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Una intervención militar en Libia

El Universal | 05/03/2011 |

Ha comenzado a discutirse la posibilidad de una intervención militar en Libia. Con una agilidad de escasos precedentes, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó un conjunto de sanciones contra el régimen de Gaddafi. El país será objeto de un embargo de armas, se congelarán fondos en el extranjero y se ha abierto una puerta para que el dictador sea juzgado por la Corte Penal Internacional.

Pero nada de esto podría ser suficiente si Gaddafi está dispuesto a mantenerse en el poder a cualquier precio. El autoproclamado líder revolucionario cuenta con recursos para resistir un buen tiempo y hundir al país en una cruenta guerra civil. Puede ser un delirante y un megalómano, pero no es un tonto. Claramente, ha sabido servirse de mercenarios y de las muchas lealtades que ha comprado durante años.

Si tomamos en cuenta que Muammar Gaddafi está sentado en una mina de oro negro y se alimenta de una red de apoyo más allá de sus fronteras, pareciera difícil derrotarlo sin una acción internacional concertada. Quienes defienden que esa acción contemple una dimensión militar plantean que el dictador está atentando contra su propio pueblo y que no es posible permanecer indiferentes frente a la masacre de ciudadanos desarmados.

El problema de una intervención militar es que no hay hoy una fuerza con el interés, capacidad y (especialmente) con la credibilidad para llevarla a cabo. El sistema internacional no ha logrado crear un mecanismo que permita actuar en conflictos de este tipo. Por años el mundo observó cómo los Balcanes se sumían en una guerra fratricida para sólo entrar tarde y de forma errática. En otros casos, como el de Sudán, el genocidio nos encontró impasibles.

No se puede perder de vista, sin embargo, que aun en el caso de que el Consejo de Seguridad se pusiera de acuerdo para aprobar una intervención militar en Libia —lo que no parece sencillo—, ese organismo no tiene una fuerza militar propia. Ésta tendría que integrarse a partir del esfuerzo que determinados países estén dispuestos a realizar. En la práctica, misiones de ese tipo se forman a partir de los países que tienen más intereses en juego. En este caso, EU, Gran Bretaña y otros países de la Unión Europea.

Después de la funesta experiencia en Irak, ni EU ni Inglaterra tienen autoridad moral para llevar a cabo una operación salvadora en Libia. Pero además, como escribió Seumas Milne en el diario británico The Guardian, “la responsabilidad de proteger a víctimas inocentes es un principio aplicado de forma tan selectiva que la palabra hipocresía simplemente no hace justicia”. Es claro que son otras las razones que motivarían una intervención.

Para empezar, Libia es el país africano con mayores reservas de petróleo en África y el principal proveedor de la Unión Europea. Al menos desde 2006, cuando George Bush decidió olvidarse de los numerosos delitos terroristas de Muammar Gaddafi, para concentrarse en Saddam Hussein, varios países europeos se dedicaron a hacer jugosos negocios con él. Unas 150 compañías británicas han sentado bases en ese país, por no mencionar la gran cantidad armas que le han proporcionado. En los últimos tres años, el gobierno inglés aprobó 75 licencias de armas a Libia. Los helicópteros, tanques, misiles y granadas con los que hoy Gaddafi reprime a sus ciudadanos fueron provistos por naciones occidentales.

Si algo tienen de valioso las sublevaciones del norte africano es que un buen número de jóvenes han expresado con contundencia que ellos también quieren vivir en libertad. Su acción demostró cuán falsa era aquella tesis que planteaba que las naciones árabes no podían, no querían o no estaban preparadas para vivir en democracia. Ese argumento falaz —con el que se justificó y sostuvo a muchas dictaduras en la región— ha comenzado a resquebrajarse.

Ocurre, sin embargo, que el poder y la influencia que algunos gobiernos occidentales ejercían en esta estratégica región del mundo hoy no está asegurado en medio de estas transformaciones. No sería extraño que esas potencias se planteen intervenir militarmente para garantizar el control de esa zona dentro de un escenario de incertidumbre, o incluso para limitar la magnitud de los cambios. Quienes promueven la opción militar, sin embargo, no deberían ignorar el hecho de que ni siquiera los opositores a Gaddafi creen que sea una buena idea.
h.gomez-bruera@ids.ac.uk