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El Parque Tangamanga

Miguel Ángel Guerrero | 24/01/2022 | 00:53

Era el año de 1986, los alamillos, que no eran tan altos, danzaban apacibles al viento de la primavera. Mientras pedaleaba la única bici que tuve en mi niñez, color negro, marca Magistroni, el tema “La Puerta de Alcalá” sonaba a través de unos parlantes colocados en lo alto de los postes.

 

Todo el parque Tangamanga estaba sonorizado. Desde alguna oficina, los empleados sintonizaban FM Globo Stereo “Con música en tu idioma”, que si mal no recuerdo se escuchaba en el 96.9 de la frecuencia modulada y con las canciones de esa época, los hermanos de mi niñez fuimos creciendo y atesorando gratos recuerdos en el proyecto más noble y acertado del entonces gobernador Carlos Jonguitud Barrios.

 

Recuerdo también al solitario oso Rolando, que sufría la soledad del abominable hombre de las nieves en una pequeña jaula insalubre en la parte más alta del parque, justo atrás de la gran palapa donde se apreciaba la ciudad apaciguada por el Convoy.

 

En dos años, mi vida cambió extraordinariamente. Me convertí en un adolescente con mayor libertad y con otra forma de apreciar y descubrir el mundo. Y el parque Tangamanga seguía siendo escenario de mis días. Recuerdo los conciertos en el flamante Teatro de la Ciudad, que siempre quedaba resentido, con algunas bancas de tablillas de madera rotas ante la excitación del público que coreaba y las que no se rompían quedaban hundidas y deformadas por el peso de tanta alegría.

 

Varios años después, mis hijos chapoteaban en el parque acuático “Splash”, sin importarles lo helada que estaba el agua y con mi esposa paseamos en esas bicicletas para dos por la sinuosa ciclopista, observando a las familias que celebraban cumpleaños con globos de colores decorando cada una de las palapas.

 

Sin embargo, el parque Tangamanga, el escenario de la alegría de miles de familias se fue deteriorando y a ninguna administración estatal que le siguió al profe Jonguitud le importó cuidar el sagrado lugar de los potosinos. Las calles se agrietaron bajo el sol de sexenios siguientes. Cayó el cine del avión, el camión-tranvía que paseaba a los niños desde la glorieta principal se desvieló y el lago mayor se llenó de aguas negras provenientes de la zona diamante.

 

Pasaron casi cuatro décadas para que el gobierno del Estado volviera a ponerle atención a este parque. Hoy, mis hijos llevan a sus bebés a darles de comer a los patos y se complacen de ver cómo lo están rescatando. Celebro que la primera acción del gobernador Ricardo Gallardo Cardona haya sido rescatar nuestro parque sagrado y que mis nietos (y espero que los hijos de mis nietos) disfruten cada primavera en el sitio de mi recreo…