¿Cuánto sabemos realmente sobre la conexión entre la menopausia y la depresión? Aunque el climaterio ha sido tema de conversación médica desde hace décadas, los aspectos emocionales que lo acompañan a menudo se trivializan o se silencian. La menopausia no es solo un cambio hormonal, es un proceso biológico y existencial que puede poner a prueba la estabilidad emocional de muchas mujeres.
Estudios recientes muestran que las mujeres entre los 45 y 55 años tienen un riesgo significativamente mayor de sufrir depresión. Factores como la caída de estrógenos, la historia previa de salud mental, el contexto familiar y laboral, así como los cambios en la imagen corporal, pueden detonar una tormenta emocional silenciosa. La psiquiatra Louann Brizendine afirma que "los estrógenos son como aceite para el cerebro; cuando disminuyen, muchas funciones emocionales se ven afectadas".
Sin embargo, en muchas culturas, incluida la mexicana, este tema sigue siendo tabú. Se espera que la mujer "aguante" o que "ya se le pasará". Pero ¿qué ocurre cuando no se pasa? ¿Cuántas mujeres atraviesan solas un duelo que ni siquiera pueden nombrar? La falta de educación emocional y el estigma sobre la salud mental refuerzan el aislamiento.
Es urgente un cambio de mirada: reconocer que la menopausia puede ser una etapa vulnerable en términos de salud mental y que merece acompañamiento clínico y emocional. Programas de salud integrales, terapias con enfoque de género, espacios de escucha y validación pueden marcar una diferencia enorme en la calidad de vida.
También hay que replantear el discurso social sobre la "utilidad" de la mujer. La menopausia no es el fin, sino una transición hacia una nueva etapa de sabiduría y potencia. Como dice la escritora Christiane Northrup: "La menopausia es el momento en que las mujeres tienen el poder de rehacerse a sí mismas desde adentro".
Ejemplos de mujeres que, tras atravesar depresiones profundas durante la menopausia, emergen con nuevos proyectos, vocaciones o formas de vivir, son cada vez más frecuentes. No es romantizar el dolor, sino reconocer que hay caminos posibles más allá del sufrimiento.
Es momento de hablar, de preguntar, de acompañar. Y sobre todo, de no minimizar lo que una mujer siente cuando su cuerpo cambia y su alma pide ser escuchada.