Vértice
Amigas y amigos de Plano Informativo, en estas fechas, cuando el aire huele a ponche y las calles se iluminan con foquitos que parecen respirar junto con la noche, llega un momento profundamente nuestro, las posadas. Y aunque muchos las reducen hoy a un “pretexto para el exceso”, vale la pena recordar que las posadas nacieron de algo más grande que el bullicio, la música estridente y las ganas de olvidar. Y ya sé que más de uno se va a incomodar, pero hay que recordar que las posadas nacieron para recordar, no para evadir.
Las posadas son una tradición que se remonta al siglo XVI, cuando los frailes evangelizaban en náhuatl y el México recién nacido intentaba encontrar su propia alma. Eran nueve noches de preparación espiritual antes de la Navidad, y cada una representaba el camino que María y José recorrieron buscando un lugar donde pudiera nacer la esperanza.
Por eso se llama posada, porque se pide alojamiento.Porque la vida, como ellos, siempre nos pide puertas que se abran.
Pero más allá del origen religiosoque cada quien puede vivir desde su fe o desde su memoria cultural, las posadas tuvieron siempre un propósito mucho más humano, su propósito siempre fue reforzar la comunidad. Ese espacio colectivo donde las familias se reunían para verse, escucharse y acompañarse. Donde la infancia encontraba magia, la adultez encontraba pausa y los mayores encontraban compañía.
Con el tiempo, como todo en México, la tradición se transformó. Dejamos de cantar letanías completas y las reemplazamos por villancicos más cortos. Los peregrinos de barro se volvieron figuras de plástico brillante. Las piñatas pasaron de siete picos simbólicos a estrellas enormes de colores imposibles, o figuras de cultura pop. Y aun así, la esencia permaneció, la posada es un acto de encuentro. Una pausa en la vida para decir ¡Aquí estamos. Somos los mismos que hemos caminado juntos todo el año!, aunque a veces duela por algún lugar vacío.
Lo que no debería ser, aunque tristemente cada vez lo es más, es un pretexto para destruir lo que diciembre busca construir. La posada no debería terminar en accidentes, peleas, borracheras ciegas ni excesos que oscurecen lo que tendría que ser un momento de luz, de amor, de fraternidad, de paz.Una posada que se convierte en riesgo deja de ser posada.Se vuelve una ausencia disfrazada de fiesta. Se vuelve un foco rojo, y detrás de ello únicamente vacío.
Porque diciembre está hecho para cerrar ciclos, no para abrir heridas nuevas.
Este mes nos regala una última oportunidad antes de que el calendario vuelva a empezar, os da esa última chance para ver a quienes tal vez no vimos lo suficiente. Una última cena con los amigos de toda la vida, una última plática con los abuelos, una última carcajada con la familia antes de que el reloj cambie de número y la vida, inexorable, siga su curso.
Las posadas, si las miramos con más calma, son un recordatorio de lo esencial, que necesitamos a los nuestros,que el año se vuelve menos pesado cuando lo compartimos,que la vida no es solo trabajo, pendientes y problemas,
y que la comunidad, esa palabra olvidada, sigue siendo el refugio que no sabíamos que extrañábamos.
En tiempos en los que el individualismo nos muerde los talones, una posada auténtica puede ser un acto de resistencia emocional. Una afirmación. Un “todavía estamos aquí” que se dice entre risas, con un buñuelo en la mano y un pedazo de humanidad en el corazón.
Por eso, si este diciembre vas a una posada, no la desperdicies.No la conviertas en un chiste triste, hazla tuya, como lo hacían antes, como un puente, un puente hacia los demás, hacia los tuyos, hacia ti mismo.
Porque al final, diciembre es eso, una última oportunidad para reencuentros antes de renovar la vida; y las posadas, si las vivimos con sentido, son la manera más sencillay más mexicana de recordarlo.
Felices posadas a todas y todos.
De corazón, gracias por su lectura.
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