En Voz Alta
Es importante recordar, querido lector. Tener presentes las cosas que nos mueven, inspiran o reconectan con nuestra realidad es un vehículo para hacer la vida más llevadera. Sólo hay destellos, muchas veces fugaces, que nos ayudan a comprender pequeñas partes de lo que va sucediéndonos. Y esos pueden venir de los lugares menos grandilocuentes o más simples: una canción que ya habías escuchado antes, una conversación con tu mejor amigo o, el que yo acabo de descubrir, darte cuenta del amor por tu oficio, exaltado cuando se apagan las luces de casa y queda protagonizada la luna.
Para la mayoría de nosotros es difícil entender el mundo en el que vivimos. Es confuso. Existen en este planeta guerras (repetidas), violencias (repetidas también), desasosiegos y pérdidas inesperadas. Cuando escuchamos las noticias, sin discriminar el hacerlo por la mañana, la tarde o la noche, campea el gesto desagradable, la mueca de tristeza, o una plegaria como "Ay, Dios..." o "No manches...", según aquello en lo que cada uno crea. Es más fácil que difícil estar seguros que habitamos un mundo cabizbajo que vaga sin rumbo, cansado e ignorante. Tanto ella, la madre tierra, como nosotros, hemos decidido desde hace un largo tiempo vendarnos los ojos al despertar como para seguir dormidos, engañados por el pensamiento que dice que la única manera de llevar una vida hacia delante es no volteando a ver a los lados.
Cuando pensamos haber entendido algo sobre nuestro andar en la vida, cualquier cosa, algo nos toma por sorpresa diciendo "No has entendido nada". Y aquel peldaño que se nos presentaba seguro, al que ya habíamos llegado triunfalmente, es ahora un fango del cual hay que escapar. Es una de esas contradicciones de la vida. Y el no entender nos pone en jaque. ¿Qué pasó con lo que ya había aprendido? Adoramos con toda el alma las certezas, esas congeladas, inmóviles y, muchas veces, podridas. Y tenemos un miedo electrizante a las incertidumbres, esas vivas, coloreadas y juguetonas. Las primeras son rocas a las que ansiamos quedarnos pegados. Las segundas son puertas a lo desconocido. Unas requieren nula movilidad. Y otras son un salto al vacío.
¿Dejarse caer en un mundo que parece estar ardiendo? ¿Cómo confiar en que caerás en un lugar seguro y a salvo? Es lógico: la confusión viene desde dentro, y es reforzada por las circunstancias que vienen de afuera. Cuando uno pasa por la tristeza, la intuición aconseja aventarse a dar un paso adelante y cruzar un bosque oscuro, pero otra voz dice que habrá espinas al cruzar la puerta, diseñadas para lastimar nuestro andar. Caminar entonces dolerá y sangrarán las plantas, y sangrarán más si volteas a los lados. La voz de la valentía opinará lo contrario: échate a andar, y verás que la esperanza existe, la conocerás y te sonreirá. Pero decidir cuál actitud tomar siempre es confuso ante este mundo que nos ha tocado: nublado, rojo y lleno de interferencias. La triste madre tierra no voltea hacia nosotros para invitarnos a confiar. Su rostro continúa enterrado entre sus rodillas.
Pero nos agarramos de donde podemos. Y, ahí, ante una fuerte necesidad, inventamos la palabra vocación. Para mí, el significado de vocación no es otro más que aquel oficio que te hace entender un poco mejor, cada día, el mundo que te rodea. O al menos esa es la sensación (no vaya a ser que la vida hoy en la noche me diga "No has entendido nada"). Cuando cae la oscuridad, si hemos tenido la fortuna de ejercer nuestro oficio nos invade la sensación de absoluto gozo al pensar "Hoy entendí un poquito mejor el mundo en el que vivo". La madre tierra, entonces, levanta ligeramente la mirada del suelo.
Así, con paciencia y amor por los oficios del mundo, que no deseo enlistar, pero que son encabezados por aquellos de ser madre y padre, el mundo sacudido y asfixiante que nos rodea es también poseedor de una belleza incalculable. La apreciación del oficio bien hecho cambia la vida de uno, y la del de junto. Cada noche, ya muy tarde, el ser se iría a dormir seguro de haber entendido un poco más sobre la confusa vida y sobre la imponente naturaleza gracias a su quehacer, ejerciendo el oficio de curioso y entregándose con fe ciega al torbellino aterrador de las incertidumbres y aceptándolas con la fortaleza de un roble.
A lo mejor sí es posible comprender nuestro mundo un poco mejor día con día, querido lector. Y también es posible, a lo mejor, que el camino de la vida nos diga mañana "No has entendido nada". Total, el ser está de paso visitando a la madre tierra.
Le dejo una recomendación musical para su fin de semana: La canción "The Boxer", de Simon & Garfunkel, escrita por Paul Simon.