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Los aguacates del presidente

Dr. Eugenio José Reyes Guzmán | 16/02/2022 | 01:11

Cuando un estudiante le preguntó a la antropóloga Margaret Mead sobre cuál era la primera señal de que se estaba formando una nueva civilización, ella contestó: “Un fémur fracturado y sanado”.  Claro, un hueso toma tiempo en curar y para que ello suceda, alguien tiene que cuidar, alimentar y atender a la persona lastimada hasta que se recupere y pueda unirse a la “manada”. Claro está, esta característica, privativa del homo sapiens, es mucho más compleja y alcanza distintos niveles de madurez.

 

Tocante a ello, el escritor italiano sefardí Primo Leví sostenía que: “Un país es considerado tanto más civilizado, en cuanto la mayor sabiduría y eficiencia de sus leyes impidan a un hombre débil volverse demasiado débil y a un poderoso volverse también demasiado poderoso”. Esta idea viene al caso porque en el México civilizado del siglo XXI, hemos permitido que un poderoso se creyera todopoderoso, debilitando aún más a sus débiles compatriotas. Tal cual, hemos permitido que un poderoso sin principios, por sus estultas decisiones y reconocidas sandeces, lastime y lleve a la miseria a endebles y desmemoriados productores de aguacates.

 

El sábado 12, un día antes del súper tazón, el gobierno de Estados Unidos suspendió “hasta nuevo aviso” la importación a su país del aguacate Hass mexicano. El castigo a los productores mexicanos es de suma gravedad pues la palta mexicana es el segundo producto agroalimentario de mayor exportación después de la cerveza. Ahora bien, de los 160 países a los que México exporta aguacate, el vecino país del norte importa el 84% del total. Más aún, de las 460,000 toneladas que México le vende a su principal socio comercial, 48,000 toneladas son consumidas por cerca de 100 millones de gringos solo el día del súper tazón.

 

Debemos considerar que esa decisión no fue fácil para EUA ya que el 80% de todos los aguacates que alimentan al pueblo norteamericano vienen de México. Es innegable que no les será sencillo producir tal cantidad en California donde el agua escasea, o comprárselos a República Dominicana o a Perú ya que ni juntos tiene la capacidad de proveer lo que México dejará de exportar. Sin duda, dicha decisión no formaba parte de una estrategia conspiranoica, como lo afirmó el presidente azteca, para atacar a los más de 21,000 productores mexicanos. De hecho, El Departamento de Agricultura de EUA (USDA) había creado la Junta de Aguacates Hass (HAB) para estimular su demanda.  Por otro lado, la Asociación Mexicana de Importadores de Aguacates Hass (MHAIA) también trabajaba arduamente del lado norte del río Bravo para fomentar su consumo nacional. Entonces, ¿por qué el gobierno de Biden decidió darse un aparente tiro en el pié?

 

La verdad es que los inspectores del USDA tenían meses recibiendo insultos y amenazas de parte de lo cárteles mexicanos infiltrados en la producción y exportación de aguacate. En reiteradas ocasiones y de distintas formas el gobierno mexicano fue advertido de que su política de “abrazos y no balazos” tenía que cambiar. Se le mostró con evidencia a los morenistas y no escucharon que dicha estratagema era como una guerra nuclear donde todos pierden. Y del lado americano, llegó el momento donde las autoridades sanitarias le recordaron a su gobierno que hay momentos donde la prudencia deja de ser virtud y que debía mandar una señal clara y dolorosa. Y así lo hizo.

 

Sin duda, el costo económico para México se verá reflejado en el valor de sus exportaciones ya que los productos agroalimentarios exceden los USD$33,000 millones, superan al ingreso por turismo y son tres veces mayores las entradas por exportaciones de crudo. Pero, como siempre, los más afectados por la oprobiosa terquedad presidencial son los pobres campesinos. Aparentemente esa actitud “pacifista” del gobierno para con los delincuentes es para congraciarse con ciertos grupos que le ayuden a mantener el poder. Sobre ello alertaba John F. Kennedy: “Si una sociedad libre no puede ayudar a los muchos pobres, no podrá salvar a los pocos que son ricos”, ni a ellos mismos. Ni hablar, el libre discernimiento del poderoso gobierno está erosionado las fuentes de trabajo e incrementado la pobreza entre los endebles productores de aguacate.

 

Lo que poca gente sabe es que, por temas de pestes y plagas, a México le tomó 83 años lograr que en 1997 le levantaran la restricción de exportación de aguacates. Sin duda fue encomiable el esfuerzo colegiado de los perseverantes agricultores quienes, durante ocho décadas, realizaron mejoras en procesos y productos, implementaron medidas fitosanitarias y llevaron a cabo negociaciones a todos los niveles para lograr volver a exportar. A partir de ese momento, en solo 25 años, los aguacateros, organizados y apoyados por la demanda norteamericana, se convirtieron en los mayores, contribuyendo con más del 30% de la producción total. No se vale que ahora todo ello se pudiera perder por culpa de un gobierno que no ha podido o no ha querido hacer una de sus funciones primarias, garantizar la seguridad.

 

Regresando a la idea del escritor Primo Levi, es innegable que a México le falta camino para que, como país civilizado, sus leyes “impidan que un poderoso político lastime a los débiles aguacateros y se empodere aún más”. Sin duda los michoacanos han de estar cansados de la indiferencia del gobierno ante las extorsiones, los robos y los copiosos asesinatos. Por otro lado, desde la óptica de la antropóloga Mead y considerando la creciente pobreza, parece que el gobierno tampoco ha sido capaz de ayudar a sanar económicamente al fémur desquebrajado del pueblo.

Concluyo pensando que tal vez los aguacateros de Michoacán sentidamente le recuerden al presidente una frase del padre Joan Bastard Comas: “La primera y principal política social es la que crea puestos de trabajo para todos. El trabajo digno y estable es el medio más adecuado para salir de la pobreza y vivir con dignidad”.