Alfonso Álvarez B.
Plano Informativo | 15/04/2010 |
Polifacético es como se le podría calificar. Porque “ser músico y trovador de veras” con la Estudiantina Universitaria Potosina; pisar el ruedo para enfrentar a un burel de casta e inventar pases como “el de la peregrinación” u ocupar la banca de un equipo de Primera División como el San Luis sin ser jugador, entrenador o pertenecer siquiera al cuerpo técnico, no está al alcance de todos.
Ahora que si a todo eso usted agrega q
ue se debe dar tiempo para oficiar la misa, escuchar y dar la absolución a los pecadores, preparar los sermones dominicales, dar la bendición a las “parejas suicidas” que llegan al altar para unirse en matrimonio o derramar (como dicen los redactores de sociales) las aguas del Jordán sobre la cabecita del nuevo cristiano, la cosa se complica.
Tal vez para hacer todo lo que en párrafos anteriores relatamos se requiera ayuda divina. Y no dude que nuestro entrevistado la reciba, pues por algo lo conocen desde hace aproximadamente 40 años a la fecha como el “Pa
dre de la Raza”.
El es el presbítero Juan Flores Díaz quien, un poco renuente a las entrevistas, concedió ésta a Plano Informativo hasta la tercera vez que se la propusimos.
LOS HOMBRES SON MAS “JIJOS DE LA GUAYABA”
Sentados en una banca frente a la iglesia del Santo Niño del Desagravio, parroquia vecina a los barrios de San Miguelito y San Juan de Guadalupe, lo primero que preguntamos al padre Juan Flores es ¿por qué ese sanbenito de “Padre de la Raza”? Se pasa la mano derecha por su cabello entrecano, sonríe con un poco de picardía y dice con sencillez: “Porque soy amigo de todos, pero más de la “pelusa”.
Menciona que los primeros que lo empezaron a llamar así fueron jóvenes universitarios, allá por el año 1965. Con ellos el padre, aunque no sea artista consumado, tuvo tiempo de discutirse uno que otro “palomazo” durante las callejoneadas de la Estudiantina Universitaria Potosina.
Desde ahí empezó a conocer a la raza y la raza lo conoció a él.
Para despejar
otra de nuestras dudas, preguntamos al sacerdote por qué a su Iglesia se le llama del Niño del Desagravio. De buen humor explica que en ocasiones hay diferencias entre amigos, novios, o matrimonios. Si las cosas no se remedian, muchos piden la intercesión de la pequeña pero milagrosa imagen de ese templo y la mayoría de las ocasiones todo vuelve a su cauce normal gracias a ella.
Y agrega ante otra pregunta: “Las más de las veces los pleitos entre parejas los provocan los hombres; son más jijos de
la guayaba”.
LOS HÁBITOS Y EL FUTBOL SI SE LLEVAN
Ampliamente estimado por los futbolistas, el sacerdote prácticamente se ha convertido en el capellán de los ahora Gladiadores de San Luis.
Su presencia no asombra a nadie cuando antes de los partidos se introduce al vestidor de los de casa, reúne a los futbolistas y juntos rezan una oración. Pero aclara que “Dios no hace milagros” en lo que a ganar partidos se refiere, pues los jugadores le tienen qué echar ganas para que luego de los 90 minutos reglamentarios la situación se resuelva a su favor.
Pero mientras son peras o son manzanas, el padre Juan Flores antes del partido les da su bendición. “En general ellos son personas de fe y los considero mis amigos aunque algunos no sean católicos”.
Hablar de la “historia futbolística” del padre Flores Díaz nos llevaría, en la jerga periodística, varias cuartillas. Sin embargo cabe apuntar que su primer contacto con un balón fue como estudiante en el Colegio Salesiano, aunque reconoce que nunca llegó a ser un crack como Leonel Messi.
Más tarde, ya ordenado sacerdote, fue asignado al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. De ahí salía por las mañanas, luego de calzarse sus tenis, para hacer ejercicio corriendo a todo lo largo de la Calzada. Uno de esos días en su ruta se encontró con futbolistas de aquel San Luis que muchos aún recordamos. ¿Ellos?, “La Rata” Muñoz, José Camacho, Domingo “La Araña” Ramírez, etc. Los muchachos lo invitaron a correr con ellos y ahí la amistad comenzó
Fueron aquella pléyade de jugadores que, aún militando en la Tercera División profesional llenaron el Coloso de Alamitos. Y al recordar más nombres, la mirada del padre Flores se enciende: Habla de aquel San Luis de Arturo Mendoza, cuando llegaron de Guadalajara los muchachos que integraron lo que fue columna vertebral para ascender de tercera a segunda división: Heriberto Lizaola (defensa), Ernesto Rojas (un excelente mediocampista) y Rubén Durán (goleador nato, un depredador del área).
ERA “MALETA”, PERO LE ECHABA GANAS
Llegó el ascenso de tercera a segunda divisiones y luego la etapa de oro de aquel Santos del San Luis.
A reforzar el equipo que había ascendido a segunda división llegó como entrenador y jugador el que tal vez ha sido el máximo ídolo del futbol mexicano: Salvador “Chava” Reyes. La afición potosina tuvo el privilegio de ver en el estadio “Plan de San Luis” su última gran etapa, cuando desde la media cancha, que no desde la banca, integró y dirigió un conjunto al que muy pocos pudieron ganar.
Y a ese equipo se sumaron piezas fundamentales: José Pilar Reyes, un portero de época que llegó de Aguascalientes y fue seleccionado nacional; y vino aquel centro delantero, Marino Guevara, quien con su “cabecita de oro” definió partidos claves para los auriazules en los últimos minutos, Julio “El Fanta Valadez”, etc., que se unieron a jugadores que ya eran ídolos de la afición, como Antonio Carrizales, “La Garita” Hernández o David Atisha, los tres potosinos.
Vaya usted a saber si las bendiciones del “Padre de la Raza” influyeron. O tal vez las porras entusiastas de aquella cofradía de aficionados que se hacían llamar “Toño y sus Apóstoles”, y que domingo a domingo llegaban al estadio poco antes de la 12.00 horas también fueron decisivas. Lo cierto es que en una sola y arrolladora temporada aquel Santos de San Luis llegó al mundo privilegiado del futbol mexicano: La primera División.
Y junto a ellos siempre estuvo el padre Juan Flores.
La cercanía con el equipo se consolidó y el sacerdote los acompañaba casi a todos los lugares e incluso se daba tiempo para jugar su “cascarita” durante los entrenamientos, aunque reconoce que comparado con los jugadores, “ellos eran de primera y yo era un maleta de primera”.
Los recuerdos se agolpan en la mente del “Padre de la Raza” y recuerda el debut del San Luis cuando en un día triste salieron goleados 6-1 del Estadio Azteca a manos del América, pero eso sí, después tal vez una maldición cayó sobre aquellos millonarios de Emilio Azcárraga Vidaurreta (QEPD) pues nunca más, en toda la historia de los Santos, les volvieron a ganar ni en su estadio ni en el Plan de San Luis.
Los juegos San Luis-América se jugaban a morir y el sacerdote aún recuerda cómo al terminar uno de los encuentros vio a Toño Carrizales, un auténtico demonio por las bandas, salir “echando espuma por la boca”, luego del gran esfuerzo que había realizado.
Al padre Juan el futbol le ha dado grandes alegrías, pero también penas profundas y de éstas señala dos: El deceso de Rafael Loeza (un gran medio del San Luis que falleció cuando tripulaba su automóvil y chocó contra una palmera en la avenida Carranza), y el fallecimiento del ingeniero Claudio Ayala, entonces presidente de los Cachorros del Atlético Potosino. A los dos el sacerdote los despidió en sus misas de cuerpo presente.
Pero alegrías son asimismo las invitaciones que le hacen los futbolistas para que bautice a sus hijos, oficie la misa de la hermana quinceañera o el matrimonio de alguno de ellos o de sus familiares.
Y EL “MALDITO” ÁRBITRO LO QUISO EXPULSAR…
Innumerables son las anécdotas del párroco, pero sin duda una de las que más recuerda es cuando el silbante Alfonso González Archundia lo quiso expulsar de la banca del San Luis. (“Hubiera sido el primer presbítero expulsado sin jugar siquiera”, dice con una sonora carcajada) y a continuación aporta detalles del incidente:
“Como casi siempre, era yo invitado a la banca del equipo y así presenciar los partidos desde un lugar privilegiado. Para no “despertar sospechas”, portaba unos pants, en ocasiones una cachucha y me sentaba con los jugadores suplentes. En aquellos años los Santos de San Luis eran dirigidos por el entrenador chileno Hugo Cheix Cisterna y se contaba con uno de los más grandes cracks que ha visto la afición potosina, el chileno Pedro Araya; estaba en la defensa el uruguayo Roberto Matosas y en la portería el argentino Ciro Barbosa. Y bueno, para qué seguirle…
“Todo transcurría normalmente en el partido, cuando de pronto González Archundia volteó a la banca y escuchó a alguien gritando. Comenzó luego a contarnos uno por uno, mientras nosotros, sentados, nos mirábamos entre sí. De pronto el hombre de negro se dejó venir hecho una furia y como yo fui el más cercano, me exigió que saliera del campo.
Los reclamos del entrenador Hugo Cheix no se dejaron esperar e inquirió al árbitro cuál era la razón de la expulsión, a lo que el silbante contestó: “Hay un suplente de más en la banca”.
La discusión se generalizó en esos momentos y algunos de los jugadores suplentes hablaron con González Archundia para tratar de hacerlo entrar en razón, pero el hombre era como Gabino Barrera (no que dejara mujeres con hijos por donde quiera, sino que no entendía de razones), hasta que al final, alguien le dijo que a quien quería expulsar era un sacerdote.
Un tanto incrédulo, el juez central, se acercó, miró al presbítero y dijo: “¡Ah ca…ñón.! Está bien... pero que se calle”; luego se dio media vuelta, se dirigió al campo de juego y reanudó el partido.
Así, quizá por respeto a la persona, tal vez por la presión del público y los jugadores, o todos los factores a la vez, lo cierto es que el “Padre de la Raza” se salvó de ser el primer religioso en ser expulsado de un campo de futbol en Primera División.
“HEY PADRE NO LO PERSIGA, NO ES PEREGRINACION”…
También relacionado con el futbol, se pregunta al padre Juan la razón por la que algunas personas acuden a los estadios con imágenes, preferentemente del Niño Dios, vestido con el uniforme del equipo favorito, a lo que dice que de ninguna manera se puede considerar una irreverencia, sino una expresión de fe de los mexicanos, “expresión que por demás es respetable”.
Y como el “juego de la patada” es evidentemente su favorito, el padre Díaz Flores sigue imparable con los recuerdos y pide que anotemos cuando el San Luis de la nueva época dirigido por Raúl Arias se salvó de irse “al infierno” de la división de ascenso con un gol milagroso, no de último minuto sino de último segundo, anotado al Atlas por Marcelo “El Colorado” Guerrero.
En esos momentos –recuerda con entusiasmo-, el San Luis estaba hundido y la gente desconsolada empezaba a abandonar las tribunas del “Alfonso Lastras”. Yo les gritaba: “No se vayan, espérense”. En esas estaba cuando de pronto un rebote dentro del área le cayó al “Colorado”, prendió el balón con la derecha y ¡¡¡gol!!!... El milagro se hizo… “Fue un triunfo de esos buenos”, dice con una gran sonrisa.
Pero por si todo lo reseñado sobre el padre Juan Flores Díaz no fuese suficiente, debemos dar paso a su “vida de torero”, que aunque más corta que la de futbolista, también es “apasionante”.
Y uno de los capítulos de ésta fue el ocurrido cuando acudió a la ganadería de Garfias como “espada” invitado y luego de pisar el ruedo y sentir el calor de la afición, se quiso lucir en su turno y decidió recibir a “porta gayola” (esto es, hincado y capote en manos frente a la puerta de toriles) al astado.
Sin embargo, mientras el torero esperaba al burel por el lado izquierdo, éste pasó como exhalación por el derecho. Desesperado, el padre Juan Flores persiguió, hincado por el ruedo y por varios metros a la bestia, en su afán de darle unos cuantos pases de antología al más puro estilo de Carlos Arruza. En esos apuros andaba el sacerdote, cuando un espectador irreverente le gritó desde la barrera: “Hey padre, esto es toreo, no peregrinación”…
Y al contar esto, el sacerdote sonríe un poco apenado.
Pero total, esto también es parte de su vida… la vida del Padre de la Raza.