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HOMILÍA: Nunca dejemos de esperar

Venimos al mundo, para vivir esperando. Porque la vida se nutre de la espera.

 

Y, mientras tengamos vida, será posible vivir esperando.

 

El adviento nos recuerda, que algo está por venir. Por eso, no hay que darse por vencido antes de tiempo; ya que, lo mejor, está a punto de llegar.

 

Cuando no encontremos en nosotros, una razón para esperar, hay que alzar los ojos al cielo. Y ahí, descubrir que más allá de nosotros, se encuentra lo mejor.

 

Por tanto, no caigamos en la desesperación, ni anticipemos la derrota.

 

Decía un filósofo: “….la desesperación es una anticipación antinatural del fracaso, de la condena”. ( A. Basave Fdz. Del Valle).

 

El desesperado, se está adelantando al fin, cuando este, aún no ha llegado.

 

No es natural, apresurar la derrota, mientras estemos vivos.

 

Alguien dijo: “La esperanza se nutre de ausencias, pero es fuerza tan mágica que la ausencia la trasforma en presencia…”. (Luis Abad Carretero).

 

Lo que esperamos, no se ve desde lejos, por el contrario, es algo que ya llevamos dentro, y está cambiando la vida.

 

Aunque, para vivir una auténtica espera, se necesita tener fe. Porque sin fe, no se puede vivir con esperanza.

 

El Evangelio, nos presenta a un hombre que, gracias a su fe, acepto los designios de Dios; y así, contribuyó a la llegada de nuestra salvación.

 

José, creyó en lo que el ángel, le dijo en sueños: “ José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. (Mt. 1).

 

La duda, nos puede orillar a perder la esperanza.

 

Por eso, hay que pedir a Dios: que no vivamos atrapados por la duda. Porque ésta, puede ser un tormento, que nos empuje a la desesperación.

 

Roguemos al Señor, que fortalezca nuestra fe, para que se conserve la esperanza.

 

Solo así, podremos ser felices, aún antes de que llegue lo que tanto esperamos.

 

Pbro. Lic. Salvador Glez. Vásquez.

 

 

 

Evangelio (Mt 1, 18-24)

Del santo Evangelio según san Mateo

A. Gloria a ti, Señor.

 

Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su madre, desposada con José, y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo. José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto.

 

Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: “José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.

 

Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta Isaías: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros.

 

Cuando José despertó de aquel sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y recibió a su esposa.

 

Palabra del Señor.

A. Gloria a ti, Señor Jesús.

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