Pedro Cervantes Roque | 21/01/2021 | 17:45
La depuración de los aspirantes a un cargo de elección popular tan importante como la gubernatura del estado es un proceso que de pronto es expuesto para demostrar cómo es la versión inversa de lo que antes pasaba en México. Es como si de pronto nos mostraran la imagen electoral en “negativo” para justificar que la selección de un candidato ha de pasar por la intervención popular a través de consultas para encontrar al personaje que goce de mayores simpatías entre la gente y, claro, con más posibilidades de ganar una elección.
El proceso, sin embargo, no nos garantiza otra cosa que no sea la simpatía de quien resulte mayormente conocido por quienes irán a votar después. Pero no necesitamos un simpático o una belleza femenina sentada en un escritorio donde se han de disponer las mejores soluciones a problemas complejos como la pobreza, la inseguridad, la falta de empleo y la gran dependencia que tenemos de los mercados que nos rodean, así como la desorganización en la producción de cuanto se siembra y cosecha en nuestros áridos campos.
Como juego, ha de ser muy divertido que los cuadros de dirigentes en los partidos salgan a la luz pública con un listado de aspirantes como el que nos acaba de enseñar Morena a fin de que opinemos quién o quienes serán las finalistas para ocupar cuatro posiciones como precandidatas a la gubernatura de San Luis. Permitir el registro libre de aspirantes, aún de aquellas que no forman parte de su membresía porque de seguro no hay un listado nominal de militantes, explicando a renglón seguido que eso es “una apertura a la participación de la gente”, significa también que se corre el serio riesgo de postular a alguien que -ganada la elección en su caso- termine por darle las gracias al partido un día antes de la toma de posición y mundo ahí te quedas.
Significa también que si la persona electa por los votos ciudadanos fuera la mujer que postuló Morena, alcanzó su triunfo gracias a su popularidad demostrada en una consulta a la gente. Los compromisos con el partido podrían quedarse en el último cajón del escritorio y dar paso a compromisos personales y quizá de grupo, pero no de partido. La experiencia se propone como novedosa, pero con riesgos para quienes echen a andar la maquinaria de un partido -grande o chica, como sea- queden al lado del camino porque la susodicha electa los dejó chiflando en la loma.
Sobra decir que las mujeres son veleidosas y eso en política va bien. El sector masculino de los partidos ha dado pruebas reiteradas de cambiar el rumbo para donde sople el viento. Esto no justifica aquello porque en el primer caso se trata de alcanzar un equilibrio de género donde este factor no debiera contar tanto como la sabiduría, la capacidad y la voluntad de hacer del terruño una tierra prometida.
Bueno, entre tanto se despeja la pista, otros aspirantes han circulado por los cuatro puntos cardinales del estado ofreciendo las perlas de la Virgen a cambio de los sacratísimos votos ciudadanos que los han de conducir a la silla más preciada de San Luis. Finalmente, la expresión aquella de que “la suerte de la fea, la bonita la desea” pudiera quedar en promesa fallida. Usted dirá.
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