Por primera vez en dos décadas de carrera, Xavier Velasco (Ciudad de México, 1964) decidió internarse en nuevos terrenos literarios.
Después de explorar la memoria y la autoficción en El último en morir, el escritor regresa a la ficción pura -y al vértigo- con Mala espina (Alfaguara), una novela negra que lo lleva de vuelta a las calles de la Ciudad de México y a los personajes que siempre lo han perseguido: los parias, los periféricos, los que viven en el borde, entre la supervivencia y el naufragio moral.
"En realidad no me he ido de la ficción, nunca me he ido. Lo que pasa es que no he publicado ficción, lo cual es distinto", define con ironía el también autor de Diablo Guardián, historia que le granjeó el Premio Alfaguara en 2003.
Entre sus archivos, cuenta, hay incluso una novela guardada con 250 páginas que decidió abandonar.
Mala espina, en cambio, encontró su cauce desde la primera imagen: el cuerpo de un hombre que cae desde siete pisos y queda tendido en la banqueta. Los curiosos lo miran, murmuran, piensan en un posible suicidio. Pero quienes lo ven de cerca dudan: los pies están amarrados, y "la gente no se amarra los pies para suicidarse", narra Velasco.
Esa escena lo detonó todo.
"Mucho tiempo quise hacer novela negra, desde hace 20 años. Pero no me sentía listo. Me la pasé recolectando información: recorrí cárceles, conocí médicos forenses, leí toneladas de novela negra", recuerda el también autor de La edad de la punzada.
"Siempre decía: 'Algún día lo voy a hacer', y un día me quedé pensando en un amigo que me había contado cosas que le pasaron con unos chamanes y dije: 'Ya tengo una idea. Es más, ya conozco a los personajes'".
Pero detrás de la historia del cadáver que cataliza todo hay una mujer, su exesposa: Dunia Montoro.
"Su exesposa es analista de inteligencia para la Policía un día y al siguiente ya es sospechosa de un homicidio", cuenta Velasco.
"A partir de esa muerte asistimos a un desfile de personajes impresentables: políticos encumbrados, policías corruptos -valga la redundancia-, chamanes, narcotraficantes, estafadores, delincuentes reivindicados Toda una fauna".
Dunia, además, carga con una herencia incómoda: es hija de un falsificador de billetes que terminó en la cárcel, y estuvo casada con un hombre que, aun muerto, le provoca dudas, nostalgia y rabia.
"Ella quiere estar del lado del bien, pero la moral está tan perdida que ya nadie sabe dónde está el bien. Va a tener que salpicarse mucho para sobrevivir y descubrir quién es ella", remarca el autor, y añade que esa ambigüedad fue clara desde el principio.
"Tenía bastante claro quién era ella y quién había sido el marido. En cuanto a los otros personajes, mentí muy poco. Más del 80 por ciento de lo que está ahí es la pura verdad; no la forma en que está acomodada, pero sí la esencia".
De vuelta a la urbe
Con Mala espina, la Ciudad de México vuelve a ser una presencia central en la obra de Velasco: caótica, brutal, seductora, un terreno donde conviven el poder y el bajofondo.
El autor explica que ese territorio le acompaña desde la adolescencia, cuando su propia vida dio un giro drástico.
"Lo que le pasa a Dunia a los 15 años -que meten a su papá a la cárcel- a mí me pasó a los 16. Yo vivía en una casa bien, iba a una escuela de niños ricos y de un día para otro nos quedamos en la calle. Me dije: 'Maldita sea, ¿por qué me tienen que pasar a mí todas las cosas?'. Y me respondí: 'Porque quiero ser novelista. Estas cosas me pasan por algo'", recuerda.
Ese día, afirma, comenzó a "recolectar historias". Visitó cárceles, habló con reos, miró de frente lo que significa equivocarse o vivir siempre al borde.
"Aprendí que no eran bestias salvajes. Era gente que podía hablar conmigo, que podía ser amable. Y también conocí a políticos encumbrados que no eran nada mejores, incluso peores", precisa.
Mala espina recoge ese contraste: la ciudad donde conviven los poderosos que siempre caen parados y quienes habitan la periferia moral y económica.
"Hay personajes que nos encantaría ver en la cárcel, pero es una ilusión vana. Son más malandros que los malandros", dice con ironía.
Aunque el libro dialoga directamente con el género negro, Velasco escribe desde su propia estética: ritmo, intensidad y una prosa cuidada.
"No concuerdo con muchas características de la novela negra. Hay autores que me gustan mucho, pero tienen esta manía de poner la palabra 'dijo' 10 o 15 veces en una página. A mí eso no me gusta. Quería hacer literatura, ponerle toda mi alma, pero que al mismo tiempo pasara un torrente de cosas", concluye Velasco.
Mala espina, que el autor presentó recientemente en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, ya se encuentra en las librerías.