En las últimas décadas hablar del crecimiento económico –o más bien de la falta de crecimiento– se ha vuelto un lugar común en la discusión pública mexicana. Es un tema recurrente en promesas de campaña, en reportes trimestrales de toda clase de instituciones y, lo más importante, en las conversaciones de las personas que viven una economía que pasa por distintos niveles de estancamiento y no les ofrece la oportunidad de empleos e ingresos que desearían.
El crecimiento económico es un tema fundamental en cualquier país pues engloba lo que solemos pensar como desarrollo, es decir, la mejora constante en las condiciones de vida en una sociedad. Y cuando pensamos en el dinamismo de la economía mexicana es imposible no escapar al pasado y pensar en el periodo más reciente de crecimiento rápido y sostenido, el del desarrollo estabilizador (1950-1980).
En aquel tiempo, ese crecimiento estaba sostenido en tres grandes pilares: Primero. El rápido cambio estructural de la economía, es decir, su modernización pasando de sectores tradicionales como la agricultura a sectores modernos como la manufactura y los servicios. Segundo. La creciente urbanización asociada al cambio estructural. Tercero. El muy acelerado crecimiento poblacional.
La combinación de estos tres factores permitió un crecimiento rápido y también el desarrollo de fenómenos como la pobreza urbana y la informalidad en la medida que la tasa de crecimiento de la población y el movimiento de personas del campo a las ciudades rebasaba la capacidad de la economía para crear empleos.
De esta dinámica podemos deducir con facilidad que, aunque en el pasado crecimos mucho, nunca fue lo suficientemente rápido para atender a los otros fenómenos. Tras el colapso del modelo del desarrollo estabilizador en los ochenta, la infame década perdida, se ha visto una situación un tanto paradójica en la economía mexicana, a pesar de que el cambio estructural ha seguido –incluso se ha acelerado– hemos experimentado muy pocos y muy breves periodos de crecimiento vigoroso
Una forma muy simple de darnos cuenta del tamaño del estancamiento es usando lo que en la literatura de la economía del desarrollo se conoce como matrices de macro movilidad, es decir, una comparativa relativa entre los avances que los países han tenido entre dos puntos en el tiempo; para nuestro ejemplo usaré 1990 y 2020 como los puntos de comparación temporal y el PIB per cápita de los países.
El resultado se puede ver en la Figura 1: los países a la izquierda de la línea de 45° son países que han mejorado su posición relativa al ingreso per cápita promedio del mundo. Aquellos países a la derecha de la línea de 45° han empeorado su posición relativa. Los países sobre la línea o cerca de ella son aquellos que han permanecido prácticamente estancados, México es uno de esos países. Nuestra posición en el mundo ha cambiado poco en los últimos 35 años.
Como es natural, este es un tema que ha despertado mucho interés entre analistas y académicos en México. Abundan las hipótesis sobre por qué la economía mexicana no crece, es quizá el fenómeno más sobre explicado en el país, pues muchas de las ideas que existen sobre la falta de crecimiento no son excluyentes entre sí.
No obstante, en tiempos recientes se ha discutido ampliamente la hipótesis de Santiago Levy, uno de los economistas mexicanos más reconocidos. La hipótesis de Levy es que la falta de crecimiento es un problema de productividad asociado a la estructura del mercado laboral y un mal diseño de la seguridad social. En aquella explicación estos factores se combinan para producir una “mala asignación” de recursos productivos y con ello fomentan la informalidad.
La hipótesis de Levy no es una idea sin méritos, sigue de cerca desarrollos importantes en los últimos años en la teoría del crecimiento por parte de Pete Klenow y Chang-Tai Hsieh. No obstante, en mi opinión, esta sólo es una parte de la historia.
La mala asignación y la informalidad están asociadas con menor productividad, pero también son a su vez producto de otros factores que se han descuidado en la economía mexicana. Otra forma de ver este problema es que la mala asignación y sus efectos en la productividad son una causa próxima que explica la falta de crecimiento, no la causa fundamental. La informalidad y la baja productividad son a su vez causa y efecto de la falta de crecimiento, la causalidad corre en ambas direcciones.
La caída crónica de la inversión pública en México
El principal factor que explica la falta de dinamismo en la economía mexicana es el colapso sistemático de la inversión pública en el país. La inversión pública tiene características especiales que la hacen diferente de la inversión privada, la inversión pública fomenta el desarrollo de mercados nuevos, permite el aumento de la productividad de manera transversal en toda la economía.
Por esta razón, aunque la inversión privada es considerablemente más grande que en el pasado, no es suficiente para compensar los beneficios generales que tiene la inversión pública, el ejemplo más obvio es el de la infraestructura.
En el periodo del desarrollo estabilizador, cuando crecimos más en nuestra historia, la inversión pública alcanzaba niveles de 8 o 9 puntos del PIB y principalmente apoyaba el desarrollo de infraestructura crítica en el país y el desarrollo tecnológico en la industria.