Las múltiples caras del Presidente aparecen una tras otra según la conveniencia del asunto. Es un ferviente defensor de los marginados y también amigo íntimo de la otrora mafia del poder.
Puede ser el más férreo impulsor del nacionalismo y, al mismo tiempo, el socio obediente del imperio americano. De su boca lo mismo sale una oda a los héroes patrios que la espada para denostar a los conservadores, adversarios y personajes no alineados.
Sorprende, incluso, su pasión por los deportes y el desprecio por la protección del medio ambiente. La verborrea sobre el futuro de México no alcanza para proteger a la selva o los manglares amenazados por los megaproyectos.
Se dice defensor de las mujeres y encabeza el gobierno con un exponencial e histórico crecimiento en vejaciones con causal de género. Debe ser difícil decir algo hoy para negarlo mañana y, si se requiere, afirmarlo una vez más.
El Presidente de México elige cada día el personaje que quiere ser. Como un maestro del disfraz selecciona las palabras, matiza los encuadres, ajusta la mira y da rienda suelta a las filias y fobias de moda.
Es un camaleón para aquello de lo que se dijo de una forma pero en realidad significa otra. Incluso, la justicia, la democracia y la libertad, tienen reservadas para él sus propias definiciones.
Desde la antonomasia, el Peje quien es también el señor de las mañaneras, hace uso del lenguaje como arma de cargo. Los blancos son conocidos, los embates distintos marcados por la evolución de sus cóleras.
¿Cuántos presidentes hay? Muchos, más de los que cualquier ciudadano imagina. En el discurso se adivinan varios de sus personajes, en la pose y la mirada, emergen otros tantos.
Como mago, saca de la chistera al conejillo que usará en el nuevo acto. Una paloma aparece desde adentro del saco, pañuelos multicolores para entretener a la audiencia y un sinfín de números aprendidos, aunque nunca falta la amiga improvisación.
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