La vida, no se nos dio para vivirla un instante. Y, aunque algunos vivan michos años, nada se compara con la eternidad.
Si estamos en este mundo, es porque alguien así lo ha decidido; no estamos aquí, por azar.
El hombre que ama, piensa y decide, viene de un ser supremo, que es suprema inteligencia, pero esencialmente, amor.
Ese amor, es la razón por la cual venimos a este mundo.
Fuimos amados, aún antes de existir; para existir.
Porque, Dios da vida a todo lo que ama; y, si el amado, se ha perdido, el Señor lo recupera; y le devuelve la vida, con la resurrección.
Quien nos ama, nos quiere vivos. “Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su único hijo, para que todo el crea en El, no perezca, sino que tenga vida eterna”. (Jn.13,16).
Todo anhelamos una vida plena. Pero, ésta, está más allá de este mundo.
“Porque el amor, es más fuerte que la muerte”. (Cant.8,6). Y, el amor Divino, es tan poderoso, que puede prolongar la vida, más allá de este mundo.
Cuando alguien muere, vive en el corazón de quien lo ama; mientras que los hijos de Dios, vuelven a la casa del Padre, que los creó.
Dijo San Pablo: Si vivimos es para el Señor, y si morimos, es para estar con Dios.
El amor del todopoderoso, tiene fuerza para romper los límites del espacio y del tiempo; haciendo que la vida se prolongue, más allá de este mundo.
Aunque nosotros, no podemos retener la vida de los que amamos, si podemos pedir a Dios: que ellos vivan, aunque ya no estén con nosotros.
No perdamos la fe, ni la esperanza, en que llegará ese instante, de reencontrarnos, con el ser que hemos perdido.
Dice San Pablo: “No queremos que ignoren lo que pasa con los difuntos…pues si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual manera debemos creer que, a los que murieron en Jesús, Dios los llevará con él, y así estaremos siempre con el Señor”. (1Tes.4).
Si de Dios venimos, hacia Él volvemos. Porque, fuera de Dios, es imposible alcanzar la paz y el gozo, que solo en Él se encuentran
Volver a Dios, es volver a la vida.
Ya que, sin Dios, no es posible un descanso eterno. Por eso, cuando alguien muere, con toda razón decimos: “Que descanse en paz”.
Pidamos al Señor: que las almas de los que han muerto, se encuentren gozando de alegría y paz; viviendo en la presencia de Dios.
Pbro. Lic. Salvador Glez. Vásquez.
EVANGELIO DEL DÌA
Del santo Evangelio según san Lucas: 23,44-46
Era casi el mediodía, cuando las tinieblas invadieron toda la región y se oscureció el sol hasta las tres de la tarde. El velo del templo se rasgó a la mitad. Jesús, clamando con voz potente, dijo: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!”. Y dicho esto, expiró.
Un hombre llamado José, consejero del sanedrín, hombre bueno y justo, se presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Lo bajó de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía.
El primer día después del sábado, muy de mañana, llegaron las mujeres al sepulcro, llevando los perfumes que habían preparado. Encontraron que la piedra ya había sido retirada del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
Estando ellas todas desconcertadas por esto, se les presentaron dos varones con vestidos resplandecientes. Como ellas se llenaron de miedo e inclinaron el rostro a tierra, los varones les dijeron: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí; ha resucitado”.
Palabra del Señor.