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Yesi: el milagro de una sonrisa contra la adversidad

Adriana Ortíz Vázquez | 07/09/2018 | 16:22

San Luis Potosí, SLP.- La noche del 22 de agosto me fui a dormir con un peso sobre mis hombros. No me ha ido nada bien económicamente y me va a costar mucho sacar adelante los compromisos de este mes. Buscando consuelo me puse a rezar, a mi manera… Y así, aletargada entre padrenuestros mezclados con párrafos del avemaría y pidiéndole a Dios un milagro, me fui quedando dormida.
 
Rara vez voy al Oxxo, pero a la mañana siguiente fui dos veces; la segunda por algo urgente que necesitaba una amiga. Al regresar, al pie de las escaleras de mi casa, me encontré con una jovencita que usaba muletas. Era muy delgada y tenía cara de cansancio, pero aún así sonreía. Su pierna derecha había sido amputada debajo de la rodilla.
 
Ese día festejábamos el cumpleaños de mi papá, así que pude haber pasado de largo, subir las escaleras sin inmutarme, sin sonreír ni dar los buenos días.
 
Sin embargo, fui directamente hacia ella y me detuve para preguntarle qué necesitaba. Sacó un papelito de su short y me dijo que buscaba ese lugar. Era la dirección del DIF estatal. Le di indicaciones de cómo llegar y comenzamos a platicar.
 
Se llama Yesi, tiene 19 años. Es migrante y viene de Guatemala. Le pregunté qué le había pasado y me contó que se cayó del tren. Entonces, sus ojitos se humedecieron y los míos, inevitablemente, se llenaron de lágrimas. La abracé y le susurré “pero estás viva, mi niña…”
 
En eso estábamos cuando un muchachito con la sonrisa más amplia que he visto, dio vuelta en la esquina. Venía muy contento diciendo que los del local donde venden desayunos les iban a invitar unos taquitos. Se presentó como José y yo pensé que eran hermanos, pero no. Él es de Honduras. Traía un folder con unas hojas que me mostró: era la cotización de la prótesis para Yesi. Iban al DIF para solicitar apoyo.
 
Les dije que nos sentáramos en los escalones y mientras yo leía la cotización, me contaron partes de la historia. Se habían conocido el día del accidente. Ella viajaba con su esposo. Se habían bajado de La Bestia en San Luis.
 
El día del accidente, entre cinco migrantes habían logrado juntar 18 pesos  que les alcanzaron para comprar una coca de 650ml y algo de comer para compartir entre todos. Se sentaron a platicar a un lado de las vías. Mientras lo hacían, ella sintió una punzada en el corazón, como un presentimiento, que le dio mucho miedo. Entonces el tren comenzó a avanzar, y ellos corrieron para subirse pero Yesi no lo logró.
 
Los que habían trepado le dieron la mano, apresurándola, pues el tren iba cada vez más rápido. “¡Te subís, o te quedás!”, le gritaron. Yesi tomó impulso, pero no logró aferrarse y se soltó de las manos que la aferraban y de las asideras del tren. Cayó. Los que aún seguían abajo tratando de subir, la jalaron de la capucha de su sudadera y la sacaron de la vía. El tren pudo haberla partido en dos, pero solo pasó por encima de su pierna.
 
En ese momento, José, que alcanzó a ver todo desde arriba, se bajó de prisa, mientras los hondureños que iban con él se alejaban en La Bestia. El esposo de Yesi y José se quedaron con ella. En el Hospital Central le amputaron la pierna. Ahí mismo unas personas hicieron trámites y le consiguieron a Yesi la nacionalidad mexicana, para que el seguro popular pudiera cubrir el costo de la amputación.
 
Después de escuchar su relato, los invité a subir a mi casa y ahí les llevaron sus taquitos, que Aldo, el taquero, muy alegremente anunció en la puerta: “¡Sale orden de taquitos para los migranteeees!”
 
Nos conocimos. Les presenté a mis papás. José habla hasta por los codos. Es músico. Toca el piano, la batería y la guitarra. “¿Y tienes guitarra?”-le pregunté. Y me dijo que no. Entonces Nenée y yo le regalamos esa guitarra negra que hace mucho le compré a Nenée y a la que sólo le rascó un tiempo las cuerdas.
 
José estaba feliz. Se puso a tocarla y después tocó también en el piano unas alabanzas hermosas -creo que es evangelista o algo así-. Como era cumpleaños de mi papá, le improvisó un rap donde agradecía todo esto y lo conmovió tanto que lo hizo llorar.
 
Yesi y José vinieron a cambiarnos el día y la vida. Ella, a pesar de su tragedia, es una jovencita optimista y alegre, llena de planes y de ganas de salir adelante. Bonita, cortés, elocuente y amable. Educación escolar nunca tuvo. Trabaja desde los 6 años. La violaron a los 12, tiene una niña de 4 años y ha vivido una serie de desgracias que es mejor no describir.
 
Tienen dos meses aquí, desde el día del accidente. Estuvieron en la Casa del Migrante, donde dicen que las cosas no son como parecen: les quitan su dinero, los tratan mal, abusan de ellos; es pura fachada.
 
Después de un tiempo acompañándola en el Hospital, José decidió continuar su viaje hacia la frontera. El esposo de Yesi -Roberto- consiguió empleo en una carnicería. Sin papeles, es casi imposible que alguien les dé trabajo y no pueden irse en un lapso de 6 meses, en lo que la pierna de Yesi sana completamente, así que Yesi le mandó un mensaje a José, que ya iba casi llegando al otro lado, y éste volvió para ayudar a su amiga.
 
Se consiguieron un lugarcito dónde vivir con el sueldo de Roberto y José se puso a cantar en los camiones hasta conseguirle a Yesi unas muletas. Desde entonces, caminan mucho y andan en camiones donde él rapea e improvisa poemas que la gente recompensa con algunas monedas.
 
No ha dejado a Yesi ni un instante y se hicieron como hermanos desde que ella cayó de ese tren. Es su guía, su sostén, él la lleva y la trae, con los trámites y las ayudas pues su esposo trabaja. Hace unos días, que Yesi estaba triste, su esposo le dijo: “¡Ánimo! Te vamos a llevar a la Feria, para que no estés más así!”
 
Entre los dos se la llevaron, y ahí, en medio de miles de personas, en un mar de gente indiferente, ensimismada y con el único pensamiento de pasársela bien, se toparon de frente con un tipo que se les acercó y le preguntó a Yesi, “¿Qué te pasó, niña?” Y que después de que le contaron, él les dio una tarjeta y les dijo que lo buscaran. Resultó ser el dueño de una tienda de prótesis. Lo fueron a ver, y en la cotización que yo misma leí, les hace un presupuesto en el cual el absorbe 10 mil pesos del costo.
 
Y es que tienen un ángel enorme y unas sonrisas que uno simplemente no puede dejar de admirar. Para alguien que ha sufrido lo que ellos, es increíble que siquiera puedan sonreír.
 
Se van a la Alameda, a Plaza del Carmen, a Plaza de Armas y Fundadores y ahí juntan dinero para comer, para sobrevivir, para el medicamento de Yesi (Diclofenaco). A veces se queda sin él y le duele mucho su pierna.
 
 
Desde que tomaron “estos caminos” como ellos mismos dicen, han vivido de todo. En Tabasco los persiguieron y cazaron como animales, entre la selva, en medio de la noche, agentes armados; y los que logran escapar, los que no caen en las zanjas que tienen preparadas para los que huyen en la penumbra, aún se enfrentan al peligro que representa La Bestia: un ticket al sueño americano o un boleto sin regreso a la muerte.
 
Les di mi número y ellos me dieron los suyos. Prometí a los chicos moverme, buscar ayuda, apoyos, con amigos, con conocidos, con autoridades, con iniciativas si las hubiera.. y coincidió que en una fiesta, con algunos de mis amigos recibí un mensaje de José, diciéndome que Yesi estaba deprimida.
 
En ese momento decidí contárselo todo a uno de mis más grandes y queridos amigos, a quien tenía justo enfrente. Ni siquiera me dejó terminar. Dios, en su infinita gracia, ha tocado el corazón de muchas personas. Mi amigo -de quien no sé si pueda decir su nombre, pero si él lo aprueba, lo diré, y también el de los demás- me dijo que no se hablara más el asunto. Que él hablaría con “toda esta bola de cabrones”, y que entre todos pondrían el dinero para la prótesis de Yesi.
 
Eso fue el sábado y anoche me mandó un mensaje para decirme que el dinero está reunido. Que esta tarde iremos a entregarlo al ortopedista y Yesi pronto podrá tener su pierna que él prometió que le haría hermosa y color carne, para que ella pueda sentirse lo más cómoda posible y pueda continuar con su vida.
 
José extraña a su familia y siente que quizá no debió arriesgarse tanto. Dice que allá en Honduras lo esperan dos chicas que están enamoradas de él y que no sabe bien por cuál decidirse, pues no les quiere romper el corazón. También lo espera otra chica que lleva a su bebé en el vientre, y a quien le prometió no dejarla sola nunca. Quiere ver crecer a ese hijito y que no sufra como él. Ha decidido entregarse a Migración y volver a Honduras. Dice que su misión aquí está cumplida. Aunque no lo tengo muy claro, pues cambia de opinión cada 5 minutos.
 
También le gustaría trabajar y reunir dinero para volver, pero en autobús, como un pasajero normal, ahora con su guitarra, que no piensa arriesgar si se sube a La Bestia. Pero, para un migrante sin documentos conseguir trabajo es complicado. A menos que encuentre a alguien de buen corazón que lo emplee por un tiempo.
 
Una noche antes de conocerlos, yo estaba totalmente atribulada, rogando por un milagro, una luz, en mi mundo tan estrecho y tan carente de peligros, tan rutinario y tan cómodo, tan seguro y tan lejos de la realidad del resto de la gente que no nació con la misma estrella que muchos de nosotros.
 
Mi corazón recibió una lección muy importante ese día. Pedí un milagro para resolver mis problemas. Mis diminutos, pequeñísimos, irrelevantes problemas.
 
Y Dios la verdad que no se mide a la hora de dar lecciones. Me puso el milagro enfrente. Justo en la banqueta de mi casa. Y por si no lo veía, me hizo -como nunca- salir al Oxxo para de regreso topármelo de frente.
 
Gracias. Porque siempre encuentras la forma de expresar lo que necesito saber. Gracias por hacerme tu instrumento una vez más. Gracias, porque pude haber pasado de largo, subir las escaleras sin inmutarme, sin siquiera sonreír ni dar los buenos días, o quizá hasta pude haber sospechado lo peor ante la presencia de dos migrantes en la puerta de mi casa. Gracias por darme esa claridad para ver las cosas como son, por darme la capacidad de creer en la gente.