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La ofrenda al FONDEN

Vértice.

Amigas y amigos de Plano Informativo, el día de Muertos es una tradición generosa. Abrimos las puertas de casa y del corazón para recordar a los que se fueron, limpiamos sus tumbas y levantamos altares para que no pierdan el camino de vuelta. Este año, sin embargo, nuestra ofrenda tiene un invitado muy particular, un espíritu controvertido, que aunque no era de carne y hueso, resultaba tan tangible como el miedo al próximo huracán o inundación, el Fondo de Desastres Naturales, mejor conocido como FONDEN.
 
Le pusimos su foto, claro. No un retrato formal, obviamente, sino la imagen difusa de ese guardadito de miles de millones, esa promesa de rapidez que nunca llegó a tiempo. Y para que no se sintiera solo, un letrero escrito a mano rezaba,
"Aquí yace un fideicomiso, víctima de la Austeridad Republicana. Q.E.P.D."
 
El FONDEN nunca fue un santo. Colocar su ofrenda es recordar sus pecados, la burocracia que hacía que los recursos avanzaran más lento que un caracol en el desierto; la opacidad que permitía usarlo como caja chica para compras infladas o reconstrucciones simuladas.
 
Sin embargo, al menos estaba ahí. Funcionaba como un colchón financiero que, mal o bien, se activaba casi por inercia tras una Declaratoria de Desastre. Era un seguro imperfecto, pero un seguro al fin.
 
¿Qué le pusimos en la ofrenda? En lugar de su tequilita, una botella de agua turbia, símbolo de las inundaciones recientes. En lugar de flores de cempasúchil, pedazos de lámina doblada y varillas oxidadas. Y la calaverita, claro, no podía faltar:
La calaca al FONDEN se llevó,
no por corrupto, sino por usar su tesoro.
Y aunque en vida nunca rápido llegó,
ahora su fantasma causa gran coro.
Cuando el río crece y el huracán azota,
el pueblo mira y pregunta sin pena
“¿Dónde quedó la lana que nos prometen a todas horas?”
El viento y la lluvia parecen su condena.
Las láminas dobladas y el agua turbia,
sobre la ofrenda hacen su danza.
Entre varillas oxidadas y promesas que turbia,
la burocracia se ríe de nuestra esperanza.
Y mientras el espíritu del FONDEN se acomoda,
comiendo pan de muerto sin prisa ni afán,
la gente recuerda que la ayuda no se aborda,
y que la promesa quedó solo en papel y plan.
Quebró la caja, se llevó la calaca,
y con ella la certeza de un seguro fiel.
Hoy el huracán toca, y la gente clama:
“¡Que vuelva el FONDEN… aunque solo sea de papel!”
 
El humor es protesta, y la crítica evidente, eliminar al FONDEN con el argumento de combatir la corrupción no resolvió el problema. La centralización y la promesa de entregar recursos “sin intermediarios” se han traducido en retrasos y en la dilución de un mecanismo que antes funcionaba como reserva.
 
Hoy, cuando un río se desborda o un huracán toca la costa, no hay un fondo permanente que se active al instante. En cambio, surge la duda ¿será suficiente la voluntad política y la reasignación presupuestal para que la ayuda llegue antes de que la tragedia avance?
El Día de Muertos celebra la memoria porque el olvido es injusto. Y el FONDEN, para bien y para mal, sigue vivo en la memoria de los damnificados y de la clase política que, entre discursos y promesas, reconoce el hueco que dejó su desaparición.
 
Mientras el espíritu del FONDEN “come” su pan de muerto en nuestro altar, la ciudadanía se pregunta ¿de qué sirve matar a un fantasma burocrático si la ayuda tarda lo mismo en llegar… o se desvanece en el aire?
 
Quizás el FONDEN merecía morir, pero lo cierto es que el país merecía un heredero eficiente. Hasta que ese heredero demuestre agilidad, transparencia y músculo financiero para proteger a los mexicanos del agua, del calor y el viento, el difunto FONDEN seguirá siendo un fantasma incómodo, con su ofrenda de promesas incumplidas, que se niega a cruzar del todo al Mictlán de los errores políticos.
 
De corazón, gracias por su lectura.
 
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