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HOMILÍA: Todo se logra, con alegría y paciencia

Tenemos que adoptar una actitud alegre. Porque la vida, cuando se vive en Dios, resulta aligerada, y la carga, ya no es tan pesada.
 
Quien es pesimista, se está haciendo la vida muy pesada. Ya que, sin Dios, la existencia resulta una carga.
 
Es cierto, que no podemos evitar los  problemas. Porque muchos de éstos, nos asaltan y nos topan por sorpresa.
 
Más, si confiamos en Dios, ya no tenemos que cargar con todo el peso de la vida.
 
Lo dice el Profeta: “Regocíjate, yermo sediento. Que se alegre el desierto y se cubra de flores…que se alegre y de gritos de jubilo…”. (Is.35).
 
Para vivir alegres, se necesita vivir con esperanza, sin dejar que ésta se pierda.
 
El hombre es débil, y siempre está expuestos a caer en la desesperación.
 
Por tanto, para ser fuertes en la espera, Dios viene, y nos da el mandato de vivir con alegría, gracias a la confianza en Dios.
 
Dijo Isaías: “ Digan a los de corazón apocado: ¡Ánimo! No teman. He aquí que su Dios, vengador y justiciero, viene ya para salvarlos”. (Is. 35).
 
No seamos de corazón pequeño, Dios nos ha dado un corazón grande, y de grande ánimo; siempre y cuando vivamos de la esperanza en Él.
 
Hay que permanecer con la certeza, de que tarde o temprano, llegará la salvación; haciendo de lo imposible, algo increíble. Ya que, Dios puede cambiar el aspecto de la tierra.
 
Ante lo adverso, mantengamos una actitud de espera. Y que la confianza en Dios, fortalezca la paciencia.
 
Ya lo dijo el apóstol: “Aguarden también ustedes con paciencia y mantengan firme el ánimo, porque la venida del Señor está cerca” ( Sant.5).
 
Aunque no lo veamos, Dios está cerca de nosotros. Pero, hay que abrir los ojos a la fe, para contemplar a Dios con la mirada del alma.
 
Que nadie nos inquiete, y nada nos perturbe, si esperamos en Dios, la vida será distinta; algo nuevo, a partir de ahora.
 
Pbro. Lic. Salvador Glez. Vásquez.
 
 
 
 
Evangelio (Mt 11, 2-11)
Del santo Evangelio según san Mateo
 
En aquel tiempo, Juan se encontraba en la cárcel, y habiendo oído hablar de las obras de Cristo, le mandó preguntar por medio de dos discípulos: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”.
 
Jesús les respondió: “Vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí”.
 
Cuando se fueron los discípulos, Jesús se puso a hablar a la gente acerca de Juan: “¿Qué fueron ustedes a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? No. Pues entonces, ¿qué fueron a ver? ¿A un hombre lujosamente vestido? No, ya que los que visten con lujo habitan en los palacios. ¿A qué fueron, pues? ¿A ver a un profeta? Sí, yo se lo aseguro; y a uno que es todavía más que profeta. Porque de él está escrito: He aquí que yo envío a mi mensajero para que vaya delante de ti y te prepare el camino. Yo les aseguro que no ha surgido entre los hijos de una mujer ninguno más grande que Juan el Bautista. Sin embargo, el más pequeño en el Reino de los cielos, es todavía más grande que él”.
 
Palabra del Señor.
A. Gloria a ti, Señor Jesús.
 
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