Alguien te amo, desde antes que existieras. Y Dios, por amor, quiso que fueras concebido.
El amor Divino, le dio forma a tu ser, cuando estabas en el vientre de tu madre. Pero el Señor, pensó en ti, desde antes de tu concepción; y su amor, le movió a regalarte el don de la vida.
Por eso, hoy podemos asegurar, que el amor de Dios es permanente. El Señor nos ha amado, desde antes de nacer, y más allá de la existencia. “Porque el amor, es más fuerte que la muerte”.(Ct.8,6).
Ya lo dice el profeta Jeremías: “Desde antes de formarte en el seno materno, te conozco; desde antes de que nacieras, te consagre y te constituí como profeta para las naciones”.(Jer.1).
Desde el seno materno, Dios tiene un plan trazado para cada uno de nosotros. Y en Él, se encuentra la razón de nuestra vida.
Estamos aquí, para cumplir una misión; pero, no hay que temer, a la hora de dar cumplimiento.
Dios, nos ha encomendado una tarea; pero no nos ha dejado solos. Así, se lo dijo a Jeremías: “ Mira: hoy te hago ciudad fortificada, columna de hierro y muralla de bronce, frente a toda esta tierra…te harán la guerra, pero no podrán contigo, porque yo estoy a tu lado para salvarte”.(Jer.1).
A veces, sentimos que la debilidad nos vence; y es ahí, cuando hay que recordar: que Dios nos hace fuertes, y nos convierte en “muralla de bronce”, para enfrentar al poderoso.
Pero también, los más cercanos, pueden ser un obstáculo, que nos impide cumplir con esa misión.
Eso mismo, le pasó a Jesús, con sus paisanos; ellos, le ponían trabas, en el desempeño de su tarea. Por eso, les dijo: “ Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra”. (Lc.4).
Dios nos creó con un fin. Y desde el seno materno, nos dio la forma, para poder dar cumplimiento a tal proyecto.
Por lo mismo, no hay que tener miedo a la tarea asignada. Porque no estamos solos contra el mundo, no olvidemos las palabras del Salmo: “Señor, tú eres mi esperanza…Desde que estaba en el seno de mi madre, yo me apoyaba en ti y tú me sostenías”.
Cuando te sientas débil, vuelve la mirada hacia el Señor, para que recuperes la fuerza.
Hoy, digamos con el Salmo: “Señor…que no quede yo jamás defraudado”.
Pbro. Lic. Salvador Glez. Vásquez.