Como cada 2 de noviembre, México honró a sus muertos. Pero más allá del altar, la flor de cempasúchil y el pan de muerto, esta tradición invita a mirar hacia atrás, a recordar a quienes dieron forma a nuestra historia local. En San Luis Potosí, los panteones municipales no sólo resguardan restos: guardan legado. Nombres que marcaron la política, la cultura, la medicina y la identidad potosina descansan ahí, esperando ser recordados.
En el ámbito político, es imposible ignorar al doctor Salvador Nava Martínez, figura clave en la lucha democrática del siglo XX. A su lado, otros nombres que dirigieron el rumbo del estado: Blas Escontría, Carlos Diez Gutiérrez, Ponciano Arriaga y Pedro Antonio de los Santos, todos exgobernadores que dejaron huella en distintas etapas de la historia potosina.
Pero no todo legado nace del poder. También están aquellos personajes populares que forman parte del imaginario colectivo. Como Juan de Dios Azios, mejor conocido como Juan del Jarro, profeta callejero y leyenda viva del San Luis antiguo. O José Moreno Díaz, el Señor de las Palomas, minero de oficio y figura entrañable. Junto a ellos, el maestro canterero Florentino Rico Quintana, cuya labor talló en piedra rosa parte del rostro arquitectónico de nuestra ciudad. Y María Pons Nicoux, mujer de origen francés y corazón potosino, creadora del icónico mole “Doña María”, símbolo de la riqueza gastronómica local.
En la cultura también hay quienes merecen ser celebrados. El escritor Federico Monjarás Romo, la incansable promotora de la danza Lila López, el pintor José Jayme Jayme, el polifacético Ernesto Báez Lozano, quien dominó tanto la música como la matemática, y la entrañable Micaela Bustamante, Doña Mica, fundadora de las tradicionales posadas navideñas.
Y en la medicina, resalta el nombre de Ignacio Morones Prieto, pionero en la salud pública, combatiente de enfermedades como la viruela y el paludismo, y formador de generaciones de médicos. Hoy, el Hospital Central lleva su nombre como homenaje permanente.
En este Día de Muertos, vale más que nunca mirar hacia nuestros cementerios no con tristeza, sino con respeto. Estos hombres y mujeres, desde distintas trincheras, ayudaron a construir la ciudad que hoy habitamos. Su memoria no debe borrarse con el tiempo, sino renovarse con el recuerdo.
Honremos a nuestros muertos. Pero sobre todo, no olvidemos a nuestros ilustres.