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El (coludido y fallido) Estado Mexicano

Imágenes desde el zócalo.

Dos imágenes icónicas en la plaza del zócalo capitalino. La de la semana pasada (#15N), pintada con enormes letras blancas sobre el imponente muro metálico, en la que se lee la palabra “Narcoestado”. En la otra, unos diez años atrás, sobre la plancha, pintada en blanco con algunas velas sobrepuestas, se lee la frase “Fue el Estado”. Dos momentos, una misma realidad nacional que crece de forma apabullante, en su deterioro progresivo. 
 
La reciente de 2025, encabezada por diferentes grupos opositores a la izquierda gobernante. Ahí estaban michoacanos del movimiento del sombrero, con pancartas que decían “Todos somos Carlos Manzo”, cuyo asesinato detonó las convocatorias, integrantes de la autodenominada Generación Z, con sus banderas pirata con la calavera y su sombrero de paja de la serie de anime “One Piece”, integrantes de Somos MX, panistas, ciudadanos inconformes con la inseguridad y la violencia que permea en México. 
 
La del 2014, impulsada por ciudadanos y activistas indignados por la desaparición de 43 jóvenes normalistas de la Normal Rural de Ayotzinapa en Guerrero. En aquel entonces, la izquierda en la oposición (encabezada por una naciente Morena), en abierta crítica a la llamada “verdad histórica” utilizó el caso como una bandera política para denunciar la corrupción, la impunidad y la colusión entre el Estado y el crimen organizado.
 
El hilo conductor en ambos casos es el mismo, un Estado coludido, donde autoridades de todos los órdenes de gobierno -por corrupción política y ambición de poder- están involucradas en el drama que desaparece y asesina personas. Dos gráficas que desde Michoacán y Guerrero (cunas de nuestra independencia) nos restriegan en la cara que llevamos poco más de una década perdidos en el laberinto de la impunidad. 
 
La calidad de una democracia se evalúa, no sólo por la participación ciudadana en sus procesos electorales -para el caso de nuestro país, trianuales, aunque históricamente ensombrecidas por la compra de votos y ahora hasta por acordeones- sino por la calidad con que se viven los derechos fundamentales. La profundidad con que se ejerce la igualdad, la libertad, la seguridad jurídica, el respeto a la propiedad privada y el acceso a bienes y servicios, es la columna vertebral, para entender si una democracia es verdaderamente funcional.  
 
Precisamente por ello, es indispensable subrayar que el Estado mexicano hace agua. La fractura que sufren las democracias representativas en todo el mundo, encuentra en nuestro país los más preocupantes retos. Basta ver lo que ha pasado en los días recientes. ¿De que sirve una democracia, si se critica la participación de los partidos para manifestar las inconformidades y encauzar protestas? ¿Qué tan funcional es nuestra democracia, cuando se ignoran y minimizan los disensos, cuando la guerra de narrativas se sobrepone a la construcción colectiva, cuando se estigmatiza al que piensa diferente?
 
Hace unos años, en “Méxicos Posibles”, discutimos y diagnosticamos los distintos escenarios que podría enfrentar México. Tres palabras resonaron como los grandes desafíos en aquél entonces: inequidad, inseguridad e impunidad. La primera, construida sobre la base de la falta de consciencia colectiva, en la que imperan los privilegios sociales y económicos, pero de manera especial los que se relacionan con la cercanía al poder. La segunda, que en realidad se convierte en la ausencia de libertad, para trabajar, para expresarse, para transportarse, sea por la burocracia, por el crimen organizado o por el linchamiento social. La tercera, que nubla las relaciones entre gobernantes y gobernados, así como entre estos últimos, por ser en realidad, la involución que nos lleva a la ley del más fuerte. 
 
Cuando se revuelve el río -y no sabemos quien mueve la cuna- los organizados son los que ganan. En un momento en el que la estigmatización al que piensa diferente, se entrecruza con mezquindades como la convocatoria de la CNTE a boicotear el Mundial o la voz crítica a la situación imperante, en la que algunos obispos -recordando la época cristera- cierran sus posiciones públicas, con un “Viva Cristo Rey”, vale la pena repensar la ruta.  
 
El poder siempre acorrala a quien busca salirse del guion establecido. Por eso, hay que dejarle al pasado torcido que representa Palenque, la idea silvestre de que “el que no está conmigo, está contra mí”. Claudia Sheinbaum, la primera mujer presidente debería enfocarse en construir la democracia participativa que evolucione las deficiencias actuales de nuestra democracia representativa. Hay que #SanarAMéxico. Empecemos cuanto antes.
 
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