Vértice
Amigas y amigos de Plano Informativo, vivimos en una época donde todo ocurre a una velocidad que rebasa a las familias: notificaciones constantes, nuevos contenidos cada segundo, presiones sociales permanentes y un ecosistema digital que nunca se detiene.
Para madres y padres, este entorno implica un desafío enorme: acompañar a niñas, niños y adolescentes en un mundo donde las plataformas parecieran conocerlos mejor que quienes los aman. La inmediatez se ha vuelto la regla, y con ella llega el cansancio, la exigencia y una sensación creciente de no poder cumplir con todo.
En medio de este ritmo acelerado, muchos padres ceden, sin querer, tiempo de convivencia a los dispositivos electrónicos. No por falta de amor, sino por falta de respiro. Sin embargo, esta dinámica abre la puerta a riesgos reales: la sobreexposición a pantallas, el acceso a contenido inapropiado, la normalización de retos peligrosos, la posibilidad de contacto con desconocidos y la desconexión emocional dentro del propio hogar. Las infancias necesitan atención y guía, no sólo compañía digital.
Por eso, las vacaciones decembrinas representan mucho más que un periodo sin clases. Son un alto necesario, un espacio para recuperar la calma y para reconstruir vínculos que durante el año se ven presionados por el trabajo, las rutinas y la prisa. En estas fechas, las niñas y los niños necesitan menos pantallas y más presencia. Necesitan escuchar historias, participar en actividades familiares, reír, ensuciarse las manos, cocinar juntos, salir a caminar para ver luces y decoraciones, jugar juegos de mesa o simplemente conversar sin el sonido de notificaciones interrumpiendo el momento.
El tiempo libre también puede convertirse en una oportunidad para establecer límites sanos sobre el uso de redes y dispositivos. Poner horarios definidos, supervisar contenidos, evitar pantallas antes de dormir, mantener los dispositivos en espacios comunes y hablar abiertamente sobre los riesgos digitales son actos de amor. Los límites bien explicados no lastiman: protegen, sostienen y enseñan.
Pero la responsabilidad no recae únicamente en las familias. Desde el servicio público debemos impulsar políticas que acompañen a madres y padres en este desafío. Campañas de alfabetización digital, programas escolares de prevención, herramientas para orientar a las familias y regulaciones que obliguen a las plataformas a mejorar sus mecanismos de protección son fundamentales. La niñez es un bien colectivo, y su seguridad digital debe ser prioridad.
Este diciembre, más allá de los regalos, la logística familiar y las celebraciones, tenemos una oportunidad invaluable: mirar de nuevo a nuestros hijos, recordar lo que verdaderamente necesitan y recuperar el valor del tiempo compartido. Que estas vacaciones sean para ellos un espacio de conexión, de diálogo y de afecto; un refugio frente al ruido constante del mundo inmediato.
Porque al final, lo que más recordarán no será lo que vieron en una pantalla, sino el tiempo que compartimos con ellos. La presencia es el mejor regalo que podemos darles, hoy y siempre.
De corazón, gracias por su lectura.
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