Opinión
El momento en que el mundo vuelve a mirar
Por Jesús Aurelio Hernández
Hay momentos en los que un país regresa a la conversación internacional no por moda ni por coyuntura mediática, sino porque su historia se convierte en advertencia. Venezuela atraviesa uno de esos momentos. No se trata únicamente de una crisis política prolongada, sino del reflejo de lo que ocurre cuando el poder se ejerce sin límites y la democracia comienza a diluirse hasta volverse frágil.
El reciente reconocimiento internacional a una de las principales figuras de la oposición democrática venezolana volvió a colocar al país en el centro del debate global. No como un gesto aislado, sino como una señal de que el mundo ha decidido mirar de nuevo lo que ocurre en un país que lleva más de dos décadas atrapado en una deriva autoritaria
Dos décadas de poder concentrado
Durante más de veinte años, Venezuela ha vivido un proceso sostenido de debilitamiento institucional. La concentración del poder, la eliminación progresiva de los contrapesos democráticos y el cierre de los espacios de participación política marcaron su vida pública. La democracia dejó de ser una práctica cotidiana para convertirse en un discurso vacío.
Organismos internacionales han documentado de forma reiterada violaciones a los derechos humanos, restricciones a la libertad de expresión, persecución política y el uso del aparato del Estado como instrumento de control. A la par, el deterioro económico fue profundo y persistente, llevando al país a una de las crisis más severas que haya vivido América Latina en tiempos recientes.
El resultado es un país fragmentado, con una sociedad exhausta y con millones de ciudadanos obligados a abandonar su tierra en busca de seguridad, estabilidad y futuro.
El exilio como herida abierta
El éxodo venezolano es hoy uno de los fenómenos humanos más significativos del continente. Millones de personas salieron de su país no por decisión propia, sino por necesidad. Cada cifra encierra una historia de ruptura: familias separadas, proyectos truncados, generaciones enteras obligadas a empezar de nuevo lejos de casa.
El exilio no solo define el presente venezolano; también condiciona su reconstrucción futura. Ningún país puede recomponerse plenamente mientras una parte importante de su talento, su fuerza laboral y su tejido social se encuentre dispersa por el mundo.
México y la memoria del refugio
México ha sido históricamente una tierra de acogida. En distintos momentos del siglo XX y XXI, personas provenientes de diversas regiones encontraron aquí un espacio para rehacer su vida. En los últimos años, miles de venezolanos han llegado al país con ese mismo propósito.
Su integración ha sido visible en la vida académica, empresarial y cultural. Pero más allá de su aporte económico y social, la comunidad venezolana en México ha traído consigo una memoria valiosa: la de un país que perdió gradualmente sus libertades. Escucharlos es recordar que la democracia no es una abstracción, sino una condición real que, cuando se erosiona, obliga a huir.
Un reconocimiento que trasciende a la persona
El reconocimiento internacional reciente tiene un significado que va más allá de lo individual. Representa un mensaje político y moral: la defensa de la democracia, de los derechos humanos y de las libertades fundamentales sigue siendo un criterio central de legitimidad en el mundo contemporáneo.
El simbolismo del mensaje, transmitido incluso a través de nuevas generaciones, refuerza una idea poderosa: la lucha democrática no es solo de liderazgos, sino de sociedades enteras que se niegan a normalizar el miedo como forma de gobierno.
La señal que se envía a la región
En este contexto, el papel de Estados Unidos y de otros actores internacionales adquiere una relevancia especial. Más allá de sanciones o posicionamientos diplomáticos, el mensaje es claro: los gobiernos que cancelan elecciones, persiguen opositores y desmantelan contrapesos terminan perdiendo legitimidad y respaldo internacional.
No se trata únicamente de Venezuela. La señal alcanza a otros países de América Latina donde el poder tiende a concentrarse y las instituciones muestran signos de desgaste. El caso venezolano funciona como un espejo incómodo para toda la región.
El desgaste de las dictaduras en América Latina
Las dictaduras del siglo XXI rara vez colapsan de manera abrupta. Se erosionan lentamente. Pierden apoyo social, viabilidad económica y reconocimiento internacional. La experiencia regional muestra que la democracia no siempre regresa de inmediato, pero termina abriéndose paso cuando la sociedad civil, la presión externa y las nuevas generaciones coinciden.
Venezuela parece encontrarse en esa etapa de desgaste prolongado, donde el futuro comienza a reconfigurarse, aunque el desenlace aún no sea claro.
Democracia y derecho internacional
Desde la perspectiva del derecho internacional, la democracia representativa, el respeto a los derechos humanos y la celebración de elecciones libres no son asuntos exclusivamente internos. Son compromisos regionales. Instrumentos como la Carta Democrática Interamericana establecen que la ruptura del orden democrático habilita la acción colectiva de los Estados.
Bajo ese marco, la situación venezolana no es solo una crisis política nacional, sino un problema de legalidad internacional que interpela a todo el continente.
Una lección que no debería ignorarse
Venezuela recuerda que la democracia no se pierde de un día para otro, pero sí puede desaparecer cuando el abuso del poder se normaliza y la sociedad se acostumbra a la ausencia de libertades. El reconocimiento internacional reciente no resuelve la crisis, pero deja una señal inequívoca: el mundo ha vuelto a mirar y la historia comienza a marcar límites.
La experiencia venezolana es, al mismo tiempo, advertencia y lección para América Latina.
Para observar en la semana: México rumbo a 2026
El cierre del año invita a mirar hacia adelante. México enfrenta el desafío de construir una estrategia clara rumbo a 2026, centrada en fortalecer las instituciones democráticas, impulsar crecimiento económico con estabilidad y consolidar políticas sociales sostenibles que complementen —y no sustituyan— los derechos.
La experiencia venezolana deja una enseñanza útil: sin contrapesos, sin certidumbre institucional y sin democracia funcional, ningún proyecto económico es sostenible en el tiempo. Pensar el futuro hoy no es una urgencia política; es una responsabilidad histórica.
¡Feliz Navidad a todos!