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Cosas que debes saber antes de bañarte en el Atlántico

Traveler | 01/08/2020 | 11:57

El norte de España se encuentra de moda. Son muchos los que este verano se han lanzado a conocer una costa que hasta hace poco tiempo era un secreto a voces. Ni llueve a mares, ni el agua está tan fría como se decía por latitudes más meridionales.

 

Los campings del Cantábrico registran aforos completos, y los restaurantes no saben de dónde sacar más pulpos, chuletas, zamburiñas y anchoas con las que calmar los paladares de los visitantes.

 

La playa es, con mucho, el reclamo más sonoro, el paraíso buscado por quienes han soñado con arena y salitre durante el largo confinamiento. Y sin embargo, es muy importante saber que el Atlántico dista mucho de ser el Mediterráneo, un embalse, o un lago. Estos son los cinco factores que debes tener en cuenta antes de zambullirte en sus aguas.

 

CORRIENTES

 

Es habitual que muchas playas del norte de España se formen en estuarios donde desembocan ríos cortos pero bravos, rías anchas como las gallegas y estrechas como las asturianas de Villaviciosa y Avilés; o bien, desembocaduras que dan lugar a bellos puntales de arena como en Santander, Laredo y Mundaka.

 

Estas aparentemente mansas láminas de agua se mueven con el sentido de la marea, lanzando mar adentro o tierra arriba a quien ose perder pie en ellas: allá donde cubre existen más posibilidades de que exista una corriente.

 

La mecánica es simple: el agua, en su flujo constante, excava el lecho marino creando una especie de “canales submarinos”. Estos son bien visibles durante la marea baja en forma de “arroyos” que nacen en la arena y mueren en el mar. Por eso, si camináis por una playa en bajamar, fijaos bien en dónde hay agua o pozas: allí, en marea alta, se encontrarán las corrientes.

 

OLEAJE

 

Es habitual que los arenales gallegos, cántabros, asturianos y vascos más expuestos a mar abierto se encuentren jalonados por las espumas de las olas. Hay playas de reconocido renombre por ello, atrayendo a cientos de surfistas cada verano. Pantín, Doniños, Salinas, Sopelana, Zarautz… Todas ellas comparten características: playas anchas, abiertas al Atlántico, enmarcadas por grandes acantilados, campos de dunas o la alargada sombra de los apartamentos.

 

A la hora de prevenir, siempre es buena idea saber cuánto oleaje habrá consultando páginas como Windguru o Surf Forecast, donde se da información precisa de vientos y marejadas. Una vez en la playa, lo mejor son las banderas y señales de los socorristas que, a tal efecto, sitúan zonas de baño allí donde las olas rompen más fuerte.

 

¿Por qué esta decisión? La rompiente es la zona más adecuada para el baño: el agua que las olas empujan hacia la playa vuelve al mar por los laterales, creando las corrientes de resaca y la peor zona posible para darse un chapuzón. Allí cubre más, fruto de la fuerza de la corriente y, por tanto, provoca una sensación engañosa: allí donde no rompen olas es porque cubre y, si cubre, es que existe una corriente.

 

PEZ ESCORPIÓN

 

Si en el Mediterráneo tenemos a las medusas, en el Cantábrico y el Atlántico nuestro acompañante venenoso será un pez del tamaño de una sardina. El escorpión, como lo llaman de costa a costa, se entierra en la arena y espera a la noche con las espinas inhiestas, listas para defenderse si un pie humano se dispone a pisarlo.

 

Los instructores de surf lidian habitualmente con sus picaduras, así como los niños, que se bañan en las pozas donde este pez veraniego busca refugio y agua caliente. En caso de picadura, es recomendable acudir cuanto antes al puesto de los socorristas más cercano, donde sacarán el veneno y aliviarán el dolor metiendo el pie en un barreño de agua caliente. Y si la playa está alejada y sin vigilancia, uno siempre puede orinarse para que el veneno salga ante la reacción con el calor: remedio surfero aprendido en Xagó.

 

LOS SOCORRISTAS

 

El cuerpo de vigilantes playeros que coordina Cruz Roja y otras empresas dedicadas al salvamento en nuestras playas se ocupan de, al igual que este artículo, prevenir a los bañistas y visitantes de las playas atlánticas de los peligros de las mismas. La diferencia es que ellos os rescatarán si, por despiste o imprudencia, os adentráis en esa zona de la playa donde no hay olas y resulta que hay una corriente fuerte, u os curarán la picadura de un pez escorpión.

 

Mientras que en países como Francia o Estados Unidos los socorristas son una autoridad, en España su papel se encuentra difuso y no es delito saltarse sus indicaciones. La mayoría de los accidentes de producen después de las 19.00 horas, cuando los socorristas recogen sus bártulos y prismáticos.

 

Un baño al atardecer en Valdoviño, Nemiña, Liencres o Sopelana puede convertirse en una agobiante aventura si no elegimos bien el lugar donde se produce: allá donde rompan espumas, nos vea gente, y nunca podamos perder pie.

 

Y si el mar está en calma, cosa poco habitual en las playas de las que hablamos, aprovechemos: cuando duerme como un oso hibernando, no hay océano más bello que el Atlántico.

 

MAREAS

 

Todos los veranos, los autóctonos norteños que reciben a los veraneantes en las playas de su tierra son testigos de una escena cómica, fruto de una inocente ignorancia. Una familia se instala al borde del mar, pensando que, como sucede en el Mediterráneo durante los meses de verano, la subida y bajada de la marea no alterará en absoluto su privilegiada ubicación. Una hora más tarde, el agua penetra en las toallas despertando a quien duerme, lee o toma el sol confiando en que, cuando abra los ojos, el mar seguirá donde lo dejó.

 

No pretendo en absoluto burlarme de quien ha sufrido dicho percance, sabiendo que escenas paralelas se producen cuando los norteños se pierden en el metro de Madrid. Salir de un hábitat provoca esta clase de fallos que, con un poco de humor, se olvidan pronto.

 

Sin embargo, el desconocimiento respecto a las mareas puede provocar accidentes serios: muchas rías asturianas y cántabras son fácilmente vadeables en bajamar, pero no tanto cuando la marea comienza a ascender. Son muchos los que se adentran en calas y parajes escondidos aprovechando que el mar está lejos, pero no cuentan con que, seis horas después, esa playita escondida que ahora aloja tu baño naturista puede ser sólo agua y olas.

 

La playa de Covachos, en Santander, es célebre por las estampidas de gente, locales y foráneos, que deben escalar las rocas para escapar de las mareas que reducen a la mitad el tamaño de la playa. Una tabla de mareas, presentes online y en cada puesto de socorristas, nos resolverá el problema: el Atlántico ya no tiene por qué intimidarnos.