Durante el siglo XVII el uso de pelucas entre hombres y mujeres era una práctica muy común, además de que tenían unos peinados imposibles y realmente ridículos.
Luis XIII, monarca de Francia durante este periodo sufría de calvicie hereditaria y cansado de las burlas de su homologo, el Rey de Inglaterra, que poseía una larga y frondosa cabellera, comenzó a utilizar pelucas, cada una más grande y ridícula que la otra, para demostrar su virilidad frente a la corte y el resto de Europa.
Al ser Francia el centro del mundo y de la civilización, es obvio que su corte marcaba la pauta en lo que moda se refería, así que las pelucas comenzaron a ponerse de moda en Europa y sus colonias a tal punto que se creó toda una industria de la confección de pelucas.
Sin embargo, dos hechos muy puntuales acabaron con la “Guerra de Pelucas”, en primer lugar, la Revolución Francesa hizo que el usar peluca fuese un suicidio, ya que estas eran sinónimo de aristocracia y la aristocracia en la Francia revolucionaria lo más cercano a una rata en una fábrica de bombones.
Y en segundo lugar, en Inglaterra, la monarquía vio una oportunidad en la “fiebre” de las pelucas, y decidió crear fuertes impuestos a la confección de las mismas, haciéndolas poco rentable.