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Me siento mejor en México que en Europa: Meyer

El Universal | 11/12/2011 | 09:24

Jean Meyer Barth (Francia, 1942) conoció México cuando tenía 20 años. Durante dos meses recorrió gran parte del país. “La pasé bien y me prometí volver”, recuerda.

Ese sueño se concretó 10 años después. Atrapado por el “mito” de la gesta revolucionaria y de sus principales protagonistas, como Francisco I. Madero, Pancho Villa y Emiliano Zapata, Meyer decidió realizar su tesis doctoral en Historia de la Revolución Mexicana. “Era un excelente pretexto para volver a México”.

Con ese proyecto académico y con todas las ganas por descubrir el país, el historiador recuerda que fue hace 50 años cuando entró a México por Nuevo Laredo, Tamaulipas, en un viejo Chevrolet Sedan de cuatro puertas, y que -relata- vendió al final del viaje y terminó como taxi en la Ciudad de México.

Aunque sus planes no eran quedarse, el también colaborador de este diario ha realizado gran parte de su carrera académica en este país que ahora lo reconoce con el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2011 en la categoría Historia, Ciencias Sociales y Filosofía. “Una vez más, México me trata con generosidad”, afirma.

Sentado en el estudio de su hogar, en cuyas paredes cuelgan retratos de su familia, fotografías de él con sus amigos, recuerdos de sus andanzas por el norte del país, donde conoció y convivió con los protagonistas de La Guerra Cristera, Jean Meyer relata a EL UNIVERSAL las peripecias de su exilio voluntario en México, sobre su trayectoria como historiador y especialista en La Guerra Cristera, un tema que, dice, le permitió conocer el México profundo.

¿Qué despertó su interés por la Revolución Mexicana y en especial por La Guerra Cristera?

A la Revolución Mexicana la conocí a los 15 años, viendo la película Viva Zapata, de Elia Kazan. Marlon Brando es un increíble Zapata. Con esa película me entró el mito, la leyenda de la Revolución Mexicana, la admiración por Madero y Zapata. Cuando decidí hacer mi doctorado en Historia de la Revolución Mexicana en París, presenté mi proyecto de investigación sobre Emiliano Zapata, pero un jesuita mexicano me dijo que si quería abordar un episodio un poco más desconocido de la Revolución, estaba La Cristiada. Yo no tenía ni la menor idea de lo que se trataba, pero él me explicó y me gustó la idea. Entonces, llegué a México con el propósito de estudiar La Cristiada.

¿A qué retos se enfrentó durante su acercamiento a este tema?

Me encontré con que era una historia muy reciente y con que los archivos sobre el tema estaban cerrados, en todos lados me decían que no, ese tema no. No me quedó más que tomar la grabadora y la libreta de apuntes e ir a entrevistar a los veteranos, a los sobrevivientes de los dos bandos de La Guerra Cristera. Eso me llevó a conocer lo que llamamos el México profundo. Viajé por todas las regiones donde hubo cristeros, desde Durango y Sinaloa hasta Oaxaca, especialmente en los pueblos y ranchos, a veces a lomo de mula o a pie.

Por ejemplo, -señala algunas fotografías -, aquí estoy con don Bernardo González, de San José de Gracia (Jalisco), un cristero de ese pueblo. En la otra foto son las bodas de oro de don Ezequiel Mendoza, un coronel cristero de Coalcoman, Michoacán.

¿Qué le dejó la convivencia con los protagonistas de esta guerra?

Estas personas hicieron que realmente me enamorara de México, conocí a gente admirable, hermosa. Es lo que me hizo mexicano culturalmente, mucho antes de que en 1979 me otorgaran la ciudadanía.

Aprendí la dureza y la dulzura de la labor del campo, la del agricultor, por eso estoy muy triste y consternado por la sequía que afecta al país. Aprendí a respetar las opiniones más diversas, y que podía existir una manera generosa, extraordinaria de vivir la fe religiosa, que la religión no tiene que ser fanatismo o superstición o intereses disfrazados de religión. Puede haber lo mejor y lo peor entre los que se dicen cristianos, pero yo conocí unos cristianos excepcionales.

Pienso, por ejemplo, en don Ezequiel Mendoza, de quien tuve la suerte de publicar sus memorias.

¿A nivel profesional, cómo fueron sus primeros años en México?

Fue Luis González, que entonces dirigía el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, quien me puso el pie al estribo. Él y su esposa Armida de la Vara fueron como mis hermanos mayores. Al poco tiempo de haber llegado a México, Luis me llevó a su pueblo, a San José de Gracia, en Michoacán, que había sido 100% cristero, así fue como realmente entré a la historia de La Cristiada, a la historia de México.

¿Cómo era el México al que llegó y cómo describiría al México de hoy?

Era un México con menos habitantes que Francia. La Ciudad de México era una maravilla, no había contaminación, la seguridad era absoluta. Pero no tiene caso extrañar lo pasado, México ha mejorado en muchos aspectos. Hay pobreza y desigualdad, pero le aseguró que no es nada comparado con el México que conocí en 1962. Se han dado cambios en la libertad de pensamiento, en aquel entonces era un país muy controlado ideológicamente y políticamente.

Con todos los problemas que pueda tener México, cuando lo comparo con Europa me parece que es un gran país. Cuando estoy en Europa la paso bien, pero se nota el estado depresivo de la gente, como quien dice que el dinero no hace la felicidad. Luis González decía que los mexicanos sabían vivir bien con pocos recursos.

Si vemos cada año los análisis de la escala de la felicidad en todas las naciones del mundo, México está siempre entre las primeras cinco. Es una relación con la naturaleza, es una relación con Dios, es una relación global misteriosa, que hace que con todo y problemas yo me sienta mucho mejor en México que en Europa.

Si usted compara la tasa de suicidios de los países de Europa del norte, que tienen un alto nivel de vida, con nuestra sociedad desigual, veremos que esos países, a pesar de su nivel de vida, tienen el récord mundial de suicidios. Lo lograron todo, es una sociedad de las menos desiguales, tienen protección social, una red de instituciones que protegen al ciudadano, una democracia perfecta, corrupción cero, y la gente está triste.

¿Y a qué responde todo esto?

No le sabría decir, pero yo me beneficio de esa situación y por eso estoy en México.

Se consideraba que Europa estaba del todo realizada, pero ¿qué pasará ahora con la crisis económica y social que enfrenta?

Europa está viviendo lo que nosotros en 1994, con el error de diciembre. Todo dependerá de lo que se decida en estos días, sobre si se acepta o no el tratado entre Angela Merkel y Nicolas Sarkozy. Eso creo que podría ser una salida y si no se encuentra una salida inmediata, bueno cuántas veces en la historia no ha habido crisis y grandes depresiones. Eso sí, deben evitar que desaparezca el euro, porque si eso pasa Europa tendrá una crisis económica que significaría una bajada del nivel de vida de por lo menos 20 o 25%.

¿Cómo fue su relación con el Nobel Jean Marie Le Clézio cuando él vivió en México?

Él llega a México en 1967, yo había llegado dos años antes. Nos conocimos en el IFAL y nos hicimos buenos amigos. Es una amistad que se ha mantenido y consolidado hasta la segunda generación, con nuestros hijos. Con él viajé por todo México, fueron momentos esplendidos.

Recuerdo con tristeza que en una ocasión, después de pasar una semana extraordinaria con los huicholes en su festejo de Semana Santa, llegamos al hotel y la televisión anunciaba que habían asesinado a Martin Luther King. La noticia nos entristeció mucho, en ese momento hubo un duelo compartido entre nosotros.

¿Con qué otros colegas mantuvo una estrecha relación como la que conserva con Le Clézio?

A mi edad he perdido amigos muy importantes como Louis Panabiere, Antonio Alatorre o Luis González, que el 13 de diciembre cumple ocho años de muerto. Lo extraño mucho. Tengo otros dos, tanto en México como en Francia, pero de vez en cuando invade la nostalgia. Hay otros amigos, mucho más jóvenes que yo, pero los que ya se fueron dejan un nicho que no se puede llenar, pero creo que nos acompañan.

¿Qué es la historia para usted?

Es mi oficio, es mi profesión. Tengo el privilegio de que si me gano la vida con ello no me aburro. Para mucha gente el trabajo es para ganarse la vida y esperan el fin de semana o la pensión cuanto antes. Yo tengo la suerte de que, como le pasa a los artistas, se confunde la vida con la profesión, no me aburro nunca.

También ha escrito novelas históricas. En estos casos, ¿cuál es el límite entre la realidad y la ficción?

No llegué a ser realmente un autor de novelas porque las dos que escribí descansan en un conocimiento histórico y documental bastante serio. Me parecían tan fantásticos esos dos episodios de la historia de México que sentí la necesidad de darle una forma literaria para poder constituir las pasiones, darle calor, sangre y carne a esos personajes, para que no fuese solamente personajes de libros de historia o héroes de bronce, sentí que la forma tenía que ser literaria. El recurso literario permite decirlo mucho mejor que el libro académico.

¿Si pudiera comenzar de nuevo escribiría historia o literatura?

No sé. Me encanta la música y no sé leer ni una partitura. Soñé cuando tenía 17 años con ser director de cine, pero resulta que ahora tengo un hijo director de cine (Matías Meyer), así que estoy colmado.

¿Qué significa para usted ser reconocido con el Premio Nacional de Ciencias y Artes?

Pues que una vez más, la fortuna me ha favorecido. Me favoreció cuando descubrí México, cuando encontré a mi esposa. Yo no compro boletos de Lotería porque no tengo suerte, pero ahora sí me la saqué y la recibo con sorpresa. Una vez más, México me ha tratado con generosidad.