El final de los partidos políticos no está lejos. Hace muchos años que dejaron de representar la ideología de los segmentos mayoritarios de los más de 90 millones de electores y son manejados por grupos de individuos cuya calidad moral e ideológica colocó a esas organizaciones en el campo de lo indeseable de la vida pública de México. ¿Qué va a suceder? Sin aliento para protagonizar verdaderas contiendas electorales, los partidos entran en disputa por continuar siendo parte de las estructuras gubernamentales con el único fin de controlar y disponer del dinero público para su particular beneficio.
Ante tal panorama, la contienda político-electoral que estamos próximos a vivir, tiene enfrente espectáculos a manera de simulación de acciones democráticas, dejando a los electores con un palmo de narices porque los votantes esperan oír ofertas concretas ante problemas concretos como es la pandemia, la crisis económica y la creciente inseguridad pública. Enredados en una oferta ideológica que atiende a principios ciertamente democráticos pero burlados de mil maneras por los dirigentes de los partidos, estos no constituyen el motivo por el cual la gente va a votar el próximo junio de 2021.
Los aspirantes a los cerca de 21 mil cargos de elección que estarán en juego en esa fecha ignoran la realidad de la gente que aspiran a gobernar, o a representar -según el caso- y sus propuestas son divagaciones de una problemática que ellos contemplan sin la preparación suficiente para resolverla. El fracaso para muchos está vinculado a la ausencia de ofertas reales, de propuestas concretas para resolver problemas concretos.
Si agregamos el ingrediente de la pandemia de COVID 19 que afecta la vida social y económica, las campañas por venir tendrían que ajustarse a los requisitos exigidos por la autoridad para evitar contagios. Con un horizonte todavía lejano para disfrutar de los espacios cerrados, los partidos políticos no están equipados ni tienen ideas prácticas para realizar una campaña convincente entre los electores. Sus propuestas serían tal vez alejadas de la realidad que vive el elector promedio, cuyos deseos concretos son relacionados con la fecha del fin de la pandemia, la recuperación de la economía y la mejora de la inseguridad.
En ninguno de esos casos los partidos o sus candidatos tienen soluciones a la mano qué ofrecer. Navegarán por los senderos de la demagogia y de los fabulosos caminos de la democracia que no sirven para atender las emergencias que sufre la gente en este momento.
El reto no es fácil ni sencillo de resolver. Todavía no existe un solo proyecto presentado por cada partido. Sin esas ofertas, los partidos políticos están muy cerca de su final. Si éste no ha llegado es porque todavía las leyes los reconocen como las vías para acceder al poder en México, pero su desgaste es cada vez mayor y su final, en los hechos, no está lejano.
Mientras esta perspectiva se amplía cada vez, lo inmediato es que los órganos electorales preparen los instrumentos necesarios para que el votante pueda depositar sus sufragios sin exponerse a contagios, sin temor de equivocarse en sus decisiones por falta de información, y seguro de que su existencia no está en peligro por la acción de un virus persistente y mortal, o por las bandas delincuenciales que asechan en la vía pública tanto como en los hogares, por mucho que se trate de zonas supuestamente bien vigiladas.
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