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La vida, para valer la pena, debe de ser como una buena película

El Universal | 08/06/2012 | 08:23

El ganador del Premio Alfaguara 2003 (‘Diablo Guardián’) es un escritor a quien la gente reconoce en la calle. Le piden autógrafos, se toman fotos con él y no falta quien le diga: “¿Xavier Velasco? ¡No lo puedo creer, soy tu fan!”.

También autor de “Puedo explicarlo todo” y “Éste que ves”, Velasco acaba de publicar “La edad de la punzada”, divertida novela en la que narra travesuras que cometió cuando tenía entre 14 y 17 años: reprobar todas las materias, atacar a sus enemigos con un rifle de diábolos, escupir a amigos, lanzar huevazos a desprevenidos transeúntes e intentar matar a un traidor con una pistola Smith and Weson.

También cuenta sus desventuras amorosas con chicas, el primer encuentro con una sexoservidora y el placer de coleccionar revistas para adultos, todo con el vertiginoso lenguaje que lo caracteriza.

Nadie creería que fue el campeón histórico de las materias reprobadas.

En esa época me dispersé completamente; de pronto, los deberes adquieren importancia cero.

¿Qué le faltó en la vida para ser así?
Que me dejaran tener el pelo largo y tener una chica que me quisiera, aunque no puedo garantizar que con esas cosas hubiera sido mejor. Tal vez todo hubiera sido peor.

¿Los adolescentes de hoy son más libres y felices?
Hay más información y se extinguen las malditas escuelas sólo para señoritas o sólo para varones; esa estúpida segregación que provoca toda clase de confusiones. Sin embargo, a esa edad las carencias son casi siempre las mismas: tu cuerpo no está completo, y te falta tanto información como respetabilidad de los otros hacia ti.

¿Por qué nunca aparece un condón durante la novela?
Tampoco hay sexo. Nunca nos atrevimos a pedirlos directamente en la farmacia; cuando mucho, hablábamos por teléfono y hacíamos toda clase de bromitas.

¿En Villalongín y Río Pánuco (zona de sexoservidoras ambulantes) tampoco aparecían los condones?
Tampoco. En esa época, el riesgo y los miedos tenían que ver con una sífilis o una gonorrea. La vergüenza de tener que decirle a tu papá que tenías un grano por ahí.

Tampoco hay mariguana…
Le teníamos miedo y no la conocíamos. La única vez que la vi fue en casa de mi abuelo, la usaba para las reumas. Me da mucha ilusión pensar que alguna vez la haya fumado.

¿El Premio Alfaguara le ha servido como su juvenil moto roja para atraer mujeres?
No. Con el Alfaguara obtienes tanta atención que quieres correr y esconderte; en la moto nunca lo hubiera hecho. El problema es que, quien te lee, sabe mucho de ti y tú no sabes nada de ella; alguna que otra chica cree que hay una conexión entre ella y tú por lo que ha leído. Terminas por entender por qué las mujeres no pueden soportar que los hombres las acosen.

¿Con las empleadas domésticas había sólo deseo o enamoramiento?
No estaba enamorado sino obsesionado con sus piernas, caderas y todo lo que el uniforme azulito dejaba ver. De niño me llevaba bien con ellas, pero al darme cuenta de lo que portaban se acabó la amistad.

¿Qué han dicho sus familiares que no salen muy bien librados en la novela?
Tengo la esperanza de que no la lean, ja, ja.

¿No es muy irresponsable dejar en sus manos un rifle, una moto, un coche y una pistola?
Mi papá se dio de topes cuando leyó lo de la pistola, por supuesto que no estaba enterado. En cuanto a lo demás, pienso que el amor ciega y te puede hacer irresponsable.

¿Es más probable ser rufián cuando se es hijo único?
No lo creo. Si tienes hermanos rufianes, es muy probable que tú también lo seas. Ser hijo único sí aumenta las probabilidades de que seas un ser solitario, que se te dificulte comunicarte. Te llega a fastidiar ser el centro de la atención y el acoso de tus padres.

No hay apodo para “Don Miguel” (Manuel Espinosa Yglesias en la vida real), el dueño del banco que metió a su papá en la cárcel. ¿Acaso por un inconsciente respeto atávico?
Sí tenía apodos, pero en el libro no quise que se transparentara mi rencor. Por cierto, una vez publiqué una carta para él contando cosas acerca de ese asunto.

¿Celebró usted la nacionalización bancaria de José López Portillo?
No voy a negar que pegué algunos gritos de gusto, ja, ja.

¿Siguieron las rufianadas tras los 17 años?
Sí. En las noches rompía aparadores a tubazos en Insurgentes; robábamos extinguidores, los vendíamos y nos íbamos de viaje.

¿O sea que el Tribilín (Tribunal para Menores) no fue disuasorio?
Más bien fue un estimulante.

¿Aún le gustan las mujeres llenitas?
Las gordas tienen su encanto y hay una gran injusticia alrededor de ellas. Estamos sometidos a un estándar de belleza que pone muchas trabas al respecto. Le digo a mi mujer que un poquito más de carnita puede poner las cosas más cachondonas, hay más de dónde agarrar.

¿Escribiría un libro sobre cárceles?
Me encantaría. Las he recorrido por interés, gusto, morbo y hobby. Uno tiene que ver la cara de gente que ha matado. Habría que preguntar si realmente es tan monstruoso matar en un medio donde eso pasa simplemente. Le faltan al respeto a tu hermana o madre, la defiendes, y de pronto ya mataste a uno. Yo no lo haría, pero mi situación es otra.

¿Puede decirse que “La edad de la punzada” es la versión pirruris de “Los olvidados”?
No me gusta la pregunta con ese término lopezobradorista. Preferiría que fuera Naranja mecánica en versión fresa. El libro lo pensé como una película. La vida, para que valga la pena, ha de parecerse a una buena película.

Tres libros que cambiaron su vida

“El retrato de Dorian Gray” (Oscar Wilde), “La inmortalidad” (Milan Kundera), y quiero declarar un empate: “La guerra del fin del mundo” (Mario Vargas Llosa) y “Aura” (Carlos Fuentes).