Dr. Eugenio José Reyes Guzmán | 30/03/2022 | 00:48
Hace unos años San Juan Pablo II se convirtió en el primer Papa en visitar una sinagoga durante su período papal. El evento marcó un antes y un después entre dos de las tres principales religiones monoteístas. Dicha visita del papa Wojtyla, más allá de haber sido un acto fraterno, tenía la intención de deplorar en antisemitismo dirigido al Pueblo de Abraham. Al referirse a los judíos, los llamó los “hermanos mayores” de los cristianos. Cabe mencionar que no se refirió a ellos como hermanos en la fe, pues no están bautizados católicos, solo “hermanos mayores”.
Nuestros “hermanos mayores” hoy en día, más allá de considerarse ortodoxos o reformistas, se dividen en tres grupos principales: los Asquenazíes, los Sefardíes o Sefarditas y los Mizrajíes. Todos leen la Torá en hebreo, de ahí su gentilicio, pero en el día a día hablan respectivamente: yidis, ladino o árabe. Físicamente son muy distintos ya que los primeros provienen del Europa Oriental, los Sefardíes de España y Portugal y los Mizrajíes son descendientes de comunidades judías del Medio Oriente, principalmente Irán, y del norte de África.
En cuanto a su población, realmente no son tantos, son menos que el total de guatemaltecos en Guatemala. El número de judíos en el mundo, practicantes o no, suma apenas 15.2 millones: 6.9 viven en Israel, 6.0 en EUA y los demás en otros países. Es interesante que haya casi el mismo número de judíos viviendo en los EUA, 15% de ellos en Nueva York y Nueva Jersey, que en Israel. Como muchos de ellos son dueños o están relacionados con instituciones financieras, ello explica su peso económico, poblacionalmente desproporcionado, a nivel mundial.
Otro dato interesante y por demás lamentable sobre los “hermanos mayores” es que ha sido un pueblo atacado, envidiado y perseguido por muchas naciones. Ya sea por los romanos, los egipcios, los musulmanes, los mongoles o los nazis, el pueblo judío ha sido denostado y masacrado a lo largo de su historia. Aunque algunos lo hicieron por conveniencia, también es cierto que miles de judíos fueron obligados, so pena de muerte, a convertirse al cristianismo o al islam. En la actualidad, teniendo al enemigo en casa, la amenaza de una nueva intifada o rebelión palestina, está siempre presente. Qué ironía pues las raíces del islam se encuentran en el judaísmo y parcialmente en el cristianismo.
Pero volviendo al pronunciamiento del Papa, ¿Qué habrá querido decir el Santo Polaco al referirse a ellos como lo hizo? Pues bien, existen en forma fundamental tres grandes religiones monoteístas: el cristianismo, el islam y el judaísmo. Las tres religiones tienen como base al Pentateuco, que es parte del Antiguo Testamento, también llamado Torá por los judíos. Donde divergen las tres es en la figura de Jesús. Los judíos lo consideran como el “fundador” del cristianismo o como un maestro, los musulmanes lo respetan como un gran profeta y los cristianos lo conocemos como el Mesías, la encarnación de Dios.
Ahora bien, Jesús fue judío, la Virgen María también, al igual que su padre putativo San José. Más aún, nació, creció y murió siendo judío. Aunque algunos se empeñen en llamarlo antes y después de la “era común”, la verdad es que la historia universal se partió en dos después del nacimiento de un judío, Jesucristo. Ese año, en un humilde pesebre, en la pequeña ciudad de Belén, hoy en día en Palestina y por ende musulmana, comenzó el cristianismo. De hecho, el 100% de los primeros cristianos fueron judíos voluntariamente conversos. Por ende, no se puede comprender al cristianismo, pero tampoco al islam, sin considerar al judaísmo.
Pues bien, para palpar y vibrar con los orígenes del cristianismo, hay que visitar Israel y particularmente Jerusalén. En esa ciudad, considerada como Tierra Santa por las tres religiones, es patente que la Biblia habla de la historia del pueblo judío. Hoy en día algunas ciudades han cambiado de nombre, pero en esencia, el Medio Oriente, particularmente la zona de Israel y Palestina es la génesis de la historia de las religiones. Tal vez el Papa Juan Pablo II estaba pensando que, para comprender mejor al cristianismo habría que visitar Israel y humildemente acercarnos a quienes con cariño llamó “hermanos mayores”.
Ahondando más en la “capital religiosa” del mundo y la vida de los judíos, es curiosa la interrelación en Tierra Santa de las tres grandes religiones mono teologales. Para algunos musulmanes radicales, jamás habrá paz mientras existan judíos en Israel. Por otro lado, al no tener los musulmanes buenas escuelas en la capital judía, estudian en santa paz en escuelas cristianas, pero nunca judías. Aunque los musulmanes fundamentalistas tengan en alta estima acabar con los infieles, al menos en Tierra Santa, la tirria es contra los judíos.
Ahora bien, aparentemente no hay mayor problema entre judíos y católicos, pero solo hasta cierto punto. Así es, se puede nacionalizar israelí a algún descendiente de judío que se declare ateo o agnóstico, pero no cristiano. Esto es, si se declara cristiano, aún siendo genéticamente hijo de madre judía, no podría obtener la nacionalidad israelita. Claro, existen cristianos en Israel, solo el 2%, pero, o ya estaban ahí antes de 1948 cuando las Naciones Unidas la declararon como nación, o se convirtieron posteriormente.
En cuanto a los cristianos en Tierra Santa, es fascinante ver como coexisten todas las denominaciones previas a la reforma protestante del siglo XVI, principalmente en la Iglesia Principal, el Santo Sepulcro. Por cierto, dicho templo está construído sobre el Monte Calvario y es tan grande que están los sitios sagrados donde murió y resucitó Jesucristo. Pues bien, esa iglesia está separada por secciones entre aquellos cristianos que creen en la Transubstanciación. Todos los días ofician misa en el Santo Sepulcro los ortodoxos, cristianos coptos y católicos. Es realmente precioso ver cómo todas las denominaciones cristianas anteriores al protestantismo, reconocen a Cristo por entero en la Eucaristía.
Siendo soñador y basado en la advertencia bíblica de que un pueblo dividido no prevalece, espero en Dios que algún día, todos los cristianos junto con nuestros “hermanos mayores”, seamos también hermanos en la misma fe.