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El Buen Fin, una bocanada necesaria de oxígeno puro a la economía del País.

Vértice

Amigas y amigos lectores de Plano Informativo, hoy hablaremos del “Buen Fin”, pero hay que hablar como siempre, desde ese Plano objetivo y realista, directo, sin caer en el tan toxico positivismo crónico, pero sin convertirse en “El Grinch” y criticar y quejarse de todo, así que, si me lo permiten… ¡Aquí les Voy!

Hay momentos en el año en los que la economía mexicana parece suspirar. Yo diría que el Buen Fin es uno de ellos. A ver, no porque resuelva todos nuestros problemas, ni porque los descuentos caigan del cielo como milagros financieros, sino porque, de alguna manera, logra que el país respire un poco mejor. Y eso, para quienes vivimos entre cifras inciertas y bolsillos que se estiran más de lo que deberían, ya es ganancia.

Lo veo cada año, las calles se llenan, las tiendas reviven, los comercios pequeños se atreven, y de pronto el flujo económico se mueve con una agilidad que no suele tener el resto del año, se reactiva TODO, desde la fondita hasta las cadenas de comercio. Según reportes del Inegi, en ediciones pasadas se han registrado incrementos de hasta 40 % en ventas minoristas, un salto que difícilmente se ve en otros periodos. A veces no dimensionamos el impacto real de esa cantidad de dinero circulando, pero la economía sí lo siente. Y lo agradece, lo agradecemos TODOS.

Para muchas empresas, esos días son un tanque de oxígeno, pagan nóminas atrasadas, liquidan inventarios, adelantan pedidos con proveedores, incluso se dan oportunidad de reorganizarse. El dinero corriendo no es un dato estético, es vida.

Así funciona el flujo económico, mientras más manos toca el dinero, más pulmones se abren.Y aquí es donde quiero ser honesta, esta parte luminosa convive con una sombra inevitable. Porque también está la otra versión del Buen Fin, esa donde compramos por impulso; donde la mercadotecnia emocional nos convence de que “si no lo compro hoy, traicionaré mi destino”. Y sí, a veces caemos. A veces compramos cosas que no necesitamos, porque la ansiedad también se disfraza de oferta. Y he de confesar, que fui débil, yo también caí...

Sin embargo, no puedo quedarme solo con este lado incómodo. Sería injusto. El Buen Fin funciona porque se apoya en un principio económico tan básico como poderoso,  las economías se mueven cuando la gente gasta. No lo digo yo, lo dijo John Maynard Keynes, quien insistía en que la demanda es el motor de cualquier sistema productivo. Cuando las personas consumen, se activa una cadena que beneficia a más personas de las que imaginamos.
Y esa cadena sí ocurre aquí. Lo veo, lo escucho, lo siento, trabajadores de tiendas que reciben más horas; repartidores con rutas llenas; negocios familiares que viven su mejor fin de semana del año; proveedores que logran facturar más. Que algo tan aparentemente simple como una compra termine sosteniendo tanta vida detrás… bueno, tiene su belleza.

Por eso creo que el Buen Fin merece celebrarse, aunque sea con moderación. No como si fuera una fiesta nacional de virtud consumista, tampoco exageremos, sino como una inyección temporal de salud económica. Una bocanada que, aunque breve, le recuerda al país que todavía puede reactivarse, moverse, animarse.

No se trata de idealizarlo ni mucho menos de satanizarlo. Se trata de reconocer que está ahí, imperfecto, útil, excesivo a veces, necesario otras. Como casi todo en la vida económica y emocional.

Yo, por mi parte, prefiero mirarlo desde este punto medio, con esperanza, pero sin ingenuidad; con crítica, pero sin amargura. Porque en ese equilibrio se siente más real. Más humano.

Y quizá, al final, eso sea lo que más necesitamos, un respiro. Uno que nos recuerde que, incluso entre deudas, ofertas, tentaciones y responsabilidad, todavía hay maneras y momentos de darle un poco de aire al país y a nosotros mismos.

De corazón, gracias por su lectura.
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#BuenFin#PlanoInformativo

 

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