo, fue profundamente humano, y también sintió el dolor del abandono; y en medio de la tormenta, llegó a experimentar la ausencia de Dios.
Pero al final, se abandonó en las manos del Señor, y dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
No hay nada mejor, que confiar en Dios, y abandonarse en sus manos. Ya que no hay lugar más seguro, que las manos divinas.
Dios, siempre va a estar con nosotros. Por tanto, nunca penemos que hemos sido abandonados.
Pbro. Lic. Salvador Glez. Vásquez.