En distintas zonas metropolitanas de México (y San Luis
Potosí no es la excepción) ha comenzado a darse el fenómeno de la
feudalización. Barrios y colonias han comenzado a convertirse en territorio de
bandas de rufianes que imponen condiciones a los vecinos.
Entre esas condiciones destacan
el cobro de peaje por el tránsito en la zona, incluso a distribuidores de
productos comerciales, o de cuotas de protección que no son sino formas de
extorsión con las cuales pueden divertirse o alimentarse en el momento.
Mientras iba en camión a mi
trabajo, en un periódico de esta ciudad leí cómo en una de las colonias (se
referían a la “Primero de Mayo”) una banda de delincuentes ejercía este tipo de
acciones contra los vecinos, como si fuese un territorio de guerra ocupado.
Ahí exigen por igual a escolares,
amas de casa, trabajadores o repartidores de productos comerciales una cuota
por permitirles transitar por su territorio. También les demandan dinero para
alimentarse o divertirse. Lo reclaman por su seguridad.
Algo similar pasa en otros
espacios urbanos y en distintas ciudades mexicanas, como si en cada zona
metropolitana estuvieran constituyéndose pequeños feudos, cuyos habitantes son
obligados a pagar tributo a este tipo de ejércitos de lúmpenes.
Estamos ante uno de los fenómenos
ocasionados por 26 años de neoliberalismo. Es el costo de la política
privatizadora y de la concentración de enormes fortunas de dinero en unos
cuantos monopolios, frente al empobrecimiento de la masa humana.
Es cierto que este modelo
económico ha dado resultado. Es innegable el progreso económico, científico y
tecnológico. Nunca en la historia de la humanidad se había producido tanta
riqueza y dominado a tal punto a las fuerzas de la naturaleza.
Pero, mientras la generación de
riqueza ha elevado a unos cuantos seres a espacios nunca antes ocupados por
otros semejantes, una masa descomunal de gente vive con lo mínimo. Y eso de
mínimo significa apenas echarse un poco de bolo al estómago.
Nos han vendido como idea de
progreso el hecho de que empresas trasnacionales rapaces y depredadoras aniden
por época en nuestros espacios geográficos. De esa forma nos emplearán y
tendremos algo de dinero para llenar con porquería el estómago.
A causa de nuestro analfabetismo,
ignorancia y fanatismo incluso agradecemos y besamos la mano a esos amos que
destruyen nuestro entorno y chupan nuestras riquezas económicas, por su buena
voluntad de echarnos una galleta mojada en agua, como perros.
Está claro que esa condición de
deficiencia intelectual es consecuencia de aquella misma política perversa,
dirigida por los dueños del poder. Siempre será más difícil lidiar con un
pueblo culto, informado, crítico y racional, que con una masa de pueblo
estúpida.
Debido a que son bastante
absurdos los salarios pagados por esas empresas succionadoras de recursos, muy
pocos jóvenes se sienten atraídos a emplearse en trabajos honrados para vivir.
Incluso el estudio en las escuelas ha perdido sentido.
Nuestros jóvenes sólo piensan
pasarla bien y al día. Esto significa vagar por las calles y sobrevivir cómo
sea posible, ya sea vendiendo alguna artesanía, pidiendo dinero, tocando un
instrumento hechizo (una botella de plástico incluso) o robando.
Estamos ante la contradicción del
modelo económico neoliberal. Quizás nuestros tecnócratas, que no son sino
intelectuales al servicio de los monopolios, y los mismos dueños del poder,
jamás hayan reflexionado en ese bello concepto del efecto mariposa.
Más que una extravagante idea
metafísica (más bien soy miembro de la filosofía del materialismo histórico
dialéctico), aquella expresión nos invita a reflexionar acerca de las
consecuencias de cada pequeña acción consumada y de las leyes de conexión
universal.
Es cierto que la unidad y lucha
de contrarios es parte de esas leyes descubiertas por la filosofía del
materialismo dialéctico. Sin embargo, una acción humana consecuente con la
reflexión y el estudio puede impedir efectos desastrosos de la contradicción.
Como nuestros
tecnócratas, y menos los pragmáticos amos del poder para quienes sólo hay el
credo del dinero contante y sonante, son asnos en cuanto a ideas filosóficas,
desconocían los alcances de la contradicción ocasionada por su modelo
privatizador.
Tanto la feudalización
de zonas metropolitanas, como el trepidante ritmo ascendente de la
criminalidad, de la violencia y de la inseguridad, se han convertido en un
fenómeno cocinado en el hogar del neoliberalismo.
Estamos
ante esos escenarios que hace unos 35 años asomaban en películas de Stanley
Kubrick (Naranja Mecánica) o George Millar (Mad Max), dominados por vagos cuyo
placer ontológico era vivir en y para la violencia.
Cada vez más aquellas aterradoras
escenas vienen a convertirse en ingredientes de nuestra realidad. Crecen las
zonas dominadas por pandillas de seres a quienes el capitalismo monopolista
trasnacional redujo a lo más despreciable de la evolución humana.
Sus “modus operandi” y sus “modus
vivendi” están justificados por la misma lógica rapaz de la ecología
capitalista donde nos desarrollamos. Como viera Piaget, existe una correlación
entre conocimiento y supervivencia.
En la lucha contra todos está la
autopoiésis del sistema. Un orden donde sólo sobrevive el más fuerte; en donde
socialmente se privilegia al más adaptado. Esto concreta en la filosofía del
“with the money dancing the dog” o en autos, residencias, dinero, placer.
Tampoco será por la vía del
endurecimiento de los sistemas de seguridad pública por donde mejorará nuestra
forma de vida. Tenemos que aceptar que vivimos en un sistema irracional, una de
cuyas lógicas de manicomio también dice: “el poder se ejerce”.
En verdad, la vida de la gente en
los ghettos nada importa a los amos del poder. Incluso la expresión “ghetto”
deberá resignificarse, porque ya no sólo denomina a los barrios de pobres, sino
a los asentamientos de ricos pobres de las colonias del imperio.
Además ¿qué caso tendría
contratar más policías y gastar más en uniformes, armas, municiones, vehículos
y burocracia de logística, si cada vez es más vaga la frontera entre
delincuencia y seguridad y justicia?
Recordemos cómo en alguien con un
cerebro atrofiado (como el de Homero Simpson con un crayón atorado en la
máquina del pensamiento) surgió la estúpida idea de regimentar pandilleros en
las fuerzas policíacas. Esa es la política desde hace años.
Sólo con una humanización del
sentido de progreso y desarrollo económico, necesariamente con un acento
socialista y comunista, es como podrá erradicarse toda forma de violencia. Y
felizmente no estamos lejos de un horizonte histórico de ese carácter.
Por lo pronto, quizás una nueva forma
de organización y lucha será la autodefensa de las propias familias en los
ghettos. No hace mucho vimos horrorizados por televisión, escenas de
linchamiento en algunas zonas metropolitanas, como Tlalpan.
Es posible, un siguiente
movimiento del compás sea el de la autodefensa familiar y vecinal, con todo el
horror que trae. Sin embargo, el sentido de identidad y pertenencia, asociados al
de familia y cooperación, también fueron disueltos por el capitalismo.
Aún así, la necesidad de
supervivencia (eso que también llaman “instinto”) puede llevarnos a consumar
actos inéditos, porque bien dicen: “a todo se acostumbra el ser humano, menos a
no comer”. Y agregaría: “ni a vivir en el terror”.
San Luis
Potosí, S.L.P., a 27 de noviembre de 2008.