Juan Barajas Rubio, cronista de Tamazunchale | 30/01/2017 | 02:24
Un acontecimiento del cual ninguna alusión se ha hecho al paso de los años y que es digno de mencionarse en los anales históricos de Tamazunchale, es el paso del aeroplano del piloto Charles Lindbergh por nuestra población, en el año de 1927.
La visita de Charles Lindbergh a México, en 1927, puede ser considerada como la primera más grande y la más clara expresión de cómo los mexicanos recibimos a nuestros visitantes.
Los hermanos Wilbur y Orville Wrigth habían ya volado y presentado el "Kitty Hawk", su primer aeroplano, el 13 de diciembre de 1903. Así comenzaba la época de la aviación. Durante la primera década de 1900 se mejoraron los incipientes aeroplanos de los Wrigth; varias naciones se avocaron a perfeccionar e inventar nuevos aparatos voladores.
Durante la I Guerra Mundial que involucró a las naciones europeas, que dio comienzo el 28 de julio de 1914 y finalizó el 11 de noviembre de 1918; ya los ingleses, alemanes y franceses tenían aviones más perfeccionados.
Después de algún tiempo de pruebas, el piloto estadounidense Charles Lindbergh decidió hacer un vuelo partiendo de Washington, D.C., con destino a la Ciudad de México, en su aeroplano Ryan NYP, "Spirit of Saint Louis" (Espíritu de San Luis).
Así "El Espíritu de San Luis” despegó desde el Bolling Field de Washington, D.C., a las 12:25 p.m., hora del este del día 13 de diciembre de 1927 y llegó el día siguiente a los llanos de Balbuena, en la Ciudad de México, el 14 de diciembre, a las 3:40 p.m., haciendo un total de 27 horas y quince minutos; con varias escalas técnicas.
Lindbergh inauguró la ruta que hoy se conoce y en la cual los tamazunchalenses estamos acostumbrados a ver pasar las luces de los aviones, la ruta del Golfo de México, ingresando por Tampico. Dijo Lindbergh que reconoció Tampico por las torres de los pozos petroleros.
Era ya de mañana cuando se vio "una cosa" surcar el cielo tamazunchalense, la gente se espantó tremendamente de ver aquel artefacto sobrevolar nuestro espacio, pensaban que era un ente demoníaco, algún nahual o una bruja que realizaba sus sortilegios, e inmediatamente sacaron sus escapularios y velas benditas, para levantarlos con sus manos hacía el cielo, mientras aquella "cosa" pasaba. Con la cabeza hacia abajo para no verla directamente, hacían la señal de la cruz envueltos en pánico. No faltó quien dijera que era de "mal agüero" aquella aparición.
El ruido extraño y ensordecedor hacía eco en los cerros Acontla, Mixquetla y San Juan, por ese entonces no había ruido en el pueblo, los ladridos de los perros solamente, los que viendo hacía el cielo ladraban a "aquello" que volaba; de pronto un catequista corrió hacía la parroquia para subir al campanario y empezó a tocar las campanas para que la gente saliera a ver lo que pasaba. Algunos rezando y otros de rodillas, golpeándose el pecho externaban a grito abierto sus "mea culpa". De pronto se perdió tras los cerros y se escuchó lejos el ruido; mientras una ligera estela de humo quedaba en el claro cielo de aquel día.
Antes de llegar a su destino final en la Ciudad de México, Lindbergh realizó su última escala en Toluca, hasta un corrido se hizo del acontecimiento, que dice en su primera estrofa: “El catorce de diciembre de aquel año veintisiete muy presente tengo yo. En el Valle de Toluca un avión se apareció...”
Ya en Balbuena, Ciudad de México, una importante y nutrida comitiva esperaba impaciente al piloto: El general Plutarco Elías Calles; el embajador estadounidense Dwight W. Morrow, el general Álvaro Obregón; miembros del gabinete, senadores de la República, diputados, miembros del ayuntamiento de la ciudad, militares, diplomáticos y un gran público que se arremolinaba para ser testigo de tan importante acontecimiento. Una vez que Lindbergh tocó tierra, el embajador Morrow le llevó ante el general Calles para ser presentado. Se entonaron los himnos nacionales. “Lo felicito por su viaje, es una gloria más para su patria", dijo el presidente al visitante.
Así pasó otro acontecimiento en la historia de Tamazunchale y la de México, en ese famoso vuelo de Washington D.C. a la Ciudad de México, efectuado por el piloto Charles Lindbergh.