Vértice
Estimadas y estimados lectores de Plano Informativo, hoy hablaremos de la amargura del azúcar, reflexionemos sobre la diabetes, y reconozcamos que su padecimiento no es el destino de nadie.
"La salud no es un estado fijo: es un equilibrio que debemos reconquistar todos los días." Octavio Paz
En México, la diabetes dejó de ser un padecimiento silencioso para convertirse en un rostro familiar, dolorosamente cercano, y malamente normalizado. Está en nuestras casas, en nuestras conversaciones susurradas y, a veces, en nuestras irreversibles ausencias. La hemos visto avanzar como una sombra lenta, pero certera, primero en la abuela que dejó de caminar con soltura; después en el tío que perdió la vista; en el amigo que perdió por una complicación la movilidad y con ella alguna extremidad, y más tarde en la vecina que ya no volvió del hospital.
Y es que la diabetes no solo altera cuerpos. Interrumpe historias, fractura afectos, reescribe destinos, quiebra almas, rompe familias.
Y aunque la ciencia la describe como una enfermedad crónica y medible por cifras, lo cierto es que también es una enfermedad profundamente cultural y cotidiana. Nace en la mesa donde crecimos, en los hábitos que heredamos, en la idea de que el azúcar es sinónimo de cariño, de que el pan debe acompañar siempre, de que el refresco alegra la vida y “no pasa nada si es solo uno”.
Pero el problema es precisamente ese, es que jamás, jamás es solo uno. Y en el fondo, lo sabemos.
Más del 14% de los adultos en México vive con diabetes. Pero la estadística no duele, lo que nos ha anestesiado es la costumbre. Hemos aprendido a convivir con la certeza de que “a alguien de la familia siempre le va a tocar”. Esta resignación se ha enraizado tanto que nos ha llevado a creer que la diabetes es inevitable, casi un destino de ser mexicano.
Y no lo es.
Aquí aparece la urgente responsabilidad individual. Sí, cada persona decide lo que come, cuánto se mueve, cómo se cuida. Pero sería injusto, e incluso cruel, pretender que todos empezamos en la misma línea de salida. No todos tienen acceso a alimentos saludables, tiempo libre o espacios seguros para vivir mejor. La responsabilidad individual solo es posible cuando existe un entorno que la haga viable. Y en México, ese entorno ha fallado demasiado.
Pero también sería una respuesta incompleta culpar solo al Estado. La salud no pertenece únicamente al gobierno. Es un bien que se sostiene entre todos. Es íntima y pública al mismo tiempo. Está en lo que hacemos, pero también en lo que permitimos y callamos como sociedad.
El Estado debe, por obligación, garantizar atención médica digna, educación nutrimental de calidad, acceso justo a alimentos y políticas que cuiden y protejan, en lugar de solo castigar.
Pero nosotros, como familias, barrios y comunidades, también tenemos una tarea ineludible, hablar del tema sin miedo al diagnóstico.Romper el cliché y con él la frase que nos inmoviliza “así somos los mexicanos”.Dejar de convertir la comida en el único refugio emocional.Enseñar que cuidarse no es sacrificarse, es un acto radical de amor propio.
Porque la verdad más incómoda no es que ignoremos qué nos hace daño. Lo sabemos. La verdad es que, durante años, hemos confundido celebración con exceso, cariño con azúcar, y amor con la obligación de comer.
La diabetes se combate con medicina, sí. Pero se gana la batalla con un cambio de cultura y de conciencia.
Este Día Mundial de la Diabetes no puede ser una campaña más ni una estadística lejana. Es un espejo. Nos invita a recordar el dolor que ya vimos, las pérdidas que ya vivimos, y a dimensionar lo mucho que aún podemos salvar.
La salud no se defiende solo en el consultorio, ni en el Congreso, ni en un titular de noticias. Se defiende en lo pequeño, en lo diario, en loconstante.Si cada familia cambia un hábito, si cada escuela enseña una lección valiosa, si cada comunidad tiene una conversación honesta, si cada persona decide reescribir su historia.
La pregunta verdadera, la que exige una respuesta desde el alma, no es cuánto sabemos. Lo sabemos todo.
La pregunta es:
¿Cuánto más estamos dispuestos a recordar con nostalgia... y cuánto estamos listos para preservar con esperanza?
La diabetes no es solo una enfermedad crónica; es una enfermedad cultural que nace en nuestros hábitos. Este Día Mundial de la Diabetes es un espejo. La pregunta es ¿cuánto más estamos dispuestos a recordar con nostalgia y cuánto a preservar con esperanza?
De corazón, gracias por su lectura.
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