Agencia | 10/06/2019 | 22:23
El agua más salada del planeta está en el lago Don Juan, en los valles secos del noreste de la Antártida. Aunque le llamemos "lago", es más bien una charca con una profundidad media inferior a los quince centímetros. El agua es tan salada que no se congela a pesar de que la temperatura ambiente es de unos -50º. El agua contiene un 40% de sal, 18 veces más que el agua de mar y el doble que la del mar Muerto, que solo es ocho veces más salado que el resto de océanos.
El lago Don Juan se descubrió por casualidad en 1961 y se bautizó con e nombre de dos pilotos de helicóptero del ejército estadounidense, los tenientes Donald Roe y John Hickey -de ahí Don John o "Don Juan"-, que transportaron al primer equipo de campo que se desplazó allí para estudiarlo.
Posiblemente, se trate de la charca más interesante del planeta. Los valles secos de la Antártida son el punto más seco y frío del planeta, por lo que el mero hecho de que haya agua allí ya resulta asombroso. No vino del cielo, porque hace demasiado frío y viento para que llueva o nieve; ha ido ascendiendo desde el subsuelo, adquiriendo salinidad a mediad que la capa superior de agua se va evaporando. Dadas estas condiciones tan absolutamente desfavorables, los primeros investigadores se quedaron asombrados al descubrir vida allí: finas capas de algas verdiazules alberga an a una floreciente comunidad de bacterias, levaduras y hongos.
A partir de esa primera expedición, y por motivos que aún se desconocen, el nivel de agua de la charca ha disminuido a menos de la mitad, y la vida ha desaparecido. Sin embargo, incluso esto es importante, porque las aguas contienen óxido nitroso -más conocido como "el gas de la risa"-, un producto químico que antes se creía que necesitaba de vida orgánica para aparecer. Ahora se ha descubierto que se trata de un subproducto, consecuencia de la reacción entre las sales del lago y la roca basáltica que lo rodea.
Si en Marte se encontrara agua líquida, es muy probable que fuera en forma de charcas frías y alquitranadas, como la de Don Juan. Y ahora sabemos que, como mínimo, algunos de los elementos químicos ricos en nitrógeno -imprescindibles para la vida- pueden darse incluso en el entorno más hostil.
A diferencia de lo que sucede en el lago Don Juan, en el mar Muerto hay mucha vida. No hay peces, pero las algas son muy abundantes y acogen y alimentan a unos microbios llamados Halobacteria. Pertenecen al dominio de los Archaea, la forma de vida más antigua del planeta. Son tan antiguos que, en la escala del tiempo evolutiva, los seres humanos estamos más cerca de las bacterias que las bacterias de los Archaea. Al igual que los antiguos habitantes del lago Don Juan, los Halobacteria son "extremófilos": sobreviven en condiciones en las que antes se creía imposible la vida.
Las Halobacterias también son conocidas como "el microbio renacentista", porque pueden reparar su propio ADN, dañado por la hipersalinidad. Si se pudiera averiguar cómo lo hacen, sería de gran utilidad para los enfermos de cáncer. Es posible que incluso facilitara los vuelos tripulados a Marte, porque ayudaría a los astronautas a proteger su ADN de la radiación extrema del espacio planetario.