Durante mucho tiempo hemos escuchado que la personalidad de un niño es el reflejo de su genética y de su entorno familiar, ¿verdad? Pero, ¿y si parte de su carácter también estuviera influenciado por algo mucho más diminuto y más escondido… como las bacterias de su intestino?
Una serie de investigaciones han empezado a trazar una conexión insólita, pero real entre la microbiota intestinal, el conjunto de microorganismos que habitan en nuestro tracto digestivo, y el desarrollo emocional y conductual de los niños. Los hallazgos sugieren que esas bacterias no solo ayudan a digerir los alimentos, sino que podrían desempeñar un papel clave en cómo los infantes enfrentan el mundo.
En un estudio liderado por la investigadora Anna Aatsinki de la Universidad de Turku (Finlandia), los científicos recolectaron muestras fecales de niños de aproximadamente dos años de edad, previamente evaluados en cuanto a su temperamento. Algunos de estos niños eran clasificados como extrovertidos y curiosos; mientras que otros eran más inhibidos o introvertidos.
Las muestras fueron trasplantadas, con todas las medidas de bioseguridad, al intestino de ratas jóvenes a las que previamente se les había limpiado su microbiota. Al observar el comportamiento de estos animales en situaciones totalmente nuevas, los investigadores identificaron una diferencia significativa: las ratas que recibieron las bacterias de niños extrovertidos mostraron una conducta más exploradora y activa que el resto, lo que sugiere que las comunidades bacterianas presentes en el intestino de los niños podrían influir en su comportamiento a través del conocido eje intestino-cerebro.
El eje intestino-cerebro: una autopista bidireccional
La conexión entre el intestino y el sistema nervioso central es un campo de investigación en auge. Lo que comemos, cómo digerimos y las bacterias que habitan en nuestro tracto digestivo interactúan constantemente con el cerebro a través de señales químicas, hormonales y neuronales. En el caso de los niños, esta relación parece ser especialmente crítica durante los primeros años, ya que tanto el cerebro como la microbiota están en pleno desarrollo.
Curiosidad, dopamina y bacterias
Uno de los hallazgos más intrigantes de la investigación con ratas fue, precisamente, la relación entre la microbiota y la actividad dopaminérgica en el cerebro. Las ratas que recibieron bacterias de niños inhibidos mostraron una menor activación en neuronas productoras de dopamina, un neurotransmisor esencial en los circuitos de recompensa, motivación y búsqueda de novedades.
En otras palabras: las bacterias intestinales podrían modular los niveles de dopamina en el cerebro, lo que a su vez influía en la tendencia de un individuo a explorar lo desconocido o a mantenerse cauteloso. Esto podría explicar por qué algunas personas, desde la infancia, parecen más dispuestas a asumir riesgos, a ser más aventureros, a descubrir nuevos entornos, mientras que otras prefieren la seguridad de lo familiar y no hacer nada peligroso.
¿Y qué pasa con la salud mental a largo plazo?
Más allá del comportamiento explorador, los expertos también están analizando cómo la microbiota es capaz de influir en la vulnerabilidad a trastornos como la ansiedad y la depresión; y es que los microbios del intestino podrían estar 'programando' circuitos cerebrales relacionados con la regulación emocional desde una edad muy temprana.
Eso sí, tampoco hay que exagerar el efecto de la microbiota en nuestro comportamiento a largo plazo, ya que el temperamento en la edad adulta es hereditario en gran medida, y la genética explica una gran proporción de la varianza, pero el entorno es sumamente importante. Conviene subrayar que los hallazgos en ratas no prueban que los microbios de los bebés provoquen rasgos de extraversión en los niños. La causalidad podría ser la inversa: los niños más sociables interactúan de forma distinta con personas, entornos y alimentos, y esos hábitos modelan, a su vez, una microbiota diferente.
Lo que sí hace este estudio es reforzar la idea de que los microbiomas en la primera infancia hacen algo más que ayudarnos en la digestión.