AMENAZADOS POR EL CONTAGIO de un virus que puede ser mortal, improductivos por el encierro en que la autoridad sanitaria nos recomienda estar, hoy tenemos un futuro incierto porque la pobreza -no la riqueza- podría igualarnos en un plazo todavía no previsto. Ninguna teoría económica puede ser válida en este momento en que las grandes plantas industriales se han visto en la necesidad de silenciar sus máquinas, de apagar sus altos hornos y tranquilizar cuanto pueda generar una cercanía entre los trabajadores que, de permanecer cercanos, podrían sucumbir ante el intercambio de una cantidad irrisoria de partículas de exudados fortuitos.
SI EL CONTAGIO ATEMORIZA, LA crisis económica parece inevitable e impredecible. Si los dueños del capital, los empresarios, sufren la angustia de tener que cubrir salarios a una planta laboral paralizada, todos sabemos que la opción a la vista es el gobierno -en su nivel más alto- el único que abreva un poco de la riqueza generada en este país, que distribuye la proporción fiscalizada a los empresarios compartiéndola con los gobiernos estatales y municipales, bajo el escrutinio de entidades que vigilan el destino del dinero compartido para asegurar que no haya desviaciones del recurso.
EN ESTE MOMENTO MÉXICO VIVE una crisis sanitaria por el coronavirus y una crisis económica porque el gobierno estima que los impuestos pagados por el sector privado están fuera del alcance de ese sector que aporta, porque los criterios socialistas del gobierno toman en cuenta solamente a los pobres, sin que exista una demostración plena de la razón que justifique por qué “primero los pobres” si no existe un plan que permita su reivindicación real, su verdadera salida de la pobreza y no solamente la entrega de una limosna, insuficiente por lo demás.
SI ESTA CRISIS ECONÓMICA coloca la pobreza en tiempo y espacio para su desaparición del campo, de las zonas indígenas, de los cinturones miserables que rodean las ciudades principales, habría que aceptar sin reparos la asistencia pública como un camino hacia el bienestar social, hacia el acercamiento de los necesitados al decoro de una vivienda, de un alimento, de una educación, todos ellos a la altura de nuestros ideales más acariciados.
PERO YA SE DESCUBRE QUE LAS cifras manejadas en los discursos oficiales están más allá de nuestro más romántico pensar. Improvisar una intervención gubernamental en momentos de crisis nos hace transitar al filo de la navaja. Nos acerca al riesgo de no atinar con las medidas anunciadas, al centro de las soluciones y perder no solamente tiempo, sino un recurso que ya comienza a ser escaso porque ya no habrá dinero que alcance.
AL IGUAL QUE LOS CIENTÍFICOS SE esmeran en buscar antivirales, vacunas o medicamentos que atenúen la peligrosidad del coronavirus, los más diestros ecónomos del país han centrado sus análisis, pronunciado sus hipótesis sobre las cuales construir tesis eficaces para resolver la crisis nacional, pero los políticos, especialmente los que gobiernan este momento crítico para nuestro país, todavía están fuera de la realidad que nos impresiona a todos, proponen soluciones de corto alcance y no proponen planes económicos a la altura de los problemas que enfrenta este país, porque si México fue dañado por la corrupción del pasado, el tiro de gracia podrían darlo los populistas que tienen dañada la visión.
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