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Historias de secuestro en México

Plano Informativo | 29/08/2008 |


La niña de Las Lomas de Chapultepec, Norma, amaneció como había dormido, sentada en una polvosa silla de yute, con los ojos vendados, sin padres, nanas ni su hermana Fanny. En cautiverio, a sus seis años, estaba padeciendo el maltrato de una banda que había cambiado de actividad, del robo al secuestro, en mayo de 1950; el grupo burló la cárcel mediante el uso de un trampolín: el amparo.
Eran rateros de oficio, los que se la llevaron de las puertas de su casa y la entregaron a otros cómplices al cambiar de automóvil, donde siguió su "transporte", con la cara tapada, oculta en el piso, hacia la habitación de la crueldad en que vivió sólo unos días.
Samuel Granat Cosk denunció el secuestro a la policía, con la que convino pagar el rescate de 20 mil pesos, como parte de un plan para liberar a la niña y detener a la banda que. al parecer, tenía contactos militares.
-¡Ahí está!-, señaló uno de los tres hombres que viajaban en el taxi que tripulaba Eliseo Angulo Vázquez, quien dos meses después, atando cabos, supo que se trataba de los secuestradores de Norma.
En la calle, Samuel Granat esperaba los contactos que cobrarían el rescate. Era una acción de canje de vida por dinero, sin alternativa.
Desde un vehículo vigilaba la plana mayor del Servicio Secreto, que lideraba una red de captura excesiva.
Los secuestradores de Norma estaban en problemas, dieron tres vueltas en el taxi y confirmaron que les habían puesto una trampa.
-Total, lo subimos (a Samuel Granat al taxi) y le rajamos la madre--, propuso un criminal.
Guillermo Santaella Pineda, el jefe midió el riesgo, resolvió:
-Nos vamos, ¡hay mucha "chota"!
Antes, una de las vueltas en taxi se prolongó hasta las puertas del Colegio Militar, en Popotla. Allí uno de los viajeros pidieron hablar con un oficial ausente esa noche, al cual había ido a buscar, "el capitán Santaella".
De acuerdo con el expediente 67 del Servicio Secreto del Archivo Histórico del Distrito Federal (AHDF), la niña fue abandonada por sus captores sin cobro alguno, a las puertas de un hotel, cuyo administrador llamó al número telefónico de la residencia de la familia Granat, que Norma proporcionó, dominada aún por una crisis nerviosa, pero ilesa.
Dos años después, en 1952, el jefe de la banda, Guillermo Santaella Pineda, "El Capitán Santaella", burló a la justicia con un amparo, mientras la policía redondeaba la práctica de impunidad de entonces, al detener a una persona sin culpa, José Mora Pedraza. Lo dejó libre sin cargos.
Unos cuantos expedientes del fondo documental del Departamento del Distrito Federal (DDF), tienen relación con secuestros, entre las décadas de 1930 y 1960.
Los papeles consultados por este diario arrojan que en dicho periodo, la alianza entre delincuentes y policías, a veces se altera, cuando agentes del orden se vuelven cómplices activos, delinquen con credencial y son protegidos, a su vez, por la corporación.
Esta mecánica la revela el expediente 18 del Servicio Secreto, sobre el secuestro el 6 de octubre de 1934, del estadounidense Arnold Marburg, quien tenía su oficina en República de Chile 13, en el Centro de la ciudad.
La banda de Jorge Gamboa Chaguaceda secuestró a Marburg, lo obligó a firmar cheques por 53 mil pesos. La madeja la desenredó un agente del Servicio Secreto, Eusebio Izquierdo Pavón, quien cobró miles de pesos de sus “gastos” al estadounidense.
El cónsul de Estados Unidos, Alexander Soloan, investigó el asunto y descubrió que el secuestrador Jorge Gamboa había escapado de la cárcel, que un año después “murió” en San Luis Potosí, y que paseaba en el centro de la ciudad de México, en diciembre de 1935, protegido por el agente Izquierdo con el apoyo, a su vez, de la jefatura del Servicio Secreto.
Aquél secuestro era de llamar la atención porque los delincuentes forzaron a la víctima a firmar pagarés y cheques, lo cual hizo necesario que Arnold Marburg se presentara en su oficina, por los documentos bancarios. En su defensa, Jorge Gamboa Chaguaceda, culpó al estadounidense de tramar un “autosecuestro” y no pagarle más de 280 mil pesos, por la compra de derechos de un invento del mexicano, llamado “electromotor”.
La reconstrucción del plagio que denunció Marburg expone que fue víctima de varias personas, entre ellas una mujer, Dolores Ibarra, quien actuó con el nombre de Laura Peralta, quien le iba a alquilar un departamento. Ibarra lo llevó hasta los captores que simularon asaltar a ambos, ella una “rica petrolera”, que firmó los papeles que le exigían por su libertad, a fin de dar ánimos a la presa verdadera.
El secuestro ocurrió entre el 6 de octubre y el 3 de noviembre de 1934, tiempo en el que el rehén fue escondido en una casa de Villa del Carbón, Estado de México.
Felipe Carvajal, suegro de Gamboa, había sido empleado de Marburg, durante varios años, y las investigaciones, a partir de él llegaron al grupo culpable.
La coartada de Jorge Gamboa señalaba que él era un inventor, que había entregado “fórmulas” y planos de su “electromotor” al extranjero, quien tenía socios para industrializarlo fuera del país.
Lejos de demostrar sus capacidades tecnológicas, el mexicano se escapó de la cárcel y se hizo socio del inspector que lo había atrapado.
Para borrar su pasado recurrió al expediente de “morir”, vía un rumor según el cual había fracasado en su misión, bajo contrato, de asesinar al general Saturnino Cedillo.
Sin embargo, el gusto por la vida urbana de la ciudad de México, lo hizo volver y ser visto por investigadores del consulado estadounidense.
Las décadas pasaron en la Ciudad de México, donde fueron pocos los casos de secuestros que conoció la autoridad. El presidente Adolfo López Mateos recibió algunos mensajes de auxilio por secuestro, de los que no hay seguimiento en sus expedientes.
Después, en 1968, ocurrió en la colonia Tacubaya, el secuestro de un niño de dos años, Ramón Palafox Bonifaz, por parte de un grupo de malvivientes, que exigieron diez mil pesos para liberarlo.
Ese caso fue boletinado a los estados de la república; fotografías del niño fueron distribuidas por correo postal, y durante un año su familia padeció el terror que ocasiona un plagio.
Un ratero, José Hernández Vázquez, que tenía su madriguera en una pulquería de las avenidas Río Consulado y Ferrocarril Hidalgo, propuso a un muchacho, Hugo Romero Martínez, “un negocito”.
Desde esa zona del norte de la ciudad de México, en dos autobuses de pasajeros, ambos se trasladaron al jardín Mártires de
 
Tacubaya, en el poniente, y tras una distracción de la madre, raptaron al niño. Regresaron como llegaron, en camión.
Al pequeño lo tuvieron encerrado en un cuartucho de la colonia Valle Gómez, con tres personas que se conformaron con saber que “me encontré al niño y me siguió”.
Por su complicidad en el rapto, Hugo, que era un mozalbete, recibió 50 pesos de José Hernández, “El Zurdo”, quien lo utilizó como mensajero y cobrador del rescate.
En el Cine Variedades, en avenida Juárez, llegó la mamá de Ramón Palafox Bonifaz, con un sobre con el dinero del rescate, el 14 de agosto de 1969. El “negocito” estaba por concluir. Lo detuvo la Policía y se desató la persecución de sus cómplices.
El autor intelectural era Reyes García Ortega, alias “Pablo”, un malhechor “de los arrabales de Río Consulado”, como se asienta en el expediente 120 del Servicio Secreto del Archivo Histórico del Distrito Federal.
No resistió la presión y se lanzó al vacío del edificio donde lo interrogaban. Murió allí.
Entre fines de agosto y septiembre, de 1969, fueron capturados Lorenza, Eulalia y Pepino Politrón Cerón, quienes se habían hecho cargo del niño, bajo engaños, sin tener parte en el “negocito”.
Fueron a la cárcel: No tenían la protección ni de policías ni delincuentes.