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¿Otra oportunidad perdida?

José Luis Solís Barragán | 27/11/2021 | 00:07

En el transcurso de la historia de un país hay momentos coyunturales que difícilmente se repiten y que abren la puerta para realizar cambios trascendentales en el timón y el rumbo en el que se han embarcado con el paso de los años.
 
En México se perdió la oportunidad de la alternancia democrática del 2000, si bien el partido dominante durante la mayor parte del siglo pasado salió de Palacio Nacional, la realidad es que nos encontrábamos frente a un gobierno que daría continuidad a la forma en como se hicieron las cosas durante los mandatos de los presidentes priistas.
 
Y después de 18 años, nuevamente México avanzó hacia una oportunidad histórica por lo menos de poner en la palestra pública, la ruta en la que debíamos avanzar, por un lado, continuar o dar un giro que pudiera plantear un futuro diferente, sin embargo, parece que nuevamente esa oportunidad se está perdiendo.
 
El holgado triunfo electoral de López Obrador solo puede entenderse desde la óptica del fastidio en el que se encontraba gran parte de la población y esto no era cosa menor, sobre todo considerando los altos índices delictivos, los raquíticos resultados económicos y sobre todo una clase política que cada vez representaba menos a los ciudadanos y a ello se suma el descaro de la corrupción y opulencia con la que se manejaron durante años la clase política dominante.
 
Nadie en su sano juicio puede negar que Andrés Manuel es un político nato, su capacidad de entender el humor social le permitió dar la imagen de ser un candidato antisistema, más pronto que tarde entendió que lo importante era “parecer” aunque la realidad fuera distinta a esa apariencia.
 
En esa lógica se ha mantenido durante la primera mitad de su mandato, de ahí la existencia de frases tan icónicas como: “yo tengo otros datos” o “no es falso, pero se exagera” o incluso llegamos a “no es falso, pero tampoco es verdadero”.
 
Sin embargo, hay momentos en que la realidad tiende a alcanzarnos a mostrarnos una realidad muy cruda y en este momento fue el caso de la bandera más icónica de aquel hombre que llegó a la máxima magistratura del país para limpiar la casa de tanta corrupción que heredó de los Gobiernos neoliberales.
 
 El combate a la corrupción es una política que nadie debe estar en contra de ella, es un fenómeno que lesiona diariamente a las arcas públicas, pero también a las familias, convirtiéndose en algunos casos en una especie de carga tributaria que impide el desarrollo del país en aras del beneficio personal de algunos cuantos.
 
Pese a la oportunidad de oro que se presentaba a México para cambiar aquello que tanto era repudiado, las instituciones han montado un escenario de apariencias en el que el combate a la corrupción ocupa un foco central mediáticamente, pero las acciones no parecen distanciarse de los métodos utilizados en administraciones anteriores.
 
Emilio Lozoya dio un oxigeno vital a una administración que atravesaba la crisis de la pandemia del COVID-19, su llegada a México sirvió para mostrar que el combate a la corrupción era un tema prioritario para el Gobierno que busca la transformación del país, pero la realidad empezó a mostrar ciertos claroscuros que pondrían en duda este estandarte.
 
Desde el inicio de su proceso penal el exdirector de PEMEX recibió un trato preferencial de parte de la Fiscalía, nunca pisó la cárcel a cambio de presentar pruebas que pudieran hacer caer al que Romero Apis definía como el Jefe de la Banda, es decir a Enrique Peña Nieto y al poder detrás del trono: Luis Videgaray.
 
Mucha expectativa levantaba el caso Lozoya, para propios y extraños resulta esencial desterrar la corrupción, pero la realidad volvió alcanzar las apariencias, ver al exfuncionario disfrutando de una vida libre de preocupaciones, sin presentar un poco de pudor, la escenificación de la corrupción paseaba por la capital del país generando muchas criticas y mostrando con claridad ese mundo de apariencias.
 
Apenas recientemente la Fiscalía General de la República cambió el trato privilegiado para Emilio Lozoya y decidió que era momento de que fuera retenido en el reclusorio, el costo de la desvergüenza se materializó, pero este cambio no se dio por sus confesiones delincuenciales, sino porque este símbolo de corrupción se convirtió en un lastre para las apariencias que se pretendió montar.
 
Hoy la 4T se enfrenta a lo que será una de sus mayores disyuntivas: continuar por el rumbo de los gobiernos anteriores, o dar un giro de timón y dar muestras claras y reales de que se pretende transformar al país, empezando por enfrentar la corrupción.
 
En está ocasión solo resta preguntar: ¿nos encontramos ante una nueva oportunidad perdida?
 
@josesolisb