Paulina Bárcenas
Plano Informativo | 31/10/2011 |
El frio pega fuerte y se respira una tensa calma. Ese silencio absoluto se ve interrumpido por murmullos miedosos, y de forma extraña se dibujan ángeles en la oscuridad. Luego cruces, luego figuras de hombres que no se sabe si son de este mundo.
Por el pasillo que parece la boca de un lobo hay algo de luz, de un fuego que se menea con el viento y amenaza con irse y dejarnos a nuestra suerte, ahí donde muchos no quieren ir ni siquiera de día. Las velas que llevamos en las manos nos dan algo de calor pero no son capaces de iluminar más allá de nuestros propios pasos, es como si de repente camináramos con una venda en los ojos mientras el frio cruel nos corta la piel.
Nada se ve, nada se escucha. Todos nos agrupamos en espera de que el viento y el susto sean menores, pero el miedo se contagia. Viaja inesperadamente de unos a otros.
Como si de un sueño se tratara un hombre huichol sale de la nada y el golpe a su tambor anuncia que hablará con nosotros, y en efecto, nos da la “bienvenida” y claramente señala que en ese lugar nosotros somos los intrusos y que el respeto es fundamental si no queremos que nada nos pase esa noche… o las que le siguen.
Dibujada entre la oscuridad una mujer con un vestido de época blanco se acerca a nosotros, sabemos que nos observa pero no podemos verla a la cara, un velo rosa sobre el sombrero de ala ancha nos impide conocerla. Juega con sus manos y con nuestras emociones, y las respiraciones comienzan a ser agitadas.
Ella y el indígena huichol nos guían en la oscuridad. Si vemos a los lados todo pareciera cobrar vida, en realidad no sabemos si es así o son los traidores nervios que nos engañan.
A lo lejos se ve una luz al centro del pasillo ancho que parece no tener final, porque son nuestros propios pies los que ya no quieren avanzar. Llevamos las manos húmedas y no sabemos si es sudor o la cera de la vela que se nos va derritiendo. Y la luz al centro nos ayuda a descubrir la figura de una mujer con un camisón blanco.
Se ve que está de espaldas y con los brazos abiertos al cielo, como implorando perdón. Nos detenemos pero ella nos escucha y baja las manos, muy despacio se gira hacía nosotros y se nos acerca.
Tiene miradas como de odio y el manojo de hierbas que lleva en la mano derecha comienza a sacudirnos. De repente una voz nos dice que es el espíritu de la Curandera de Tlaxcalilla, una mujer que fue ahorcada hace casi 500 años en el que es hoy el Barrio de Tlaxcala.
Ella veía una amenaza en los hombres con barba y con sus hechizos evitaba que dominaran a los indios, sin embargo fue descubierta y ejecutada. Dicen que su alma pena por todo San Luis Potosí, en busca de justicia para su raza lacerada.
Camina entre nosotros y nos habla en lenguas extrañas, se ve furiosa y nos toca con sus hierbas. De repente de entre nosotros se va…
Seguimos caminando por el pasillo que se hace cada vez más oscuro y pesado. Es entonces que todo nos parece una amenaza y hasta los ángeles de piedra parecen observarnos.
Un bulto grande y muy oscuro se nos acerca con pasos seguros y nuestra luz nos deja ver que es un demonio que nos hace sacar un grito de terror, como ahogado entre las ganas de ya salir corriendo. Nos agarramos de quien podemos para buscar auxilio y entonces nos topamos con un grito aún más desgarrador.
La voz en el viento nos dice que ya casi llegamos, que sigamos una tenue luz violeta que baña a una capilla. Y ya una vez en el lugar un grito despiadado nos indica que es hora de sacar nuestro propio grito.
Una mujer en un vestido blanco y con un rebozo café da vueltas llena de angustia, grita, gime, se revuelca de dolor, atormentada por la culpa. Una frase inconfundible nos dice que es la mujer que perdió a sus hijos en el río y parece que quiere sacarlos de entre nosotros.
“Haaaaaayyyyyyyy mis hijooooooos” clama, es La Llorona. Y es igual a como la cuentan, como dice en esa leyenda añeja.
Sufriendo como siempre se pierde entre las tumbas del panteón y nos deja solos. El silencio es nuevo infinito, incomodo, cruel. Y un hombre que cojea se acerca a donde estamos amontonados si no de frio si de miedo.
Se presenta como Juan del Jarro y nos dice algo más que su historia, dice que vamos a ser felices si reímos, que así la muerte no nos va a alcanzar. Y nos cuenta de sus hazañas para adivinar y danza entre nosotros con una linda flor.
Y se va dejándonos solos otra vez no sin antes decirnos que para recibir es preciso dar, aún más allá de lo que creemos que es suficiente.
Y es ahora que entendemos que el amor siempre lleva a la locura, muchas veces a esa de la que no se regresa tras haber perdido. Que el amor eterno existe y que hay personas que se encarnan en el alma y se aferran a no ser recuerdos sino una fantástica esperanza de volverlas a besar. Y de tocar sus manos y abrazarles como si el propio cuerpo estorbara.
Entendemos que el amor puede ser un delicioso tormento que nos acompaña hasta la tumba y aún más allá, hasta donde muchos vagan suplicando incesantemente que vuelva.
Claudia “La loca Zuley” busca a Rodolfo entre nosotros y nos suplica que le ayudemos a saber en dónde está, donde encontrar al amor de su vida, que a la boda nunca llegó, y nos dice que si una vez se nos vuelve a aparecer es para darnos suerte para jamás sufrir por amores perdidos, extraños, por esos juegos injustos del destino.
Y de amores también nos habla Luis “El gallo” Maldonado, y nos dice que ha ido y venido de la muerte, pero que nunca ha dejado de amar.
Y jura que el tequila ayuda cuando esas canciones tan mexicanas desgarran corazones ya de por si arrastrados por la desesperación.
Luego, llega una bella silueta enfundada en un vestido negro. No dice nada pero la voz del viento narra que es una linda mujer que a los treinta días de haber muerto salió del panteón del Saucito para hacer su visita a los Siete Altares.
Esa que dice la historia cada año sale para cumplir con su devoción, la que cuentan causa la muerte a quienes se topa en su camino y son mentirosos, pero que llena de dicha y vida a quienes son honestos. Ella a la que le dicen “La dama enlutada”.
Esto es algo de lo que se puede vivir durante los espectáculos que organiza la dirección de Cultura del Ayuntamiento de la capital con la participación en escena del grupo Doble Espacio al interior del panteón del Saucito. Un lugar en el que de noche cobran vida las leyendas más sonadas y tradicionales de San Luís Potosí.