No sé cómo valió madre todo. Mis papás eran a toda madre, de niño me sacaban a pasear, me compraban cosas, no me pegaban; ni supe cómo me hice ‘malandro’”.
A sus 14 años de edad, Armando aún tiene una mirada un poco infantil, y cuando platica se emociona como un pequeño relatando una visita a la feria; pero, para él, sus aventuras están lejos de ser vivencias en juegos mecánicos o partidos entre amigos.
Tras las rejas, en espera de recibir una condena por robo agravado, explica la forma en que pasó de ser un “niño de familia” a un peligroso criminal, diestro para las armas, integrante de una banda de secuestradores, asesinos y vendedores de droga.
“Hace más o menos un año me corrieron de la secundaria, ahí fue cuando se puso gacho”.
—¿Por qué te corrieron de la secundaria? —se le pregunta al menor.
—Es que vendía droga. Movía mariguana, píldoras, tachas y coca, de todo un poco. Se vende bien cabrón, en todos los salones compran, son bien atascados los chavitos.
Armando no era un simple repartidor. Gracias a su habilidad para el negocio, en menos de dos meses ya se había convertido un verdadero “capo” al interior del plantel donde tenía una red de vendedores, a los que cada mañana les entregaba la droga y por la tarde cobraba las ganancias.
“Para mí estaba bien pelada: llegaba con la droga y ellos la vendían, yo no me metía en ninguna bronca. Se las daba y ya ellos sabían si la acomodaban o se la acababan solos”.
Un día, uno de sus vendedores fue descubierto y con tal de salvarse lo echó de cabeza.
Las autoridades escolares tomaron la decisión de expulsarlo de inmediato del plantel, pero no lo canalizaron a recibir orientación de ningún tipo, ni se le dio algún seguimiento a su caso, simplemente lo sacaron del sistema educativo.
En busca de la “buena vida”
Al quedarse sin fuente de ingresos, y con 13 años, pero acostumbrado a la “buena vida” —según él mismo dice—, se metió completamente al negocio de la venta de sustancias prohibidas.
“Éramos tres ‘compas’, uno de 19 años, uno de 17 y yo. Ellos le sabían más, tenían muy buenos contactos, en un ratillo ya teníamos tienditas por todos lados. Hasta señores trabajaban para nosotros”.
Cuando Armando cumplió los 14 años de edad compró su primera pistola. “Era una .45, pero no me gustaba, porque tenía el jalón bien ‘gacho’, ni la podía controlar; ya después compré una nueve milímetros, y ésa sí me gustó, bien ligerita, tirabas y se sentía duro, pero la controlabas”.
Luego de tres meses encerrado, asegura que se siente desesperado por la falta de actividad, ya que no puede tomar parte en los talleres de oficios del reclusorio para menores hasta que reciba una sentencia.
“Todos los días es la misma madre: la misma comida, la misma gente, haces siempre lo mismo. Te desesperas, lo bueno es que la raza se porta chido y no te buscan broncas”.
Su rutina es radicalmente distinta a su ritmo de vida anterior, cuando solía ganar 2 mil pesos diarios y gastarlos en ropa, botas y celulares caros.
“Yo no ‘pisteo’ (tomar alcohol), no uso coca, nomás me gusta fumar mariguana. Todo el dinero me lo gastaba en pendejadas, le daba dinero a mi mamá y lo demás con los ‘compas’”.
Su papá es un empleado de nivel bajo en una dependencia gubernamental, su madre se dedica al hogar, que está conformado por ella, su esposo, abuelos, Armando y una hermana menor.
“Mi mamá hasta decía que yo era rebuen hijo, porque le conté que andaba trabajando como ayudante de pintor. Entonces cada semana le daba unos mil 500 pesos, ella pensaba que le estaba dando todo mi sueldo y hasta decía que me quedara con una parte, que no se lo diera todo”.
Testigo de crímenes
En esos días su banda se integró a una organización criminal independiente, dedicada a levantar gente “por pedido”, secuestrar y distribuir droga en cantidades importantes.
Durante ese tiempo Armando fue testigo de homicidios y torturas, aprendió a usar armas de grueso calibre y conoció técnicas de defensa, escape, sometimiento, entre otras.
“La verdad sí me gustaba, para que le digo que no. Me gustaba llegar a la casa con la pistola fajada, salir y ponerme el chaleco antibalas, traer siempre un buen fajo de billetes”.
Los patrones de Armando lo mandaron a Ciudad Juárez, Chihuahua, donde participaba en los “levantones” y robo de automóviles, “ahí sí está mucho más cabrón, porque muchos te sacan la pistola o ‘el cuerno’, incluso una vez casi me dan en la cabeza”.
En uno de los robos fue detenido y se le abrió un proceso, mismo que no refleja la carrera criminal de Armando.
“En cuanto salga me voy a ir bien lejos, quiero irme con mis papás y alivianarme. Hasta que estás en la cárcel es cuando valoras, y te calan las desveladas que se ponían por ti y todas las preocupaciones que les diste.”
Sin embargo, reconoce que no le será tan fácil dar la vuelta a la página y empezar de nuevo.
“Pero antes tengo que hablar con unas personas y decirles que ya le voy a bajar, porque si me voy sin decirles, van a decir este ‘güey’ ya se ‘peinó’ (nos delató) y hasta me pueden mandar a matar. Si me dejan me voy a ir, pero si no, ni pedo, a seguir jalando”.