La encuesta es la primera etapa de una estrategia publicitaria o propagandística. Es el punto de análisis que cimenta la estrategia a seguir. A partir de ella se construye la propaganda política para cambiar las cosas a favor del interesado que mandó hacer la encuesta. En base en ella se construye un programa de acciones que constituyen la estrategia con la promesa de mejorar los resultados finales. La encuesta, pues, es el principio, pero no el fin.
Sin embargo, los encuestadores ahora saben más que nosotros. Piensan y deciden por nosotros. Con suficiente anticipación nos informan quién va a ganar, como para convencernos de que no importa si la pandemia nos dejara salir a votar o no. De todos modos, los encuestadores consultaron los sagrados oráculos populares y ya saben quién va a ganar. No debiéramos estar preocupados como si de veras nos interesara el futuro de este país, como si nada fuera a pasar luego de las elecciones.
Una vez publicados, los números y porcentajes que arroja una encuesta quieren darnos certeza. No podemos fallar. Los signos y los nombres no son otra cosa que nuestra santa voluntad captada por las ondas telepáticas como las que El Dandy solía intercambiar en entrevistas por conversación mental.
Me pregunto si somos un pueblo atarantado por esa yerba que está en el centro de las discusiones camarales, si estamos embrutecidos por alguna bebida espirituosa, o tal vez adormilados por el sahumerio que se quema en el copal de los curanderos tradicionales. No puede ser que hagamos propio el sentido de una encuesta artificialmente armada. O peor aún, que permitamos que quienes pagan la encuesta eleven su más enérgica protesta porque los resultados de la elección no fueron los obtenidos en aquella y eso, según ellos, simplemente no puede ser.
El sentido original de una encuesta fue orientar a quien la ordenaba. Conocer las preferencias de los encuestados es la intención original de fabricantes de productos en un mercado competido, pero también puede serlo para quien aspira a un cargo de elección, para conocer la aceptación y la popularidad de aquel que se propone acceder al gobierno.
Ahora ese sentido se ha invertido y tenemos que cada partido, cada gobierno, manda hacer una encuesta y publica el resultado, pero no para conocer sus niveles de aceptación y popularidad sino para convencernos de lo que preferimos, pensamos y decidimos. Es la propaganda política más insultante porque se propone manipular nuestra preferencia y determinar el sentido de nuestro voto.
Ésta, bien puede ser una elección de encuestas y no de electores. Si no habrá grandes concentraciones en las plazas públicas, en los estadios o en cualquier paraje que permita la reunión de cientos o de miles, sí, por el contrario, podemos contemplar el ir y venir de encuestadores, la constante llamada telefónica al número que se le ocurra marcar al consultor, o inventar respuestas una mañana cualquiera para empacar los resultados en cualquier servidor digital.
No existe interés de los estudiosos de las ciencias sociales en estos procesos. Nadie parece estar al pendiente de sucesos ni de resultados. Nuestras universidades no han creado alguna escuela de opinión pública. El asunto político lo tienen alejado por temor o por falsa posición de autonomía. La política es la actividad humana más relevante mientras México busca el mejor camino para el desarrollo con justicia y equidad. Sin embargo, esa actividad está ausente del quehacer académico pese a que en la política coinciden muchas materias importantes para el desarrollo del país.
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