Salud180.com | 25/02/2020 | 23:50
El diccionario de la Real Academia Española define la palabra amar, como el tener amor a alguien o algo. Sin embargo, en el mundo emocional de un ser humano, dicha expresión va más allá y está relacionada íntimamente con los apegos.
Las parejas suelen relacionarse en función del tipo de apego que construyeron de niños con sus padres o cuidadores, y éstos suelen dividirse en: el apego seguro, el evitativo, el ambivalente y el caótico. Elegimos a personas que nos hacen experimentar sensaciones afectivas similares a las vividas con quienes nos protegieron en la infancia.
Así lo expuso Gabriela Martín del Campo, egresada del doctorado en Psicoanálisis de la Universidad Intercontinental, durante el taller titulado"Pareja: Dime con quién andas y te diré quién eres” organizado por el Campus virtual e-UIC y la División de Posgrados.
¿De qué trata cada apego?
Diversos experimentos con monos, han confirmado cómo estos mamíferos reportaron ansiedad, depresión y aislamiento afectivo cuando fueron apartados de sus madres. Consecuencias similares se han observado en los seres humanos según el vínculo de los niños desarrollado con sus padres o cuidadores cercanos, el cual tendrá efectos en la adultez y en las relaciones de pareja que la persona establece.
A través del experimento denominado ‘Situación extraña’, un clásico entre los psicólogos especialistas en desarrollo infantil temprano, se observó el comportamiento de menores en tres momentos: cuando están cerca de sus figuras importantes como la madre, el padre o el cuidador principal, cuando esta figura se va y cuando regresa. A partir de este experimento, explica la egresada UIC, se definen cuatro tipos de apegos afectivos:
Apego seguro
Se forma alrededor de los ocho meses de edad; el niño distingue quién lo cuida y es confiable y quién es un extraño. Si ve a la figura con quien mantiene un vínculo afectivo, se siente tranquilo incluso cuando se separa unos metros porque la sabe presente.
Este apego florece al sentirse cuidado y aceptado porque quien lo cuida está disponible de forma suficiente y lee sus necesidades. En la adultez este apego se traduce en internalizar a la pareja y saberla cerca aunque no esté todo el tiempo físicamente.
Apego evitativo
Cuando no hay un vínculo estrecho o presencia frecuente, el niño prefiere evitar la relación para no sentirse abandonado. Así, en el experimento mencionado, la persona cuidadora se va pero el niño no llora, no le importa, y cuando regresa lo ignora y evade la relación para que no le duela la ausencia. En el caso de los adultos este tipo de apego se presenta en personas que necesitan ser amadas pero no se involucran tanto o huyen por temor al abandono.
Apego ambivalentes
El niño no se siente seguro de saber si la persona que lo cuida regresará o no, incluso cuando ha vuelto no se calma del todo. Oscila entre querer apegarse y no hacerlo. En la adultez, así les sucede también en la vida de pareja.
Apego caótico
El niño se sale de control; la ansiedad lo rebasa cuando la figura cuidadora no está, y a su vuelta no lo puede calmar ya que no hay un vínculo constante, ha estado lejana físicamente o demasiado cercana, porque la sobreprotección también es una forma de abandono afectivo.
En la relación de pareja, este apego se manifiesta ante un miedo desproporcionado a que el otro se vaya; se presenta un estado muy ansioso por ejemplo cuando la pareja no responde de inmediato llamadas o chats. Si no se percibe cerca o imagina un posible abandono, la persona vive angustia, depresión y cae en excesos posesivos y de celos.
Si detectas que vive uno de estos apegos no saludables, puedes trabajar en sanar esas experiencias de la infancia de forma individual o mediante una terapia, a fin de lograr experiencias afectivas diferentes en las cuales te sienta más segura y tranquila.