Las leyes están para cumplirse o, por lo menos, así debería de ser en un verdadero Estado de Derecho. Pero hay quienes, al puro estilo del mago Houdini, gustan de retorcer y aparecer nuevos ordenamientos para amparar cualquier ocurrencia populista.
Ejemplos hay muchos, desde la ilegalidad de rifar el avión presidencial, hasta la ferviente moda por las consultas populares. Todo esto, en lugar de gobernar y asumir las responsabilidades mandatadas por la Constitución.
¿Qué tan mal le estarán saliendo las cosas al gobierno, que apenas a dos años de gestión, ya pusieron sobre la mesa una de esas cartas que solo se usan en casos de emergencia? Hablamos de la consulta para juzgar a los ex presidentes, cuya petición expresa ya está en el Senado.
Una consulta que, aunque el propio López Obrador pidió que tuviera un origen ciudadano, al final terminó siendo por instrucción directa de Palacio Nacional, pues no alcanzó las firmas necesarias en el plazo establecido.
Y es que la presión e intromisión del Ejecutivo en los trabajos de los demás Poderes de la Unión es cosa de todos los días. El Presidenteavienta la bolita para que sus peloteros conecten y se haga, sí o sí, lo que diga su dedito.
Por lo menos en el Legislativo la cosa está planchada, ambas Cámaras presumen estar siempre listas en eco sonoro: "Lo que usted diga, señor Presidente". No hay autonomía, no hay autocrítica, no hay ninguna transformación.
Las presiones del Ejecutivo han alcanzado también a los órganos autónomos y toda aquella institución que "estorbe" en la ejecución de los planes gubernamentales. A nadie sorprende que la fila de renuncias en el gabinete siga en aumento, no por incompetentes, ni por falta de eficacia en el cumplimiento del deber, sino por atreverse a sugerir que las cosas se están haciendo mal.
Y son muchos los que festejan a este "vengador" en el que se ha convertido el gobierno, quienes también celebran las bromas, los chistes, las ofensas contra quienes han sido denominados corruptos, vende patrias, conservadores, mafia del poder.
Al contrario, son pocos los que detectan las sombras que dejan a su paso las acciones autoritarias en la vida cotidiana. Pocos se han dado cuenta de que algo está cambiando, que el ambiente huele distinto y que se percibe algo que se transfigura, no tan bueno como pensaban.
Las democracias son resultado del esfuerzo de millones de personas que durante décadas, e incluso siglos, entregaron su vida por las libertades y el pleno ejercicio de los derechos que se fueron ganando uno a uno. No olvidemos nunca que, paradójicamente y muy a pesar del fantástico teatro populista, las democracias también pueden morir así, democráticamente.
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