Apretando los puños me aferro a las antiguas certezas, a lo que pienso que es seguro y estático, a pesar de que ya no queda ni un ápice de lo que fue en antaño. Me quedo asida(o) a la promesa de una energía que ya cambió de frecuencia, de sonido, de tono, de apariencia incluso.
Me quedo mirando un eterno pasado que tengo prisionero en mi mente, porque solo hace falta mirar de reojo por el vidrio del ventanal para saber que yo también cambié, que yo también me transformé, que es imposible seguir sosteniendo lo rotundamente insostenible, porque el cuerpo duele, grita, lo dice con ansiedad, angustia y desasosiego.
Ya no quiero estar aquí, no me siento bien acá, me siento insegura(o) en este lugar, este sitio me es hostil. Y es que “…hay cosas encerradas detrás de los muros que si salieran a la calle y gritaran llenarían el mundo” dice Federico García Lorca en alguna de sus bellas obras. Hay voces que mudas resuenan como ecos estridentes en el oído de quien quiere ser sordo a la benevolente intuición, cuando de lo que se trata es de cambiar de sitio, pero, ¿Y si fuese algo natural como el dolor que se siente en los huesos cuando crecemos físicamente? ¿Y si ese dolor puramente energético, lo que está haciendo es avisarnos de que el ciclo está a punto de cerrarse? ¿Y si esa relación ya llegó a su fin porque la fase se ha cerrado?
¿Y si cada una de las personas que conforman esa alianza han mirado hacia otro lado en el camino de su porvenir? ¿Y si a los dos les hace bien soltarse de la mano, con una bendición, lágrimas y buenos deseos? ¿Y si ese espacio al que te acostumbraste ya no resuena con tu actual forma de sentir, pensar y vibrar? ¿Y si ahora, tu nueva versión de ti mismo(a) necesita otras herramientas, otra dirección, otro foco, otras formas? ¿y si la Divina presencia te está protegiendo de aquello que no puedes ver con los ojos del cuerpo físico? Pero es que, soltar es difícil tal vez, claro que sí.
Porque entre la transición de la mano cerrada, al movimiento de los dedos y el dejar ir, se siente como una especie de desgarro, una nostalgia, una tristeza y a veces, está tan castigada la expresión, que aprendimos a no usar la magia de la creatividad luminosa de naturaleza y, por ende, no nos permitimos saborear las lágrimas.
No me quiero ir de aquí, porque me voy a poner triste, no quiero dejar este lugar porque fueron muchos años de habitarlo, no quiero soltar esta creencia porque me da terror cambiar mi forma de pensar y encontrarme con algo desconocido. Me da pereza “comenzar de nuevo”, como si los cambios no fuesen una transformación y un seguimiento de lo ya aprendido y vivido.
Porque pensemos lo siguiente: Todo lo que hemos vivido, ya convertido en sabiduría, es imposible que no nos acompañe allá a donde vayamos, al nuevo sitio, a otras relaciones, distintas prácticas o nuevas formas de ser y sentir.
La esencia es la misma eternamente. Entonces, el acto de soltar la tensión, la rigidez mental, las emociones atoradas, el grupo de personas que me drena en vez de nutrirme o acompañarme, la relación que me inclina hacia el vicio en vez de la virtud, se vuelve todo un reto, porque ¿Qué hay del otro lado? Piensa por favor, ¿Cuándo fue la última vez que soltaste a alguien o algo? El vacío tiende a llenarse siempre. Si caminamos con la seguridad de que la luz amorosa que nos guía, nos llevará siempre, constantemente hacia nuestro bien superior, es decir, si confiamos, tal vez nos sea más fácil desprendernos de lo viejo, lo carcomido, lo que ya no nos hace nada de bien y en ocasiones lo contrario, nos lastima mucho.
Y es que, no necesariamente tiene que ser malo el sitio que abandonas incluso con gratitud, a veces, simplemente ya no sirve a tu propósito, a tus metas, tus añoranzas, lo que a ti te resuena y te hace feliz. Hacer el viaje interno, es decir mirar hacia adentro y ver los bloqueos, resolver los conflictos, iluminar el inconsciente y sanar, definitivamente va a llevarte a soltar aquello que te enjaula, te reduce, te somete y te lastima.
Eso es seguro. Porque la libertad es movimiento constante. Con esto no me refiero al desarraigo o al nomadismo, para nada es una cuestión literal, en ese sentido de moverse de espacio, sino que a no aferrarnos a las espinas para sentir que estamos sostenidos. Soltar sobre todo la creencia de que, si vivo en desconfianza, puedo controlar lo ingobernable. Suelto y confío, suelto y confío, suelto y confío. ¿Qué sientes cuando lo dices? Por supuesto hay que hacerse cargo responsablemente de crear el propio destino, con la pluma del guionista experto, que con amor propio y hábitos constantes se regala una vida buena, bella y verdadera, pero con el regalo de la magia, la incertidumbre amorosa que nos guía a partir de sincronicidades hacia personas, lugares, experiencias, pensamientos y sentimientos que antes no pudimos comprender o saborear.
La permanente impermanencia, la danza constante. No sabes, entonces, si ya te espera al dar la vuelta a la esquina un amor infinito, un nuevo nivel de conciencia, un regalo cósmico o el paraje de tus sueños. Suelto y confío, suelto, respiro y suelto, respiro con gratitud y fe y suelto todo aquello que no me hace bien, sin culpa, resentimiento o resistencia. Dejar ir lo que ya no es, lo que ya no existe, como cenizas en el viento, para crear más amor, más belleza, más sabiduría y más fe, te vuelve eterno(a).
Gracias por caminar juntos.
Tu terapeuta
Claudia Guadalupe Martínez Jasso.