Luego de la calidez de las primeras semanas de otoño, en los últimos días de octubre nos sorprende un frío y fuerte viento: es la presencia de Mictlampaehécatl, que trae el viento del norte, el viento de Mictlán, el lugar donde reposan los muertos.
A través del Icnocuícatl, o canto del huérfano, los nahuas se preguntaban a dónde iríamos después de esta vida, una vida breve:
Una sola vez pasa nuestra vida;
en un día nos vamos, en una noche somos del reino de los muertos.
¡Ay!, aquí solamente hemos venido a conocernos,
solamente tenemos en préstamo la tierra.
(Icnocuícatl, en versión de Ángel María Garibay)
Saben que su lugar definitivo está en Mictlán; que, una vez que se ha agotado el préstamo de la tierra, deberán iniciar el viaje hacia allá, un largo trayecto que durará cuatro años, en los que tendrán que cruzar nueve estratos y sortear los peligros que en cada uno enfrentan, hasta lograr el reposo absoluto.
Cuando uno ve la película Los olvidados, de Luis Buñuel, se estremece al contemplar la agonía de El Jaibo. Después de haber sido baleado, en su agonía habla con su madre, siempre ausente en su vida; y mientras El Jaibo se debate, su cabeza está sobre un suelo que semeja estar mojado, y un perro aparece en escena.
La presencia del perro indica que El Jaibo ha fallecido y llega a Izcuintlán para iniciar su viaje a Mictlán.
Izcuintlán es el lugar de los perros; es el reino de Xólotl, y para que los difuntos inicien su viaje necesitan el apoyo de un xoloitzcuintle, el perro que los ayudará a cruzar el río para comenzar su recorrido.
No todos los difuntos reciben esta ayuda, y los que se quedan de este lado del río vagarán como ánimas en pena hasta lograr cruzar.
Una vez que han atravesado el río, tendrán otra dura prueba, pues han llegado al Tepectli Monanamictlán, el lugar de las montañas que chocan.
Dos grandes montañas se unen y se separan constantemente, por lo que el difunto deberá lograr pasar entre ellas para poder continuar su viaje. Los que no lo logran también vagarán hasta alcanzar su cometido.
Son estas ánimas en pena las que arrastra el mictlampaehécatl, y por ello, hasta hace apenas unas décadas, las abuelas no permitían que el 1 de noviembre los niños salieran de casa, porque ese día -conocido antaño como Día de todas las ánimas- el frío viento cargaba las almas de quienes no habían logrado pasar el río ni las montañas que chocan, y que buscaban reencarnar en un niño para tener otra oportunidad de hacer el viaje a Mictlán.
Una vez que se logra pasar entre las montañas que chocan, se llega a Iztepetl, la montaña con senderos de obsidiana. El difunto debe evadir los cuchillos de obsidiana, aunque difícilmente lo conseguirá.
A su paso, estos cuchillos irán desencarnándolo poco a poco, hasta llegar al cuarto estadio, Itzaehecayan, la montaña donde reside Mictlampaehécatl y se producen los vientos más fríos, cuya fuerza despoja de su ropa al difunto.
Así, desnudo, entre la nieve, llega a Paniecatlacayan, lugar de los vientos más fuertes, donde ya no existe la gravedad y el cuerpo del difunto vuela de un lado a otro hasta que logra salir del sendero.
Llega al sexto nivel, Temiminaloyan, y debe enfrentar un reto más: las flechas perdidas.
Aquí están depositadas todas las flechas extraviadas en las batallas, y se lanzan contra el difunto, que muestra cada vez mayor agotamiento, pues las certeras saetas lo hacen desangrarse por completo. Así llega a Teocoyolcualoyan, región habitada por fieras salvajes que lo atacarán y le sacarán el corazón, que un jaguar se comerá al salir del sendero.
Ya está a punto de llegar a Mictlán, pero para ello debe cruzar el río Apanohuacahuia. Este es el río de aguas negras que lo llevará a través de nueve hoyos oscuros que representan cada uno de los puntos de su vida, donde quedará totalmente desencarnado y, por fin, llegará al Chiucnauhmictlán, donde se encontrará con una espesa zona de niebla que le impedirá ver a su alrededor.
Aquí el difunto no muestra ya ningún padecimiento ni dolor. Ha viajado a lo largo de cuatro años y, tras cruzar la niebla, ha llegado al fin al lugar donde encontrará la tranquilidad y el reposo eterno: ha llegado a Mictlán, el sitio de la liberación, donde es recibido por Mictlantecuhtli y su esposa Mictecacíhuatl.