A los adolescentes se les sigue etiquetando como millennials, aunque hace años que dejaron de serlo. Los nacidos a partir de 1996 pertenecen a otra generación. Forman parte de la iGen, la Generación Z o simplemente puede decirse que son posmillennials. Aunque sus inmediatos antecesores generacionales son todavía jóvenes, entre unos y otros podemos encontrar diferencias: los adolescentes de hoy son la generación de la crisis y del smartphone.
Es un tópico decirlo, pero los posmillennials son los primeros que se han criado con Internet. En España la mayoría de ellos tiene móvil desde los 11 años y usan las redes sociales ya en la adolescencia: están siempre hablando aunque no pronuncien ni una palabra. Según un estudio de Ipsos en Reino Unido, dedican 22 horas a la semana a comunicarse, 7 más que los millennials. Nadie sabe qué implicaciones tendrá en el futuro haber crecido siempre conectados, pero cuesta pensar que sea irrelevante.
El otro hito que define a la nueva generación es la recesión económica. Si para los millennials la crisis fue una sorpresa, para los posmillennials ha sido el paisaje que, en lugar de truncar sus expectativas, les dio forma. Es posible que su experiencia de la crisis esté haciéndolos más responsables: “Se dan cuenta de que van a tener que trabajar duro”, explica la catedrática de psicología en la Universidad de San Diego, Jean Twenge, en su libro iGen.
En España el 96% de los adolescentes dice que el trabajo es “un aspecto importante de la vida”, según un estudio de la Fundación SM. Además, los adolescentes dan hoy más valor a la formación académica que hace 10 años, se sienten más apoyados por los profesores, les gusta el colegio y creen que allí se dicen cosas importantes.
También son más familiares. “Los chicos y chicas están felices en casa”, dice al teléfono María Carmen Moreno, catedrática de psicología de la Universidad de Sevilla y directora en España del estudio sobre conductas saludables en jóvenes escolarizados HBSC (Health Behaviour in School-Aged Children) promovido por la Organización Mundial de la Salud. Moreno añade una explicación a la paz doméstica de los iGen: “La brecha entre padres e hijos se ha reducido. Se comunican mejor. Además, el deseo de independencia es menor y les llega de otra manera”.
Otra de las características menos publicitadas de los posmillennials es que son menos rebeldes, en el mejor sentido posible. Cuando miramos las estadísticas, lo que vemos es que los adolescentes se meten en menos peleas, delinquen menos, fuman menos y beben menos. Según los datos del Plan Nacional sobre Drogas, desde 1996 los adolescentes que fuman a diario han pasado del 22% al 9%. Se reduce el consumo de cannabis, cocaína y otras drogas como el éxtasis, las anfetaminas o los alucinógenos. Desde 2010, también baja el consumo de alcohol. Los jóvenes se emborrachan menos y es más raro que beban todas las semanas, según el ya citado estudio HBSC.
Los adolescentes salen menos de noche. Solo el 25% sale casi todos los fines de semana, mientras que en 1999 eran el 64%, según datos de la Fundación SM. También estos jóvenes vuelven hoy a casa más temprano que generaciones anteriores a su edad y discuten menos con sus padres por dormir fuera, beber o salir hasta tarde. Para explicar estas tendencias, Jean Twenge apunta a los smartphones: es menos imperioso pasar tiempo en la calle cuando puedes contactar con tus amigos desde tu cuarto.
Pero no todo son buenas noticias. Entre los adolescentes estadounidenses se ha observado que aumentan los síntomas de estrés, depresión y ansiedad. También ocurre en España: “Las tasas de sintomatología depresiva e ideación suicida son más altas que hace unos años”, dice José Pedro Espada, catedrático de tratamientos psicológicos en la Universidad Miguel Hernández. Determinar las causas de estos problemas emocionales ha generado un enorme debate. Algunos expertos sospechan y señalan a las pantallas y las redes sociales, pero otros son menos alarmistas.
Una revisión de la literatura al respecto realizada por Unicef concluyó que abusar de los dispositivos digitales puede tener un “pequeño impacto negativo”, mientras que un uso moderado puede ser positivo. Además, está la huella de la crisis económica, que puede ser otra fuente de problemas. Es posible que los jóvenes se sientan más presionados por los estudios, que la incertidumbre del futuro les agobie o que estén reflejando la tensión que han visto en sus casas: “Los adolescentes con más estrés son los que viven en hogares donde falta el empleo”, dice la profesora Moreno. “Sobre todo aquellos en los que padre y madre están desempleados o cuando es la madre quien trabaja y el padre no”.
La conducta de los posmillennials tiene un punto paradójico: aunque ellos se sienten escrutados, en el colegio o en Instagram, renuncian a juzgar a los demás. Puede que esto acabe por hacerles más inseguros, pero hay señales de que también les hace ser tolerantes y especialmente inclusivos.
El informe de Ipsos sobre la nueva generación destaca que tienen un concepto “cada vez más fluido” y menos estanco de sí mismos. No es solo que no encajen en las etiquetas, sino que parecen rechazarlas a propósito. Como ejemplo suelen mencionarse los datos sobre la orientación sexual: el 60% de los jóvenes británicos de 15 y 16 años cree que la sexualidad es una escala. Como apunta Espada: “En mayor medida que hace unos años tienden a colocarse en puntos intermedios. No tienen una concepción tan categórica y firme de su orientación sexual”.
La cultura de la diversidad racial y sexual no es un coto exclusivo de los posmillennials. Occidente vive un momento feminista que denuncia y se rebela ante el poder patriarcal, e influye que EE UU —y su potente producción cultural— subraya cada vez más la diversidad. Internet, de nuevo, podría estar amplificando esa tendencia entre los adolescentes: es más fácil ser quien eres hoy sin sentirte marginado, aunque en tu escuela pertenezcas a una minoría, porque encuentras que hay gente parecida a ti en Netflix y YouTube.
Es importante, no obstante, evitar exagerar las diferencias entre generaciones. No es como si de la noche a la mañana los niños se despertasen y parecieran llegados de otro planeta. También es absurdo pensar que nuestra fecha de nacimiento nos define con más fuerza que la clase social o el lugar donde nacemos; o creer que una caricatura generacional describe a millones de personas como si fuesen un ejército de clones.
Y sin embargo, estudiar generaciones es útil, porque es una buena forma de ver el futuro. Si se entiende a los adolescentes, aunque sea mínimamente, se pueden empezar a hacer algunas predicciones. Porque aunque el mundo nunca cambia tanto como querían los jóvenes cuando lo eran, los cambios casi siempre llegan en la dirección que ellos señalaban.
Con información de El País.