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FETICHIZACIÓN DE LO EXISTENTE

Eduardo José Alvarado Isunza
ealvaradois@yahoo.com | 03/04/2009 |

            Con su teoría del valor Marx descubrió para la humanidad cómo una característica de la sociedad capitalista es la fetichización de la mercancía. Esto es, las cosas no tienen solamente valor de uso, sino también valor de cambio.
 
            Cuando una cosa satisface una necesidad humana por su propia naturaleza, estamos ante su valor de uso. Cuando sobre la cosa se proyecta una relación social simbolizada estamos ante su valor de cambio.
 
            Si una fruta ofrece nutrientes a quien la consume, estamos ante su valor de uso. Si esa misma fruta en la red de las relaciones humanas simbólicas significa otra cosa más que alimento, estamos ante su valor de cambio.
 
            Casi todos los objetos tienen proyectado sobre ellos un valor de cambio, más que un valor de uso, al ser convertidos en mercancías en la sociedad capitalista en que nos encontramos. A esto se le llama fetichización.
 
En un ecosistema cuyo centro es la alienación de cuanto existe por consecuencia también los objetos son fetichizados. Encima de ellos se depositan más cualidades fantaseadas o ideologizadas que reales.
 
Así nos encontramos en un ambiente tremendamente alienado en el que las personas persiguen la posesión de fetiches = mercancías, como si creyesen que su posesión les dará otra identidad o les abrirá otras dimensiones.
 
En el marxismo se llama “fetichización” a las cosas idealizadas o cargadas de simbolización, porque parecería que se trata precisamente de esos muñecos llamados “fetiches” para hacer magia o convocar fuerzas sobrenaturales.
 
Por ejemplo, en el vudú se elaboran monos de hilacho o de cascajo sobre los cuales se proyecta la imagen de una persona a la que busca hacerse daño o imponérsele alguna relación de dominio. Igual sucede con todas las religiones.
 
En el catolicismo se emplean infinidad de objetos y se realizan innumerables prácticas fetichistas. Por ejemplo, en las fiestas del Santo se lanzan cohetes al cielo: “como si quisiera despertársele allá arriba”.
 
Sobre una estampa idealizada del Señor se confían poderes extremos, como si realmente fuese cierto que un dibujo transformaría nuestras indigencias o desgracias en prodigios o momentos de felicidad.
 
Iguales fantasías se otorgan a cuarzos, veladoras, campanas e incluso a expresiones bióticas o abióticas, como colibríes, mariposas, plantas, piedras, viento, agua, colores, luz. O también a edificaciones como las pirámides.
 
¿Es necesario decir que esto es pura ilusión? Desde el materialismo dialéctico sabemos que estas ideas son alienadas o falsas. Ninguna de esas cosas abre puertas a otras dimensiones distintas a los concretos históricos materiales.
 
Quienes viven atrapados en ese pensamiento mágico las creen una ciencia. He oído decir acerca de esa curiosidad que llaman “Feng Shui”, que consiste en organizar una casa según su posición geográfica: “Es una ciencia”.
 
Igual piensan quienes van al tarotista; consideran al farsante lector de cartas en un plano de mayor calidad intelectual que al psicólogo. Por eso, quienes estudiaron años en la ciencia de la psicología viven desempleados.
 
Esta enfermedad de la fetichización se halla diseminada en todas las relaciones sociales de la civilización de la mercancía. Ocasiona problemas de muy diverso orden a cuanto existe, desde lo individual hasta lo social.
 
Ahí está el más evidente caso del automóvil. Su valor de uso sería el de facilitar el traslado a las personas a grandes distancias y en forma rápida. Sin embargo, sobre el automóvil se han depositado atributos que no tiene.
 
Así, esa cosa tiene un valor de cambio relacionado con el poder, el estatus, el éxito, etc. También sobre sus colores, formas, olores y texturas existen relaciones fetichizadas.
 
No se siente la misma experiencia subirse a un auto viejo a subirse a uno recién salido de la agencia. Éste último huele a nuevo. Puede uno fantasear con “ser el primero”, cosa que nos hace imaginar una relación sexual con el objeto.
 
Quizás el psicoanálisis pudiera decir si el tamaño del auto representa asimismo el complejo de castración que experimentaría una niña frente al descubrir el pene del hombre.
 
Sobre el auto proyectamos nuestros egos. Es sabido cómo las personas se transforman en el momento en que conducen uno de esos artefactos. De forma que en las calles conducen su propio ego. Es su vanidad en llantas.
 
En realidad para dirigirse de un lugar a otro no haría falta tener automóvil propio. A veces basta con caminar, usar bicicleta o emplear transporte público. Sin embargo, esta forma de movimiento significa pobreza.
 
Una enorme masa humana tiene enquistado en sus entrañas el deseo de poseer coche y andar por las calles moviendo su ego en cuatro llantas. Es tan profunda la enfermedad que incluso quien es ecologista justifica su acto.
 
Ninguna víctima de la fetichización acepta que sufre de esa enfermedad. Y así en forma totalmente enajenada se convierte en depredador de sí mismo, de los demás y de todo lo existente.
 
Por ejemplo, el auto es el principal contaminante del planeta. Esa enorme cantidad de vehículos arroja grandes volúmenes de monóxido de carbono a la atmósfera y las llantas inútiles no son biodegradables.
 
También la masa de autos es uno de los principales problemas de la vida en las ciudades. El gobierno destina impresionantes cantidades de dinero a construcción de vialidades sin mejorarse definitivamente el tránsito vehicular.
 
Pero no solamente el automóvil es el único fetiche que afecta a la existencia humana. Como vivimos en una civilización alienada y alienante, nuestra existencia está cuajada de fetiches. Cobran vida en nuestra cama.
 
En su magistral obra “El Capital”, Marx identificó al dinero como el gran fetiche del S. XIX. Convertía al más feo en bello y al más ruin en honorable. Otros fetiches son los calzones, los miembros sexuales, todo el cuerpo.
 
¿Por qué un hombre experimenta sensaciones increíbles al mirar a una mujer en calzones “hilo dental”? ¿Por qué un hombre experimenta erección al ponerse una tanga con una protuberancia semejante a una trompa de elefante?
 
Porque esta civilización juega un doble juego perverso: estimula el deseo al tiempo que lo prohíbe. Esta patológica estrategia ocasiona que el cuerpo humano mismo sea fetichizado y desencadena fuerzas destructivas.
 
Ahí están los enfermizos casos de quienes son víctimas de anorexia, vigorexia, bulimia, ingestión de anabólicos, operaciones estéticas, parálisis facial, lesiones cervicales, disfunción sexual, etc.
 
También se fetichizan (= mitifican) la comida, la educación, el vino, el arte, el poder. Y sí, hasta el grado académico. El ser humano puede vivir sin fetiches y su vida sería mejor en la humildad. Vivir apenas con lo necesario.
 
Para eso es necesario un esfuerzo que nos permita liberarnos de los muñequitos de cascajo a través de una educación verdaderamente liberadora. Pero para ello siempre será necesario primero liberarse el sujeto individual.
 

San Luis Potosí, S.L.P., a 3 de abril de 2009.