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Faulkner en el burdel de las palabras

Juan José Rodríguez | El Universal | 19/08/2012 | 07:54

William Faulkner es fundamental como lectura porque es un maestro de la novela del siglo XX y sus hallazgos siguen vigentes, además de su comprobada malicia y pericia narrativa. Podemos considerar su irrupción similar a la de los autores rusos en el victoriano y afrancesado panorama de la novela del siglo XIX: con ellos accedieron a un escenario instalado en el lugar común y predecible una serie de personajes amargos, contradictorios y maléficos… o sea, gente real, provista de locura, tal como la que padecemos todos los días en la vida real.

Hay figuras como Proust, Joyce o Thomas Mann que son igual de fundacionales, pero siento que a Faulkner el tiempo lo ha tratado mejor, al menos en la cantidad de lectores y discípulos, aunque esto no es el mejor barómetro para valorar legados literarios.

Además era un autor que no se rendía. A Faulkner le pasa lo que a Carlos Fuentes: mucha gente se concentra en sus primeras grandes novelas y se pierde de disfrutar sus últimos libros. Novelas como La ciudad y La mansión son muy buenas y mi favorita es precisamente la última, The Reivers, que narra la llegada del primer automóvil al pueblo y una parranda inolvidable que viven los personajes, parranda en la que hasta un caballo de carreras termina involucrado.

No sólo nos hace falta leer más a Faulkner: nos hace falta leer toda su obra. Muchos se quedan con Absalón, Absalón, El sonido y la furia y Mientras agonizo, así como otros hoy en día solo leen La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz y Aura.

Creo que mi generación fue la última totalmente faulkneriana. Yo leí sus libros en traducciones argentinas de la biblioteca Benjamín Franklin de Mazatlán, textos muchas veces inconseguibles, en traducciones argentinas de los años 60. Hoy es una fortuna que se consigan con mayor facilidad y ahora se lee menos.

Es justo recordar una piedra fundacional: en mi libro de Ciencias Sociales de sexto año de primaria -año 1981- venía un texto muy impresionante donde Faulkner describía las voces de varias mujeres resonando a través de un campo de batalla.

Era un fragmento de su novela Una fábula, texto casi no leído que sería un equivalente a la Terra Nostra de Fuentes. Hoy, estoy seguro de que ya no viene ese episodio en los libros de texto gratuito. Recuerdo que venía en una hoja color verde con diseño distinto al resto del material.

Nabokov, reduccionista como siempre, lo reduce a “imposibles estruendos bíblicos”. Borges, anglófilo, declaró que: “Si el carácter shakesperiano fuera la mayor excelencia literaria, Faulkner sería el más grande escritor de nuestros días”.

Quizás por su entorno rural, sureño y apasionado, los mexicanos nos sentimos cercanos a él, aunque muchos recibimos la influencia a través del filtro de Rulfo y García Márquez.

Desde que William Faulkner dijo que un burdel era el mejor lugar para un escritor -y más especialmente cuando García Márquez repitió esa cita en su consagratoria entrevista de El olor de la guayaba- no pocos autores se han sentido satisfechos de que tan patricias testas coronadas por el Nobel sacramenten la vagancia nocturna.

Una aclaración: Faulkner hablaba de “vivir de un burdel”, o sea, ser el dueño de un negocio que por las mañanas es tranquilo y por las noches requiere atención, en un ambiente relajado donde el secreto consistía en mantener una buen relación con el jefe policiaco local. No hablaba de pasarse la vida en esos sitios como cliente recurrente, chasqueando órdenes a las sacerdotisas y recogiendo bolas de billar como un personaje secundario de El lugar sin límites o La casa que arde de noche, otras novelas que también huelen a Faulkner.